lunes, 7 de noviembre de 2022

La iglesia que espera al obispo

Representantes de la comunidad cristiana de Gipuzkoa describen la diócesis a la que llegará su pastor, Fernando Prado, cuando ocupe su cargo. Coinciden en que no le faltará trabajo

Fuente:   Diario Vasco

Por:   JAVIER GUILLENEA

06/11/2022


Fernando Prado, nacido en Bilbao el 28 de agosto de 1969, recibirá la ordenación episcopal el próximo 17 de diciembre, último sábado de Adviento, a las 11.00 horas en la catedral del Buen Pastor. El nuevo obispo de la Diócesis de San Sebastián ingresó en la congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María (Misioneros Claretianos) con 23 años. Fue profesor en el colegio Mariaren Bihotza del barrio de Gros y fue ordenado sacerdote en Donostia en 2000. Prado permanecerá hasta el 15 de diciembre en Madrid, donde es capellán de una comunidad de religiosas. DV ha hablado con representantes de la comunidad cristiana de Gipuzkoa mientras espera la que llegará su pastor.

La imagen que se da de la diócesis es demasiado negativa. Se dice que está dividida, fracturada, envejecida, sin punch, sin aliento..., pero la Iglesia guipuzcoana ha tenido fortalezas importantes a lo largo de varias décadas con Setién, Uriarte e incluso con Munilla», asegura Patxi Aizpitarte, párroco de Deba e Itziar, quien reconoce que le «fastidia que solo se hable de las debilidades y no de lo positivo». Y lo positivo es un territorio donde hay una red de comunidades cristianas y cerca de 200 parroquias que quizá estén «más debilitadas, pero ahí están», y en las que «siempre hay un grupo de gente que está tratando de conservar la memoria de Jesús y de hacerla presente».

Según Aizpitarte, la de Gipuzkoa es una Iglesia «con comunidades cristianas vivas aquí y allá» y una pastoral sociocaritativa de la que se encargan «en todas las parroquias los grupos de Cáritas». Es una fortaleza que sigue un camino marcado por el Concilio Vaticano II. «Hemos tenido una sensibilidad conciliar fuerte, esta ha sido nuestra brújula», afirma. Sin embargo, ha sido una dirección que no todos han seguido. El párroco de Deba, que fue vicario general con Juan María Uriarte, rechaza utilizar la palabra división a la hora de referirse a la Diócesis de San Sebastián. Prefiere hablar de la existencia de «dos sensibilidades, una marcada por lo conciliar y otra crítica con lo conciliar». «Con Munilla ha habido una tendencia a dejar el Concilio de lado», sostiene.

También se ha producido un cierto desaliento en las comunidades cristianas, que han estado «un poco desactivadas estos años». Por eso, está convencido de que la llegada de Fernando Prado a la diócesis «es un buen momento para activar ese aliento, ese oxígeno e ilusión que hace falta». Para que este deseo pueda cumplirse, Aizpitarte cree que el nuevo obispo debe «patear la diócesis para escuchar mucho y conocer a los laicos y religiosos, a no ser que quiera hacer una diócesis virtual», que es lo que, en su opinión, sucedió con el anterior prelado.

«El magisterio de Munilla ha sido en buena parte virtual y a través de Betania y Radio María, que son medios que apuntan más a lo preconciliar», afirma Aizpitarte. «Lo de los medios está bien, pero yo creo que se evangeliza presencialmente, de tú a tú. El nuevo obispo será aceptado y querido si está con la gente», sostiene.

El párroco de Santa María la Real de Azkoitia y exvicario general con Uriarte, Félix Azurmendi, comienza por la luz, por «el mayor y mejor capital de la Iglesia en Gipuzkoa, que son las comunidades cristianas, el pueblo de Dios», un laicado que, aunque ya tiene una edad, «colabora y participa». «Hay que destacar el capital de espiritualidad que hay en Gipuzkoa frente al vacío y de amor solidario frente al materialismo», dice. El lado oscuro es «la secularización, la postmodernidad y el materialismo enorme» de una sociedad en la que «las comunidades sienten que Dios están en un segundo plano». Por eso, recalca, «el gran reto de la Iglesia guipuzcoana es la evangelización».

Ese es un reto. El otro consiste en «rehacer el tejido conjuntivo de la Iglesia diocesana», que está «como desmembrada y desnortada». «Tenemos un déficit muy grande de unión y comunión, y no solo entre los sacerdotes. Está San Sebastián por una parte y el resto se halla muy desvinculado».

Azurmendi cree que la llegada del nuevo obispo supone para la diócesis «un momento extraordinario, un aliento nuevo». Nada que ver con la etapa de su antecesor. «Munilla no ha hecho visitas pastorales, no se ha hecho presente, le interesaba el Buen Pastor y los demás hemos andado cada uno por nuestro lado haciendo lo que podíamos y sin participar en cosas que se hacían desde San Sebastián. Así es como hemos caminado»

Azurmendi prefiere no mirar al pasado y centrarse en las expectativas que ha levantado la designación del obispo. «Estamos en un momento nuevo, es la hora de entrar en una fase de sintonía que no hemos tenido en estos años conflictivos. Procedemos de una rica tradición de aplicación del Concilio Vaticano II y eso se ha interrumpido a lo largo de estos años. Tenemos la necesidad de seguir esa brújula», recalca el sacerdote.

Koro Zatarain no se lo piensa dos veces a la hora de describir el momento actual de la Iglesia en Gipuzkoa. «Está totalmente rota. Hay una división total entre preconciliares y postconciliares. Cada grupo va a lo suyo y se acabó. Me parece que Fernando tiene mucho trabajo para poder aunar algo».

¿Cómo intentar acabar con esta división? Aquí ella tampoco se lo piensa mucho. «Todos deberían poner de su parte. Para empezar, habría que seguir el Evangelio, que se ha dejado de lado, porque estamos haciendo cosas que no vienen en él. Estamos todo el día adorando Santísimos y rezando, estamos en ritos y ritos y ritos, pero de los pobres no nos acordamos. Se sale de la iglesia y se olvida el Evangelio, que es un trabajo diario».

A juicio de esta catequista de Añorga la Iglesia guipuzcoana se ha ido alejando estos años de la sociedad. Es algo que se ve en las parroquias «en las que han entrado los curas de Munilla, donde el número de niños en la catequesis ha bajado de forma impresionante». «La gente sí busca, pero algo que les llene, no que les tengas todo el día de rodillas delante del Santísimo o confesándoles, y menos a los niños». Es una situación que también se nota en las comunidades cristianas. «La gente entra en misa, la oye y se va. No hay sentimiento de comunidad», se queja.

Es un «retroceso» que, para Zatarain, se ve claramente en el papel de la mujer en la diócesis, que «está peor que antes». «Para todos los preconciliares las mujeres sobramos, solo valemos para limpiarles la Iglesia y sacarles las castañas del fuego. Según en qué iglesias ya no podemos leer el Evangelio o ayudar a dar la comunión en misa», dice.

La catequista confía en el nuevo obispo. «Tengo fe en él. Es cercano al Papa, es del Concilio y ha sido misionero. La diócesis necesita un trabajo enorme y yo apuesto por Fernando. De todas formas a peor no creo que se pueda ir».

Mikel Ormazabal es uno de los sacerdotes que comenzaron a ejercer en Gipuzkoa durante el magisterio del anterior obispo. «José Ignacio Munilla ha sido un hombre de Dios que nos ha llevado a Dios a muchos jóvenes, uno de ellos yo», dice. De Fernando Prado, afirma que la diócesis «vive este momento con una alegría profunda y sana porque parece que está siendo muy bien acogido». Esto, añade, «va a facilitar el trabajo en grupo entre todos, que es algo que se echaba de menos».

El párroco de Irun considera muy positivo que no haya «voces discordantes» en torno al nuevo prelado, pero señala que «esto no quiere decir que no haya planteamientos teológicos distintos y en la forma de hacer la pastoral o de llegar a los fieles, lo que puede ser una riqueza porque pueden ser complementarios».

Para Ormazabal, no se trata de una división entre conciliares y preconciliares, sino de algo muy diferente. «A los sacerdotes a los que se les ha tildado de tradicionalistas yo no les veo una actitud alejada del Concilio Vaticano II», explica. Es algo más complejo que eso. «Sí he visto curas que no abrazan el Vaticano II, pero no por maldad, sino porque tienen otras maneras de hacer pastoral, tienen una teología distinta que nunca ha existido en la Iglesia. No es una pugna entre progresistas y conservadores, sino que es algo nuevo».

El sacerdote es consciente de la «brutal» secularización a la que debe hacer frente la Iglesia guipuzcoana, pero es optimista respecto a su futuro. «Veo los frutos del Espíritu Santo en las comunidades cristianas, veo a muchos jóvenes abrazar de nuevo la fe y recuperar la alegría», asegura.

Al nuevo prelado le pide «que cuide del seminario, de nuestra vida consagrada y que sea un obispo cercano». Y, aunque se muestra remiso a dar consejos, al final acepta hacerlo. «Si tiene que escuchar a un cura de 27 años, mal vamos, pero desde mi ignorancia le diría que venga con el deseo de escuchar, que no tenga prisa y que sea un hombre de profunda oración». Y también, «que tenga valentía porque a veces deberá tomar decisiones que no son fáciles. Que no tenga miedo a ser criticado».

Fernando Prado se hará cargo el 17 de diciembre de una diócesis donde «los curas están divididos en dos bandos» y en la que se da un fenómeno curioso. «Podíamos pensar que los más jóvenes serían los más progresistas, pero aquí los progres son los de 60 o más años, mientras que los de menos de 40 son los más conservadores, lo que no pasa en la sociedad». Estos últimos, los jóvenes, son los que «recogía Munilla. Eran gente de fuera o de Gipuzkoa que se habían formado fuera», explica el sociólogo Javier Elzo.

Más que la división en el clero, lo que le preocupa a Elzo es una diócesis a la que define con una palabra: «mortecina». «La Iglesia de Gipuzkoa no tiene relieve, es casi como si no existiera. No tiene influencia para nada salvo en círculos muy concretos. Munilla acabó siendo el obispo de la catedral del Buen Pastor, allí tenía sus celebraciones y sus fieles conservadores con lo que se arreglaba bien, pero no cuajó fuera de San Sebastián», afirma.

Este es el panorama que encontrará Prado. Llega a una Iglesia «que ha dejado de ser de masas y se ha convertido en una Iglesia de pequeños grupos». «Esto no es culpa de Munilla», se apresura a matizar Elzo. «Es algo que ocurre en toda Europa occidental, donde los templos están vacíos y lo que se han llenado son los gimnasios».

 

 

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