jueves, 10 de marzo de 2022

Cómo se organizó la demostración de unidad contra Rusia

En diez días vertiginosos, Occidente desechó el manual que había usado durante décadas con el Kremlin y aisló a Rusia con sanciones y castigos sin precedentes.

 

Fuente:   NYTimes

Por:   Mark LandlerKatrin Bennhold y Matina Stevis-Gridneff

07/03/2022


LONDRES — Al día siguiente de que los tanques y los militares rusos cruzaron la frontera ucraniana el 24 de febrero, los líderes de la OTAN recibieron un mensaje profundamente aterrador. El secretario general de la alianza, Jens Stoltenberg, comenzó una cumbre de emergencia por video con la advertencia de que el presidente de Rusia, Vladimir V. Putin, había “destrozado la paz en Europa” y que, a partir de ahora, desafiaría de manera abierta el orden de seguridad del continente.

Aunque sea poco probable, dijo Stoltenberg a los líderes, ya no es impensable que Putin ataque a un miembro de la OTAN. Tal acción activaría la cláusula de defensa colectiva del Tratado del Atlántico Norte, lo cual daría lugar al peor escenario: un conflicto militar directo con Rusia.

El presidente estadounidense, Joe Biden, no tardó en pronunciarse. El artículo 5 es “sacrosanto”, dijo, refiriéndose al principio de “uno para todos, todos para uno” que ha sostenido a la OTAN desde su fundación tras la Segunda Guerra Mundial. Biden exhortó a los líderes aliados a intensificar y enviar refuerzos al flanco oriental de Europa, según varios funcionarios informados sobre la llamada.

En cuestión de horas, la OTAN movilizó su fuerza de respuesta rápida, una especie de equipo militar de élite de Armas y Tácticas Especiales, por primera vez en la historia para detener a un enemigo. Fue una de las varias maniobras sin precedentes que se organizaron en ministerios y salas de juntas desde Washington a Londres y de Bruselas a Berlín. En unos cuantos días vertiginosos, Occidente dejó atrás el manual tradicional de tácticas que había utilizado durante décadas y, en su lugar, coordinó una asombrosa muestra de unidad contra la brutal agresión rusa en el corazón de Europa.

Una “nueva normalidad”, la llamó Stoltenberg.

En realidad, esos diez días de febrero sacudieron al mundo: revirtieron suposiciones largamente arraigadas, rompieron con décadas de compromisos productivos y terminaron con miles de millones de dólares de inversión en Rusia. Esos días fueron todo menos normales.

Así como la caída del Muro de Berlín en 1989 desencadenó una avalancha turbulenta de cambios en toda Europa, la invasión rusa de Ucrania ha llevado a Occidente a un histórico momento de evaluación comparable, aunque mucho más sombrío.

“Esa fue una liberación pacífica e histórica”, dijo Timothy Garton Ash, profesor de estudios europeos en la Universidad de Oxford, sobre el colapso del comunismo. “Este es un intento histórico y violento de recolonización. Así como entonces nos conmovía la esperanza y la emoción, ahora nos conmueve el horror, la ira y el miedo”.

La conmoción provocada por la invasión rusa llevó a Alemania a abandonar sesenta años de política de aversión militar basada en su propia experiencia bélica. El canciller Olaf Scholz anunció que los alemanes enviarían a Ucrania 1000 lanzamisiles portátiles, 500 misiles tierra-aire Stinger y 2700 misiles de hombro de la era soviética, además de emprender un programa colosal de rearme de 110.000 millones de dólares en su país.

También llevó a la Unión Europea, antes dividida, a unirse en torno a unas sanciones asfixiantes que prohíben al banco central de Rusia, que alberga la reserva de fondos para la guerra de Putin, vender cualquier activo a los bancos europeos. Bruselas, caracterizada durante mucho tiempo como un gigante económico pero un enano en política exterior, se comprometió a gastar 500 millones de dólares en armas para la defensa de Ucrania.

Llevó a Biden a replantear una presidencia que se había centrado en la reconstrucción de Estados Unidos tras la pandemia del coronavirus y en la confrontación con China, a una que está librando una batalla crepuscular contra un rival de la Guerra Fría en las llanuras de Europa del Este.

El conflicto ha resonado no solo en los consejos de Estado, sino también en los salones corporativos, las instituciones culturales y las ligas deportivas, por no hablar de las calles de las ciudades, desde Ciudad de México hasta Madrid, donde decenas de miles de manifestantes han ondeado la bandera ucraniana amarilla y azul y se han pronunciado contra la agresión de Rusia.

De la noche a la mañana, gigantes petroleros como BP, Shell y Exxon abandonaron sus enormes inversiones en Rusia. Empresas tecnológicas como Apple suspendieron sus ventas en Rusia, mientras que Google retiró los medios de comunicación rusos de sus redes. Organismos deportivos como la FIFA y el Comité Olímpico Internacional excluyeron a los rusos de las competencias.

Para estas instituciones, tales acciones habrían sido inconcebibles apenas una semana antes. Aunque mientras las tropas rusas se concentraban en la frontera de Ucrania, Estados Unidos y sus aliados habían trabajado con discreción durante meses para sentar las bases de las sanciones, la disposición de gran parte de Occidente seguía estando en duda.

El 19 de febrero, cinco días antes de que Putin pusiera en marcha a su ejército, el asediado presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, acudió a una conferencia de seguridad en Múnich para plantear un desafío frustrado a los líderes occidentales: “¿Qué esperan?”

Si analizamos lo sucedido durante los diez días anteriores y posteriores a la invasión rusa en el mundo de la geopolítica, los negocios, la cultura y los deportes, veremos cómo el flagrante ataque de Putin hizo que lo inconcebible fuera de repente inevitable.

Ninguno de estos movimientos trascendentales, habría que decir, ha logrado detener la maquinaria bélica rusa. Diez días después, los europeos se preparan para un sitio prolongado en Ucrania, enfrentándose a un futuro amenazante e incierto. El sábado, Putin comparó las sanciones de Occidente con una “declaración de guerra”.

“El mundo y Europa cambiaron fundamentalmente”, dijo Michael Roth, presidente del comité de asuntos exteriores del Parlamento alemán. “Una guerra ofensiva es una vez más la amarga realidad en el continente europeo y nosotros, como democracias liberales, tenemos que lidiar con esa realidad”.

 

Una acusación de ‘conciliación’

El mes pasado, pocos de los asistentes a la Conferencia de Seguridad de Múnich creían que Rusia fuera a llevar a cabo una invasión total. A pesar de las detalladas advertencias de los servicios de inteligencia desclasificados por Estados Unidos y el Reino Unido, muchos dijeron que Putin solo alardeaba de una forma muy astuta. Incluso si incursionaba en Ucrania, algunos predijeron, se detendría en dos territorios separatistas en el este, donde la enorme población que habla ruso haría que fuera más sencillo tomar y mantener el control del terreno.

Zelenski, un comediante y actor convertido en político, fue el protagonista de la reunión en Múnich. Cuando subió al podio en el muy custodiado y elegante hotel Bayerischer Hof, el mismo escenario donde en 2007 Putin arremetió célebremente contra la que dijo que era una intrusión de la OTAN en Rusia, Zelenski fue poco diplomático de manera deliberada. Condenó con dureza el enfoque de cámara lenta de Occidente.

“¿Para qué sirven los intentos de conciliación?”, preguntó. El orden de seguridad posterior a la Segunda Guerra Mundial, dijo, no está a la altura de las depredaciones de líderes como Putin. “No están a la altura de las nuevas amenazas”, dijo. “No son eficaces para superarlas. Es un jarabe para la tos cuando se necesita una vacuna contra el coronavirus”.

Después, Zelenski se reunió en privado con la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris. Allí, reiteró su insistencia en que Estados Unidos apoyara el esfuerzo de Ucrania para unirse a la OTAN, en un lapso tan corto como en el verano. Pidió mucho más apoyo militar. Aunque Harris describió el encuentro como un buen intercambio con un socio valioso —si no un aliado—, los ucranianos se molestaron porque ella no había acudido con planes más concretos para la ayuda militar.

Por la tarde, Zelenski estaba de nuevo en el aire, abordo de un avión sin número en la cola ni un plan de vuelo registrado. Algunos periodistas y otras personas siguieron el avión en una aplicación que rastrea aeronaves, y advirtieron que, tras evitar el espacio aéreo de Rusia y Bielorrusia, llevó a Zelenski de vuelta a la capital de Ucrania, Kiev, a tiempo para la cena y un ataque inminente.

 

El sorprendente revés de Alemania

Scholz, el líder de Alemania, apenas llevaba dos meses en su nuevo cargo cuando Putin insinuó lo que se avecinaba. Fue el 15 de febrero, en una reunión que duró casi cuatro horas en Moscú, en donde los dos hablaron separados por la ahora famosa mesa de seis metros de largo, donde Putin también había tenido un encuentro maratónico con el presidente de Francia, Emmanuel Macron.

Ucrania, le dijo Putin a Scholz, era históricamente parte de una Gran Rusia que se había desintegrado por una serie de trágicos errores. Los ucranianos y los rusos eran “un solo pueblo”, dijo. Esa noche, cuando le preguntaron a Scholz por las intenciones de Putin, el canciller respondió: “Creo que tenemos que tomarlo al pie de la letra”.

La gravedad de la situación fue evidente seis días después, cuando Putin declaró que Rusia reconocía oficialmente a los territorios separatistas de Donetsk y Lugansk, una medida que casi todo Occidente consideró el preludio de una invasión.

Cuando la guerra parecía estar a horas de ocurrir, Scholz actuó con velocidad y de manera imprevista. Poco antes del mediodía del 22 de febrero, anunció que Alemania abandonaría el Nord Stream 2, un gasoducto submarino de 11.000 millones de dólares que transportaría gas desde Rusia y proporcionaría a Putin una importante influencia sobre Europa. El gasoducto, que fue objeto de un tortuoso debate en el Partido Socialdemócrata de Scholz, se había convertido en un símbolo de la debilidad alemana hacia Rusia y de su instinto mercantilista de anteponer los intereses económicos.

Ahora, era asunto terminado.

“La situación ha cambiado de manera radical”, dijo Scholz, junto al Primer Ministro de Irlanda, que se encontraba en Berlín.

Ese mismo día, Alemania aprobó un primer paquete de sanciones con otros miembros de la Unión Europea. Las casi 600 páginas de sanciones incluían la prohibición de viajar y la congelación de activos de personas del círculo cercano de Putin, incluido su ministro de Defensa, Serguéi K. Shoigú, y su jefe de Gabinete, Anton Vaino.

En el Reino Unido, donde los oligarcas rusos se han introducido en el sistema político y comercial, el primer ministro, Boris Johnson, impuso la prohibición de viajar a tres magnates rusos y dijo que se congelarían los activos británicos que tuvieran en el país.

Los funcionarios europeos dejaron en claro que las sanciones podrían aumentar si Putin realizaba nuevas incursiones en Ucrania. Pero la ministra de Asuntos Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock, no estaba del todo satisfecha.

Integrante del Partido Verde que había presionado durante mucho tiempo por un abordaje más duro con Rusia, Baerbock abogó por dirigir las sanciones al banco central de Rusia y se excluyera a algunos bancos rusos del SWIFT, un sistema internacional de mensajería para las transacciones financieras transfronterizas. Eliminar los bancos haría mucho más difícil recibir o transferir dinero fuera de Rusia. Sin embargo, en ese momento el canciller todavía se resistía.

Sin embargo, la suspensión del Nord Stream 2 supuso la caída de un importante tabú alemán. La paralización del gasoducto ya ha reabierto un angustioso debate sobre la política energética del país, en el que algunos instan a retrasar el cierre de las últimas centrales nucleares del país y Scholz anuncia planes para acelerar la construcción de dos terminales de gas natural licuado para reducir la dependencia alemana del gas ruso.

Quizá, más que cualquier otro factor, el repentino cambio de rumbo de Alemania, que pasó de la ambigüedad a una fuerte intervención en la acción disuasoria de Occidente, señaló el frente unido al que se enfrentaría Putin si invadía.

“Fue una declaración de guerra”, dijo Marie-Agnes Strack-Zimmermann, presidenta del comité de defensa del Parlamento alemán, sobre el reconocimiento de Putin de los dos territorios ucranianos.

Y entonces, empezó la guerra.

 

Un camino vacilante a las sanciones

Cuando Putin apareció en televisión en las primeras horas del 24 de febrero para anunciar que había ordenado una “operación militar especial” en Ucrania —evitando usar la palabra “guerra”— el sonido de las explosiones y las sirenas antiaéreas se escucharon casi de inmediato en Kiev y otras ciudades. Las tropas rusas entraron al país por tres costados. Vehículos militares cruzaron con estruendo la frontera de Crimea, que Putin había anexado por la fuerza en 2014.

Hasta ese momento, dijo Karen Pierce, embajadora del Reino Unido en Estados Unidos, “no creo que nadie en Europa ni en el mundo esperara que fuera total. Ese fue el momento que nos sacudió a todos”.

La tardanza para reconocer la invasión por parte de la Unión Europea fue evidente en las negociaciones iniciales sobre las sanciones. Una década de crisis —desde los problemas de la deuda de la eurozona hasta el brexit y la pandemia— había creado una búsqueda ritualista del interés propio a la hora de elaborar la política europea en Bruselas.

Además, están las innumerables formas en las que los países europeos están entrelazados con Rusia, más allá del gas y el petróleo. Están los turistas rusos que vacacionan en las islas griegas y playas chipriotas; los artículos de lujo italianos y franceses que se venden a clientes adinerados en Moscú; los diamantes que se extraen de Rusia y son vendidos en el bullicioso mercado de la ciudad portuaria belga de Amberes; los bancos austriacos con sucursales rusas.

Estos intereses nacionales, en combinación con el escepticismo persistente en las capitales europeas sobre las advertencias que las agencias de inteligencia estadounidenses y británicas estaban haciendo, condujeron a que los funcionarios europeos propusieran un despliegue lento y gradual de las sanciones.

Los europeos también estaban renuentes a enviar armas letales al ejército ucraniano, incluso aquellas que se catalogaban como de defensa. Temiendo represalias en casa, Alemania y sus vecinos se limitaron a enviar equipo de protección como cascos o chalecos antibalas.

Pero su determinación se agudizó muy pronto con el inicio de la guerra. Poco antes de que lo hiciera Alemania, los Países Bajos ofrecieron a Ucrania misiles Stinger y otras armas. El sábado 26 de febrero, la Unión Europea (UE) estableció un fondo de casi 500 millones de dólares para que sus miembros enviaran armas. Era la primera vez que el bloque compró armas letales para armar al ejército de otro país bajo la bandera de la UE: otra medida insólita y arriesgada.

“No recuerdo un momento en que un blanco de las sanciones occidentales estuviera tan integrado económicamente en Occidente”, dijo Tom Keatinge, investigador sénior del British Royal United Services Institute, un grupo de investigación en Londres. Castigar a Rusia, dijo, se convirtió en un imperativo para los líderes mundiales y los consumidores cotidianos. “Se convirtió en una cuestión de: ‘¿Qué vas a sacrificar tú, persona de a pie, por Ucrania?’”

Los países geográficamente más cercanos a Rusia, como Polonia, Estonia, Letonia y Lituania, así como los Países Bajos —con el respaldo de Estados Unidos y Canadá— presionaron para que se impusiera un solo conjunto enorme de sanciones que perjudicara realmente a Putin, según los funcionarios europeos que participaron en las conversaciones.

En particular, estos países presionaban para que se sancionara a Putin y a su ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, y se suspendiera a los bancos rusos del SWIFT. Pero el SWIFT seguía siendo un no para los alemanes, dijeron varios funcionarios.

 

Un ‘salto cuántico’ en las sanciones financieras

Fue antes de la cena del 24 de febrero, en la noche posterior al inicio de la invasión, cuando la imagen de Zelenski parpadeó en una pantalla de video. Los líderes europeos se habían reunido en el más alto nivel de secreto, sin asesores ni dispositivos electrónicos. Vestidos de traje y corbata, estaban sentados en la comodidad de una sala de conferencias de alta tecnología en Bruselas. Zelenski parecía estar en un búnker, en algún lugar de Kiev, con su ahora famosa camiseta verde militar. El contraste no pasó inadvertido para nadie en la sala.

“Puede que esta sea la última vez que me vean con vida”, dijo Zelenski en otra ferviente petición de sanciones más duras y más armas.

Cuando los líderes salieron de la sala, estaban visiblemente conmovidos, dijeron varios funcionarios. Algunos describieron la aparición de Zelenski como un “catalizador” y algo que “lo cambiaba todo”. Esa misma noche y a la mañana siguiente, dieron instrucciones a sus enviados en Bruselas para que congelaran los activos de Putin y Lavrov y para que por fin dieran luz verde a la separación de muchos bancos rusos de la plataforma SWIFT, una acción concertada contra un país que los había dividido durante mucho tiempo.

“Es un salto cuántico”, dijo Rosa Balfour, la directora de Carnegie Europa. “La invasión de Ucrania por parte de Putin ha unido a los europeos en lo que tal vez ha sido el asunto de política exterior más polémico desde la creación de la Unión Europea”.

Hubo una evolución similar en la postura del gobierno de Biden. Estados Unidos también tenía preocupaciones iniciales sobre el uso del SWIFT como arma. Podría haber consecuencias no deseadas, argumentaron algunos funcionarios, como acercar financieramente a Rusia a China.

En la cumbre de emergencia de la OTAN el 25 de febrero, Johnson, el primer ministro británico, instó a otros líderes a suspender a los bancos rusos del SWIFT. Fue secundado por líderes de Polonia, Letonia y la República Checa.

Al día siguiente, Estados Unidos estaba de acuerdo, junto con la Unión Europea: penalizarían al banco central de Rusia y eliminarían algunas instituciones rusas del sistema SWIFT, para así obstruir el acceso de Rusia a un colchón de reservas internacionales que había acumulado desde la primera invasión a Ucrania en 2014.

Al igual que el cierre del proyecto Nord Stream por parte de Alemania, la acción sobre el SWIFT llevó las sanciones occidentales a un nivel completamente nuevo.

“Restringir los activos del banco central de Rusia en los primeros días de un conflicto va mucho más allá del manual que habíamos visto antes”, dijo John E. Smith, exdirector de la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro estadounidense. “Hacer que EE. UU., el RU, la UE, Canadá, Japón y otras jurisdicciones impongan esa medida voluntariamente durante un fin de semana es un logro asombroso y un repudio a las acciones de Rusia”.

 

En Estados Unidos, una evolución sobre Ucrania

La anexión de Crimea pesaba sobre los funcionarios estadounidenses. Durante el desayuno en la conferencia de seguridad de Múnich, el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, recordó con claridad los errores cometidos en 2014, cuando los aliados occidentales fueron tomados por sorpresa por la conquista relámpago de Rusia. Les llevó casi un año improvisar sanciones, ninguna de las cuales fue tan severa como para obligar a Putin a dar marcha atrás.

Entonces, Blinken trabajaba para Biden, quien en ese momento era vicepresidente, y presionó para que Estados Unidos enviara misiles antitanque Javelin a las tropas ucranianas. Pero el entonces presidente Barack Obama, temiendo un ciclo de escalada con Moscú, se resistió. En una cena en la Casa Blanca en septiembre de 2014 con expertos en política exterior, Obama preguntó: “¿Alguien me puede decir cuál es el interés estadounidense en Ucrania?”

Esos recuerdos se quedaron con Biden, quien como vicepresidente había visitado Kiev varias veces. Ahora, como presidente, vio a Ucrania como una oportunidad para reafirmar el liderazgo de Estados Unidos en el escenario mundial, un papel que resultó afectado después de la salida caótica y sangrienta de su gestión de Afganistán.

Los diplomáticos estadounidenses habían mantenido cientos de reuniones con funcionarios europeos desde que Rusia empezó a reunir a su ejército en el otoño. En una sorprendente excepción a la práctica, la CIA reveló información detallada sobre los planes de guerra de Putin, incluidas las llamadas operaciones de bandera falsa que Rusia podría utilizar como pretexto para atacar. Aunque esa maniobra no logró que Putin reconsiderara su decisión, le quitó a Rusia cualquier elemento de sorpresa.

Aunque el Pentágono no está enviando soldados al campo de batalla, sus generales más importantes están inmersos a profundidad en el intento de anticiparse a las maniobras militares de Rusia. El general Mark A. Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto, lleva a todas partes un mapa de Ucrania marcado con detalles tácticos. Con sus asesores, profundiza detalles sobre la ubicación y la preparación para el combate de unidades terrestres rusas específicas y movimientos de barcos.

Horas después del ataque ruso el 24 de febrero, el secretario de Defensa, Lloyd Austin, llamó a su homólogo ucraniano, Oleksii Réznikov, para asegurarle que el apoyo de Estados Unidos a la independencia e integridad territorial de Ucrania era “inquebrantable” y que nuevos suministros de misiles Javelin y Stinger estaban en camino.

Al día siguiente, la Casa Blanca aprobó otro paquete de 350 millones de dólares en armas y equipos para Ucrania que, según los funcionarios del Pentágono, comenzó a fluir en pocos días, a la velocidad de la luz, en lo que a envíos de armas se refiere.

“Estados Unidos defenderá cada centímetro del territorio de la OTAN con toda la fuerza del poder estadounidense”, dijo Biden. Pero agregó: “Permítanme decirlo de nuevo, nuestras fuerzas no están ni estarán involucradas en el conflicto con Rusia en Ucrania”.

 

Empresas icónicas cortan el cable

A medida que las imágenes de edificios en llamas y de ucranianos huyendo aparecían en las pantallas de todo el mundo, el efecto dominó de la invasión de Rusia se extendió mucho más allá de los ministerios gubernamentales. Para empresas multinacionales como Apple, Google, BP y Shell, los costos de hacer negocios en Rusia de pronto se volvieron insostenibles.

Apple interrumpió las ventas de iPhone y iPad, una decisión que originó un video que circuló en las redes sociales de un hombre ruso rompiendo su iPad con un martillo. La compañía matriz de Google, Alphabet, dijo que YouTube, de la que es propietaria, suspendería la publicidad en los canales afiliados a grupos de medios rusos financiados por el Estado. Google Maps dejó de mostrar información del tráfico en tiempo real en Ucrania por temor a que pudiera poner en peligro la seguridad de las personas del país.

Fue un cambio radical con respecto a otros episodios, como cuando Google y Apple accedieron a la demanda de Rusia de modificar el modo en el que sus mapas digitales demarcaban la disputada península de Crimea después de que Rusia la anexara. El año pasado, ambos cedieron a la presión rusa y eliminaron una aplicación creada por aliados del líder disidente encarcelado Alekséi A. Navalni que estaba diseñada para coordinar la votación de protesta durante una elección parlamentaria.

Pero las acciones de Google no fueron lo suficientemente tajantes para satisfacer a los funcionarios de la Unión Europea. En una videollamada, instaron a los directores ejecutivos de Alphabet y YouTube a eliminar a dos agencias de noticias estatales rusas, RT y Sputnik, de YouTube. Dos días después, lo hicieron.

Los gigantes petroleros occidentales estaban llegando a una idea parecida. El director ejecutivo de BP, Bernard Looney, sabía que su compañía tendría que abandonar su participación de 14.000 millones de dólares en Rosneft, una compañía petrolera rusa controlada por el Estado, casi tan pronto como comenzó la invasión, según personas con conocimiento de la empresa.

Dos días después del ataque de Rusia, Looney tuvo una videoconferencia con el secretario de Negocios del Reino Unido, Kwasi Kwarteng, quien expresó las preocupaciones del gobierno. El domingo por la tarde, el directorio de BP votó a favor de salir de la sociedad de cartera de Rosneft, con lo que concluyó una incursión en el agitado mundo del petróleo y el gas ruso que estaba vigente desde 2003.

La idea de que Looney estuviera en la misma junta que Igor Sechin, director ejecutivo de Rosneft y confidente de Putin desde hace mucho tiempo, no habría caído bien ni al gobierno británico ni a las personas que llenan las gasolineras de BP.

No hay un comprador evidente para la participación rusa de BP, y la compañía advirtió que la desinversión la obligará a incurrir en una deuda en el primer trimestre. Pero BP se ha diversificado hacia las energías renovables, como la eólica y la solar, con lo que su aventura rusa, sobre la que sus accionistas han sido recelosos por mucho tiempo, sea menos importante para su futuro.

“Necesitaban hacer un cambio porque, de lo contrario, enfrentarían muchos problemas de reputación en el país y en el mundo”, dijo Alexander Smotrov, quien dirige el consultorio sobre Rusia y Europa Central y del Este en Global Counsel, una firma de consultoría con sede en Londres.

 

‘¿Qué estamos preparados a hacer?’

Ahora mismo, el ruso más citado en el corazón de Europa no es Vladimir Putin, sino Vladimir Lenin: “Hay semanas donde pasan décadas”.

Diez días después de que un Zelenski desesperado le preguntara al mundo qué estaba esperando, el mundo respondió a escala global y con una velocidad vertiginosa. En gestos pequeños y no tan pequeños, personas e instituciones se enfrentaron a la agresión rusa y expresaron su solidaridad con Ucrania.

En el proceso, la OTAN se ha revitalizado, Estados Unidos ha recuperado un manto de liderazgo que algunos temían que se había desvanecido en Irak y Afganistán, y la Unión Europea ha encontrado una unidad y un propósito que se le habían escapado durante la mayor parte de su existencia.

“Nunca ha habido un momento en que personas del Reino Unido, España, Francia e Italia estuvieran dispuestas a arriesgar sus vidas para defender Estonia, Letonia y Lituania”, dijo el profesor Garton Ash de Oxford. “La pregunta aún sin respuesta para los líderes europeos es: ¿qué estamos dispuestos a hacer por Ucrania a largo plazo?”, dijo.

Mientras Putin continúa su letal avance militar, lo impensable ya ha ocurrido. Ahora lo desconocido se abre paso.

 

 

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