Fuente: Il Sismografo
15/03/2022
(Paolo Valentino /Corriere della Sera - El Mundo) Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados. Muy inquieto ante la evolución del escenario en Ucrania, elogia por el momento la reacción de Europa en la acogida de los desplazados: «Sólo espero que cuando termine este gran desastre, la lección se aplique en el futuro a otras crisis».
«Nos proyectamos al peor de los escenarios», alerta Filippo Grandi, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, quien advierte de que la situación en Ucrania es cada vez más alarmante: «Hay más de cinco millones de personas que han tenido que dejar su hogar. De estos, más de la mitad ya están fuera del país, pero a este paso serán tres millones dentro de un par de días. En este momento hay al menos dos millones de personas moviéndose hacia el oeste, donde los bombardeos van en aumento. Un tercio de los 40 millones de habitantes del país están en extrema necesidad como resultado de la guerra. Y lo más sorprendente es que esta imagen se materializó en solo dos semanas, no en cinco años».
Pregunta.– ¿Es la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial?
Respuesta.– Definitivamente. En los Balcanes, aunque se sume todo lo de Bosnia y Kosovo, no se llega a estas cifras y, además, todo ocurrió en el espacio de ocho años.
P.– Ha visitado varias fronteras: Polonia, Moldavia, Rumanía. ¿Qué ha visto?
R.– Es difícil incluso describirlo. Es una avalancha de gente. Es una masa de seres humanos traumatizados, sobre todo por la velocidad a la que se han sumido en la desesperación. Te dicen que hace una semana la suya era una vida normal. La mayoría son de las ciudades, gente de clase media que hasta el otro día enviaba a sus hijos a la escuela. Están en shock. En la frontera con Moldavia, los hombres ucranianos acompañaban a sus familias hasta la frontera y luego volvían a luchar. Estas separaciones fueron una de las cosas más dramáticas y terribles que he visto nunca. Los que pasan son mujeres, niños y ancianos, algunos discapacitados.
P.– Ha hablado de «distribución natural». ¿Quiere decir que los refugiados van a lugares donde tienen conexiones, parientes o amigos?
R.– Sí. Y es una suerte que los ucranianos tengan tantas conexiones en Europa, donde hay numerosas y bien establecidas comunidades. En este sentido, su integración temporal es más fácil, no hay necesidad, al menos por ahora, de grandes centros de acogida. Tenemos que ver cómo se desarrolla el movimiento. Si los rusos siguen bombardeando, sobre todo las ciudades veremos otras oleadas de personas huyendo. Pero, en general, existe una red en Europa que hace que los Estados tengan relativamente menos dificultades para absorber a los refugiados.
P.– ¿Qué es lo más importante de su trabajo y el de otros trabajadores humanitarios en esta etapa?
R.– Tenemos que permanecer en Ucrania todo el tiempo que podamos. Desde hace unos días nos vimos obligados a trasladar nuestro cuartel general a Leópolis; en Kiev ya no era posible permanecer. Conseguimos ayudar a la población del oeste de Ucrania y estamos dispuestos a intervenir si finalmente se abren los corredores humanitarios. Hemos desarrollado un canal de transporte logístico desde Polonia hasta Ucrania, pero sólo podemos ir donde es seguro. Tenemos convoyes listos para entrar en las ciudades asediadas en cuanto se materialicen los corredores, sobre los que Moscú y Kiev están negociando.
P.– Europa está reaccionando unida, abriéndose a la acogida. Después de años, nos hemos dado cuenta de que podemos acoger a refugiados sin ningún problema.
R.– Estamos muy contentos de que al final Europa haya entendido dos cosas. La primera, que una colosal emergencia de refugiados, mucho mayor que la de 2015, es manejable, como ACNUR lleva años diciendo. La segunda es que se puede hacer si los Estados cooperan como está sucediendo ahora. Sólo espero que cuando termine este gran desastre, la lección que Europa está aprendiendo se aplique en el futuro a otras crisis. Éste es el modelo a seguir: trabajo común, compartir, solidaridad... Juntos podemos enfrentarnos a lo imposible.
P.– ¿Es correcta la opción de «protección temporal» que ofrece la UE?
R.– Sí, porque permite que los ucranianos se muevan legalmente por la Unión y favorece esa distribución natural que mencioné anteriormente. El problema es que si los números continúan creciendo, entonces Europa debería ser la que determine las divisiones entre los Estados miembros. Debemos prepararnos, de lo contrario correríamos el riesgo de que Polonia y otros países vecinos se conviertan en lo que Italia y Grecia han sido durante años: Estados fronterizos que respaldan la hospitalidad, pero con números aún más dramáticos.
P.– Sin embargo, ha habido episodios desagradables de discriminación y rechazo de refugiados que venían de Ucrania pero tenían la piel oscura. The Economist habló de racismo. ¿Puede confirmarlo?
R.– En los primeros días hubo incidentes de este tipo en algunas fronteras. He hecho muchas preguntas sobre todo en Polonia, donde se han denunciado estos hechos. Esos casos deben ser condenados. También es posible que haya habido incidentes en la propia Ucrania: personas de diferentes etnias a las que se les ha impedido subir a trenes. El racismo siempre debe ser condenado, incluso en contextos tan dramáticos.
P.– ¿Cuál es el eslabón más débil en las operaciones de refugiados?
R.– El desafío logístico no tiene precedentes. Estamos pidiendo a los Estados no solo ayuda financiera sino también logística para transportar y organizar. Hay una gran solidaridad privada en Europa hoy: alimentos, medicinas, ropa... El verdadero desafío será sostenerlo en el tiempo. Si los números crecen, se necesitará una fuerte ayuda pública de los gobiernos, aumentando aún más el apoyo internacional a través de la UE, la ONU y otros canales.
P.– ¿Cuáles son los países que tienen más problemas para acoger?
R.– Moldavia está muy expuesta, no solo a la crisis de los refugiados. Si Odesa, que tiene un millón de habitantes, fuera atacada, habría una ola en esa dirección. Y es un país muy frágil, en todos los aspectos. Afortunadamente, muchos de los que pasan por Moldavia van directamente a Rumanía.
P.– ¿Qué sucederá, en su opinión, a partir de ahora?
R.– La dificultad de hacer un pronóstico es lo más dramático. Puede haber otros tres o cuatro millones de refugiados, y sería una catástrofe. Puede ocurrir que acuerden una tregua: ¿Qué significa eso? ¿Volverían a entrar algunas personas? ¿O habrá un avance completo de Rusia hacia Ucrania y entonces ya no serán las mujeres y los niños, sino también los hombres los que crucen las fronteras? Los escenarios son todos complejos y difíciles de manejar.
P.– En este momento, la crisis de Ucrania acapara toda nuestra atención. Pero, ¿no nos arriesgamos a olvidar lo que sucede en otros frentes de inmigración, como el Mediterráneo y los Balcanes? Usted está a punto de partir hacia Afganistán: ¿es una señal?
R.– Es lógico y correcto en esta etapa centrarse en Ucrania. Pero distraerse de los otros frentes es el gran miedo. Estamos en contacto con los gobiernos africanos, con los de países en crisis y nos preocupa que todos los recursos se trasladen a Ucrania.
P.– ¿Cómo saldremos una vez que termine esta crisis?
R.– Me pregunto cómo vamos a hablarnos de nuevo en presencia de una fractura tan profunda. Será muy difícil enmendar el diálogo internacional, que incluso tuvo lugar a fines de 1945. También hubo diálogo en la crisis cubana, cuando la catástrofe estuvo más cerca. Me temo que ésta es una división sin precedentes. La arquitectura de la posguerra ahora está rota y habrá que reinventarla, de lo contrario nunca haremos las paces.
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