Fuente: Cristianisme i Justicia
Por: David Brooks
08/07/2022
Me parece que he trabajado con inmigrantes en los Estados Unidos por casi toda mi vida. Empecé de joven universitario, luego como maestro y sacerdote, y por fin como abogado defendiendo los derechos de personas hispanas de escasos recursos. Mi área especial era la ley migratoria y así mis clientes venían de muchos países diversos. Sin embargo, aunque podía identificarme con la cultura latina y hablar bien el castellano, no me veía como uno de ellos. Nací en los EEUU. Tenía todos los privilegios de la ciudadanía. Era imposible que yo fuera uno de estos inmigrantes a pesar de mi simpatía.
Ahora me encuentro jubilado y tengo más tiempo para pensar e investigar. He comenzado a estudiar el linaje de mis propios antepasados. Siempre sabía que mis abuelos maternos vinieron de Italia. Yo los conocía personalmente, he visitado los lugares donde nacieron y hasta la casa donde nació mi abuela. Aunque no los conocía, también sabía que los padres de mi abuela paterna habían nacido en Alemania. Descubrí hasta el barco en que llegó mi bisabuela a los EEUU. Fue el linaje de mi abuelo paterno el que me sorprendió. Mi apellido es puramente inglés. Era bastante fácil trazar una línea directa desde mediados del siglo XVIII hasta el presente. Me enteré de que el primer hombre con mi apellido era inmigrante, más o menos. Era un pobre aprendiz en Londres. Conoció a una mujer que había nacido en América, se casaron y tuvieron hijos en Inglaterra. A la edad de 50 años decidió venir él mismo a Estados Unidos, trayendo a su esposa e hijos. Nunca llegó. Parece que se murió en alta mar y lo enterraron allí. Su mujer trajo a los niños con su apellido a la colonia de New Jersey y allí se quedaron.
Fue cuando empecé a investigar a las mujeres, las esposas de mis bisabuelos, que verdaderamente me sorprendí. Eran una mezcla completa. Por supuesto, varias de las familias eran también inglesas. Ellos llegaron en el siglo XVII, poco después de los primeros colonos ingleses, los famosos Peregrinos. Varios de los individuos eran hidalgos de la aristocracia inglesa, buscando la manera de mejorar su vida y tener la libertad para ejercer su religión. Algunos habían sufrido persecución bajo el rey Enrique VIII y luego la Reina Isabel. Uno de mis bisabuelos fue decapitado en la Torre de Londres. Una de mis bisabuelas, ya en América, fue acusada de ser bruja, pero salió libre de la acusación. Encontré hasta una familia de cuáqueros galeses. Al mismo tiempo, descubrí una línea de familiares holandeses y franceses. Los de Holanda llegaron a New York cuando todavía era una colonia holandesa, consiguiendo terrenos y fincas que no podían obtener en su país. Los franceses eran los más sorprendentes. Eran protestantes. Uno de ellos había escapado a Inglaterra sellado en un barril. Ellos encontraron en Estados Unidos lo que no tenían en Francia: libertad.
Me he dado cuenta de que todos estos antepasados son una parte de mí. Yo llevo dentro las mismas características físicos. Mi sangre contiene el mismo ADN y los mismos genes que ellos me han pasado. Yo soy uno de ellos como ellos son uno conmigo. Es como si nosotros compartiéramos el mismo cuerpo. Los chinos y japoneses han desarrollado el culto de sus antepasados, no solo respetándolos, sino llegando a adorarlos como dioses. Hablan con ellos y les traen ofrendas e incienso. Los indígenas de las Américas también practicaban rituales semejantes. Los antiguos egipcios practicaban la momificación y construían ornatos tumbas para preservar los cuerpos de sus antepasados. Los judíos durante muchos siglos han mantenido listas completas de su genealogía. Cada año en la Pascua se acuerdan de su historia, comenzando con la frase “Mi padre fue un arameo errante.” Todos estos rituales y costumbres existían para mantener vivos a los que les habían precedido, que habían pasado a otro mundo y seguían teniendo importancia en el presente. Los cristianos tenemos el culto de los santos. Por lo menos, recordamos a los que vivían cerca de Dios y que pueden intervenir en nuestras vidas por el bien.
De todas maneras, creo que nosotros hemos perdido el sentido de que nuestros antepasados todavía influyen en nuestra vida, de que forman parte íntima e íntegra de nuestros cuerpos, nuestra cultura, nuestras actitudes, nuestra manera de ver al mundo. Cada vez que repetimos el Credo, los cristianos decimos que creemos en la comunión de los santos. ¿Qué es eso? También que recibimos el Cuerpo de Cristo. ¿Qué significa eso? ¿Es una comunión espiritual? Sí, desde luego, pero mucho más que eso. Los santos forman parte de nuestro cuerpo humano, Cristo se hace parte de nuestro cuerpo real, y vive dentro de nosotros en cuerpo y alma. Creo que es difícil comprender eso si no reconocemos que descendemos de otros humanos concretos que nacieron, se casaron, tuvieron hijos y se murieron dejando sus huellas en nuestro ADN. Somos el producto de miles de generaciones de antepasados, todas vivas a través de nosotros. Tal vez se necesita un sentimiento místico para poder meternos en el mismo plano con nuestros antepasados, pero solamente hace falta hacer un análisis de sangre para probar nuestra conexión física.
Así que he comprendido que yo mismo soy el inmigrante. Si mis antepasados, sean abuelos, bisabuelos o tatarabuelos, inmigraron de varias partes del globo, si todos han llegado a formar una parte de quien soy, pues yo he inmigrado con ellos. Llevo dentro al inmigrante. Y no hablo solamente de mí ni de los norteamericanos, blancos y negros, sino de todo el mundo, que sean indígenas, asiáticos o españoles. Todos nuestros antepasados inmigraron de otro lugar. Todos llevamos al inmigrante dentro del cuerpo. Cuando expresamos algún sentimiento antinmigrante, cuando despreciamos a otra persona que habla con un acento extranjero, cuando desvalorizamos a otra cultura, realmente nos estamos hablando mal, despreciando y desvalorizando a nosotros mismos. Como nos recuerda San Pablo, una parte del cuerpo no puede estar en guerra con otra. Todas las partes tienen que funcionar juntas en un cuerpo sano. Igual el cuerpo místico de Jesucristo e igual el cuerpo que incluye toda la humanidad.
El inmigrante de verdad soy yo.
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