A pocos días de la visita ad limina de los obispos alemanes al Vaticano, hablamos con el secretario para la Sección Doctrinal del Dicasterio para la Doctrina de la Fe sobre la posibilidad de un intercambio beneficioso
Fuente: Alfa & OMega
13/11/2022
En 2018 la Conferencia Episcopal Alemana sacó a la luz un informe espeluznante, con datos de 3.677 casos de abusos sexuales cometidos por miembros de la Iglesia a menores en los últimos 70 años. De ese esfuerzo de autocrítica nació, un año más tarde, un propósito claro de reforma. Pero el Camino Sinodal en Alemania, un foro de escucha en el que se han debatido temas controvertidos como el papel de la mujer en la Iglesia, la moral sexual, la bendición de las parejas homosexuales o el celibato sacerdotal, ha forjado una grieta pronunciada entre los obispos alemanes y el Vaticano. El principal escollo es la deriva doctrinal. El próximo lunes viajarán al Vaticano los obispos alemanes en visita ad limina. Además de visitar los distintos dicasterios y tener reuniones con distintos funcionarios de la Santa Sede, se verán con el Papa a puerta cerrada y sin periodistas. Una cita muy deseada por ambos lados, en la que hablarán de tú a tú y sin censuras.
Las posiciones que hace unos meses parecían enrocadas se han ido suavizando. El arzobispo de Múnich, el cardenal Reinhard Marx, uno de los principales impulsores de la reforma de la Curia, dejó claro en una entrevista publicada en septiembre en el periódico francés La Croix que no querían inventarse una moral propia: «Ninguno de nosotros quiere sustituir al Papa, anular el derecho canónico o reescribir el dogma de la Iglesia. Lo que queremos es hacer preguntas, debatir y avanzar la discusión. Formamos parte de la Iglesia universal. Tenemos la misión de aportar todos los elementos que consideramos importantes».
Por su parte, el Vaticano, que ha advertido en varias ocasiones de que las cuestiones debatidas son competencia exclusiva de la Iglesia universal y no de una asamblea nacional, también se ha alejado de actitudes beligerantes. «Estamos en una fase delicada y muy importante. Esperamos que los primeros contactos y confluencias que ya hemos tenido hayan sido positivos. Si los obispos alemanes salen de su mundo y se abren a encontrarse con otras posiciones, el intercambio puede ser muy beneficioso y rico. Lo mismo vale para las otras iglesias», asegura el secretario para la Sección Doctrinal del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Armando Matteo, que hasta su nombramiento en la Curia era profesor de Teología Fundamental en la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma.
El sacerdote italiano reconoce que la alemana es «una Iglesia con muchos desafíos, como la cuestión de los abusos sexuales y la carencia de vocaciones», cuya «experiencia puede servir de ayuda para todos». Desde esta óptica, defiende que el Sínodo «es un experimento totalmente nuevo». «No estábamos acostumbrados a la escucha. Pero cuando escuchas se abren muchos caminos inexplorados. No hay que tener miedo», manifiesta.
Matteo es el autor de varios ensayos teológicos muy divulgativos. En Navidad del año pasado, el Pontífice eligió una de sus obras, Convertir a Peter Pan, para regalársela a los miembros de la Curia romana. En su nuevo libro, La Iglesia que vendrá, describe con lucidez la falta de vocaciones y el progresivo vaciamiento de las parroquias; la pérdida de confianza de las mujeres y de los jóvenes; la distancia, a veces «sideral», entre las homilías y las experiencias vitales, y el anclaje a una mentalidad pastoral «que servía para la gente que vivió hasta los años 80». El libro no es el resultado de una crítica anticlerical, sino una mirada tierna, pero honesta, a un problema. Por eso, no deja de lado a los que se resisten al cambio y advierte de que congelar la tradición «es destruirla». «El cristianismo no está en la Tierra para salvarse a sí mismo, sino para ofrecer la posibilidad de salvación a todos a través del encuentro con Jesús», señala.
En este sentido, reconoce que «muchos miran con estupor y desconfianza al Camino Sinodal alemán», pero asegura que «la tarea es ingente». «No se trata de cambiar una simple expresión o algo pequeño. Francisco, en el número 27 de Evangelii gaudium, sueña con una Iglesia misionera capaz de transformarlo absolutamente todo en la evangelización. Esto puede provocar miedos y resistencias, pero es que no tenemos más opciones», expresa.
En un análisis sociológico impecable, lamenta el desconcierto de los curas ante un hombre que ya no ve el mundo «como un valle de lágrimas, lleno de sacrificios» o una mujer «que no es solo iglesia, hijos y cocina». «Nos ha costado mucho empezar a hablar, por ejemplo, de los feminicidios. Hay que tener presente lo que les importa a las mujeres de hoy. La cuestión de los salarios, la conciliación entre trabajo y familia, los derechos…», incide.
También lamenta que muchos jóvenes hayan aprendido a vivir sin trascendencia: «Creo que la Iglesia va tarde en esto. Se tiende a dulcificar la situación, cuando la verdad es que cada vez son más los jóvenes que no ponen a Jesús en la ecuación de su felicidad». Por ello, el secretario impulsa a preguntarse: «¿Qué Iglesia pretendemos dejar a las generaciones que vienen ahora al mundo?» Para responder con plenitud hay que dejar atrás el argumento de que «siempre se ha hecho así»: «Es justo lo contrario. En los momentos de mayor crisis, el cristianismo ha cambiado en diálogo con el mundo», asegura Matteo. El principal impulso para el cambio viene del Papa. «Nadie más que él ha instado a los creyentes a imaginar y a trabajar por una Iglesia diferente, capaz de acoger a todos y cada uno con su historia única y, a menudo, llena de problemas».
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