domingo, 12 de septiembre de 2021

Rosa Luxemburgo: la “rosa roja” del movimiento de mujeres

Fuente:   Cristianisme i Justícia

Por:   Clara Temporelli

10/09/2021

 

La historia del feminismo tiene sus puntos ciegos, raramente se menciona la contribución de los países del antiguo bloque del Este. Sin embargo, la alianza que forjaron sus organizaciones de mujeres con las de las antiguas colonias del Sur tuvo un papel destacado en el progreso de la igualdad de sexos en el mundo. Los vencedores de la Guerra Fría han borrado de su relato los aportes de estas mujeres al movimiento feminista internacional[1]. Un ejemplo de ello es la polaca-alemana Rosa Luxemburgo (1871-1919). La mujer cuya vida y obra nos inspira fue una de las grandes revolucionarias del siglo XX y una de las fundadoras de la corriente de pensamiento del socialismo democrático.

 

Pinceladas biográficas

Rosa Luxemburgo era la menor de cinco hermanos, nació el 5 de marzo de 1871, en la pequeña aldea de Zamosc, en la zona ruso-polaca de Lublin, donde una tercera parte de la población era judía, dominada en ese entonces por la Rusia zarista. Era hija de un comerciante judío de Varsovia. Su brillante inteligencia le permitió estudiar a pesar de los prejuicios que imperaban contra las mujeres en ese entonces, y pese a la discriminación antisemita que existía en Europa. Pronto destacó como una de las principales dirigentes de la socialdemocracia europea. En 1889, a los 18 años, abandonó Polonia a consecuencia de la persecución de la policía debido a su militancia, refugiándose en Suiza. Allí terminó sus estudios de filosofía, historia, política, economía y matemáticas de forma simultánea y se doctoró en una época en que muy pocas mujeres iban a la universidad. Entró en contacto con exiliados políticos y se unió a la dirección del joven Partido Socialdemócrata Polaco. Contrajo matrimonio en 1895 con Gustav Lübeck para adquirir la nacionalidad alemana y poder trabajar con el movimiento obrero en ese país.

Junto al político alemán Karl Liebknecht, fundó la liga de Spartacus, que más adelante se convertiría en el Partido Comunista Alemán. Fue redactora del periódico teórico “Neue Zeit” y autora de varios libros. Fue sentenciada (1903-1904) a prisión acusada de “insultar al Kaiser”, el emperador Guillermo II, por decir que él que “no tiene ni idea de cómo viven los obreros”. Ahí inicia un sostenido tour por prisiones alemanas y polacas. De hecho, vivió la mayor parte de la I Guerra Mundial “a la sombra”.

Participó directamente en la revolución de 1905 en Polonia. En marzo de 1906 fue nuevamente arrestada y encarcelada en Varsovia. Vivió activamente el Congreso del partido socialdemócrata alemán en 1906 y el Congreso Socialista Internacional celebrado en Stuttgart un año después, en el que intervino en nombre del partido ruso y polaco. Su pensamiento representaba a las opciones más radicales en el seno de la II Internacional. Gran teórica, realizó importantes aportes en lo referente a las relaciones entre nacionalismo y socialismo, y sobre el socialismo democrático. Realizó también aportes teóricos originales en torno al imperialismo y al derrumbe del capitalismo, en su obra La acumulación del capital de 1913. Su crítica a Marx se basa en las predicciones de éste acerca de las crisis cíclicas del capitalismo. Marx pensaba que el capitalismo, como sistema económico y político basado en el crecimiento y la búsqueda constante del beneficio, debía colapsar en algún momento, por saturación. Sin embargo, muchas décadas después de muerto Marx, las crisis periódicas del capitalismo parecían aplazarse o solventarse sin producir convulsiones en el sistema. Rosa Luxemburgo encontró la explicación a este hecho en el colonialismo, hallando que el crecimiento de las potencias capitalistas habían encontrado una vía de expansión en las colonias, la cuales, al tiempo que procuraban materias primas a muy bajo costo, servían también de mercado donde colocar los productos manufacturados. En el mismo sentido, expuso las primeras teorías sobre el imperialismo, que más tarde desarrollaría Lenin. Rosa Luxemburgo creía en una opción socialista internacional, esto es, alejada de particularismos y nacionalismos. Esta era la explicación teórica de Luxemburgo para los orígenes del imperialismo, que sigue explicando el proceso de saqueo y exterminio al que están sometidas las poblaciones en América Latina.

Al estallar la I Guerra Mundial en 1914, el grupo parlamentario socialdemócrata alemán (SPD) apoya unánimemente a los créditos de guerra. Rosa Luxemburgo, pacifista convencida, forma parte de la oposición interna en el Partido, difunde centenares de miles de folletos para movilizar a la población contra la guerra. Ella y el socialista francés Jean Jaurès propusieron que, en el caso de que estallara la guerra, los partidos obreros de Europa debían declarar la huelga general. El 20 de febrero, nuevamente es arrestada, acusada de incitar a los soldados a la rebelión, por su propaganda antibélica.

También ante la Revolución Rusa de Octubre de 1917 discutió con Lenin, entre otros puntos, que “la revolución proletaria no necesita el terror y abomina el asesinato”.

En 1918 hay vientos de revolución en Alemania, cuyas fuerzas de izquierda miran hacia el ejemplo ruso y cuya población está cansada de la guerra. El 28 de enero se declara la huelga general y se inicia la formación de Consejos Obreros. El 31 de enero la huelga es prohibida y se declara el estado de sitio, extendiéndose la represión. En marzo, Rosa es encarcelada conjuntamente con otros militantes El emperador Guillermo II abdica. Se pretende la refundación de Alemania como democracia socialista con una nueva Constitución. Liberada dos días antes, llega a Berlín y coedita “Bandera Roja”, para poder influir a diario en los sucesos políticos. En los últimos días del año 1918, participa en la fundación del Partido Comunista Alemán, KPD. El 15 de enero de 1919, Rosa Luxemburgo y su co-ideario Karl Liebknecht son asesinados en Berlín por los soldados que reprimen el levantamiento. Sus cuerpos son arrojados a un canal. Estos asesinatos desatan una ola de protestas violentas en todo el país, que se extienden hasta mayo de 1919, y cuya represión militar lleva a varios miles de muertos.

 

¿Rosa Luxemburgo feminista?

El feminismo para Rosa Luxemburgo tenía un tope, que era el de la verdadera emancipación de clase. Una mujer puede llegar a tener los mismos derechos, un pueblo entero puede llegar a tener los mismos derechos en todos sus rincones. Pero lo que el socialismo dice es que esos derechos no son posibles si existe una dominación económica. Así, la causa feminista sólo tiene un sentido emancipador si se subsume dentro de la socialista.

La tenaz oposición contra la Primera Guerra Mundial que le valió la cárcel no constituyó obstáculo para seguir difundiendo su pensamiento a través de libros que escribió estando en prisión. Luxemburgo, además de su prominente carrera política, abrazó de diversas formas el movimiento feminista, lo mismo defendiendo el derecho de las mujeres alemanas al voto, la autonomía de éstas frente al aparato político represor de aquella época, que oponiéndose al antimilitarismo.

En una carta a Clara Zetkin (líder “feminista oficial” de la socialdemocracia alemana), Rosa señaló que estaba orgullosa de llamarse feminista, en una época en la cual los derechos de las mujeres eran restrictivos. “Quien es feminista y no es de izquierdas, carece de estrategia. Quien es de izquierdas y no es feminista, carece de profundidad”, es una de las frases más recordadas de la autora de libros tales como El voto femenino y la lucha de clases (1912).

Durante muchos años, muchos suponían que Rosa Luxemburgo no era feminista y que la emancipación de las mujeres no le importaba. Sin embargo, éste no es el caso. Ella rechazaba las repetidas solicitudes por parte de los dirigentes del Partido Socialdemócrata Alemán, para jugar un papel más directo en la sección de las mujeres del partido y en Gleichheit, pero fue porque ella consideraba que los hombres querían desviarle de su implicación directa en los debates políticos y teóricos del socialismo alemán que querían reservarse para sí mismos. Se topó con mucho sexismo dentro de los dirigentes del SPD (incluso por parte de August Bebel, autor de Mujeres bajo el Socialismo) y sabía perfectamente que era sexismo cuando se frustraban sus esfuerzos por hacerse oír. Sentía, en cambio, que la forma más efectiva de combatir tales barreras era poniendo al descubierto la debilidad política y teórica de sus adversarios.

Sabemos ahora que escribió mucho sobre la emancipación de las mujeres. Una de sus grandes preocupaciones cuando salió de la prisión en noviembre de 1918 fue impulsar el establecimiento de una sección de mujeres dentro lo que llegaría a ser a finales de diciembre el Partido Comunista Alemán. Este hecho es bastante asombroso teniendo en cuenta la cantidad de cuestiones que tuvo que atender en los escasos dos meses de convulsión revolucionaria entre su liberación y su muerte. Es como si, una vez liberada de los estorbos del Partido, se sintiera libre para centrarse con más determinación en los temas de las mujeres. 

En su época, la tesis de la inferioridad natural de la mujer era ampliamente aceptada en la sociedad patriarcal de la Alemania imperial: el código civil establecía la subordinación de la mujer y los hijos al marido.Recién en 1908 se levantó la prohibición a su participación en la vida política y a su ingreso a la universidad. La idea de una naturaleza femenina, que obligaba a la mujer a limitarse al papel de esposa y madre, era moneda corriente. En este escenario, la principal bandera feminista consistía en la lucha contra la desigualdad entre los sexos, especialmente la lucha por los derechos políticos, que fueron alcanzados sólo cuando cayó la monarquía en 1918.

Al leer lo poco que escribió al respecto, veremos que su posición es básicamente la misma que la de su amiga Clara Zetkin: ambas separan el “feminismo burgués” y el “feminismo proletario”, consideran el trabajo asalariado fundamental para la emancipación femenina y critican a la familia burguesa, con su inherente desigualdad. Esto queda claro cuando Rosa comenta sobre el Congreso Internacional de las Mujeres, celebrado en Berlín en 1904, que ve como un congreso de “señoras”. Para ella, la lucha consecuente por los derechos de las mujeres es inseparable del combate contra el racismo, como en los primeros tiempos del movimiento feminista en Estados Unidos.

Critica el movimiento feminista europeo con sus demandas fútiles, que solo cumplen el papel de llenar el “vacío de la vida y la cabeza” de las mujeres, cansadas de servir de muñecas o cocineras de sus maridos. Ella ironiza el “ingreso de las mujeres a las universidades, andar en bicicleta, derecho de voto para los parlamentos, enseñar floricultura y manualidades a las niñas, discutir cuál es la mejor manera de educar a los niños, usar ropa cómoda, etc.” En cambio, “la mujer trabajadora, que se niega a asistir a este congreso de “señoras”, es igual a su compañero en el sufrimiento del trabajo para obtener el pan de cada día para ella y sus hijos”. Haciendo realidad el deseo, Rosa considera que ya existe la igualdad entre hombres y mujeres del proletariado por las siguientes razones: ambos trabajan para el capital y perciben salario, justificación para tener los mismos derechos políticos en la sociedad capitalista; ambos están comprometidos en la lucha por el socialismo y saben que “tan pronto como la clase trabajadora victoriosa haya eliminado toda explotación y opresión del hombre por el hombre, también encontrará fin la larga dominación de la mujer por el género masculino”.

En los pocos artículos que escribió sobre el tema, Rosa adopta la posición convencional de las feministas de izquierda de principios del siglo XX, en la que la cuestión femenina es sólo un aspecto de la cuestión social. Además, considera que la mujer trabajadora se independizó a través del trabajo remunerado. Contra la estrechez de la vida doméstica, presenta una visión idealizada de la mujer trabajadora y parece ignorar la opresión de género en la clase trabajadora: “Es sólo en la proletaria moderna que la mujer se convierte en un ser humano, porque sólo la lucha produce el ser humano, la participación en el trabajo cultural, en la historia de la humanidad”.

En sus artículos llama la atención aspectos de gran actualidad: la unión entre feminismo y combate al racismo; la reflexión de que el arduo trabajo doméstico es “un aporte gigantesco en términos de auto-sacrificio y dispendio de fuerzas” que ayuda al hombre “a garantizar, con un salario exiguo, la existencia diaria de la familia y la educación de los hijos” es injustamente considerado improductivo. Rosa parece descontenta con la camisa de fuerza del análisis marxista tradicional, que ignora el papel central del trabajo reproductivo en el mantenimiento de la vida. La idea de que el trabajo doméstico no remunerado genera ganancias indirectas para el capitalista sólo se formuló mucho más tarde, incluso a partir de las indicaciones de la misma Rosa en su obra de economía política.

 

Las feministas y Rosa Luxemburgo

Las feministas alemanas de los años 1980 fueron las primeras en apropiarse creativamente de las ideas de Luxemburgo, al ver que podían aportar para una política diferente a la masculina, más cercana a las necesidades humanas, menos tecnocrática, menos beligerante, menos destructiva. En un principio, Rosa apareció como inspiración por ocupar el espacio público como intelectual, oradora, periodista, profesora en la escuela del partido, y también por su vida privada. En una época en que era consenso que la participación femenina en el espacio público representaba un avance en términos de humanización, fue necesario ver a las mujeres en altos cargos para perder las ilusiones al respecto.

Yendo más lejos, las feministas se dieron cuenta que el eje del pensamiento político de Rosa Luxemburgo -las masas solo se libertan a través de su acción autónoma- también era válido para la emancipación de las mujeres. Al igual que las masas, si las mujeres no actúan por sí mismas, los demás siempre actuarán por ellas. La emancipación de los subalternos sea una clase, sean las mujeres, sólo puede resultar de la acción autónoma de los interesados. La libertad otorgada no es libertad.

La teorización feminista inspirada en Rosa Luxemburgo fue más allá de la idea básica de la auto-emancipación de las mujeres al incorporar la tesis central de La acumulación del capital, su principal obra de economía política. En términos muy esquemáticos: el capital necesita dominios externos a él para reproducirse y en este proceso de “acumulación primitiva permanente” destruye con violencia los dominios extracapitalistas al transformarlos en mercancías. 

En la década de 1980, las feministas actualizaron esta tesis al mostrar que los espacios de acumulación del capital no son sólo geográficos, sino también sociales, e incluyeron el trabajo doméstico no remunerado de las mujeres, que permite que el capital pague salarios más bajos que el de los trabajadores varones. El trabajo flexible, precario, mal remunerado -o no remunerado- de las mujeres se ha convertido en el punto de referencia para la acumulación del capital a gran escala. La madre naturaleza, las mujeres y las colonias son centrales y no periféricas en el proceso de acumulación del capital. Este conjunto de ideas es inspirador para las feministas de América Latina.

 

Rosa Luxemburgo: ¿una ecologista adelantada a su tiempo?

Puede parecer excesivo ver a Rosa como una precursora en este aspecto fundamental, pero lo cierto es que su profundo amor por la naturaleza la convierte en una socialista muy especial en comparación con sus compañeros de partido. Por vocación, Rosa Luxemburgo se habría dedicado a las ciencias de la naturaleza si el deber moral de luchar por el cambio social no se hubiera impuesto. Su conexión con la naturaleza -que aparece en las cartas escritas desde la prisión durante la Primera Guerra Mundial, cuando, impedida por la censura de hablar de política, envía a sus amigas y amigos hermosas y detalladas descripciones de plantas, animales, nubes- es un rasgo tan constitutivo de su personalidad que es imposible entender a Rosa si no se lo tiene en cuenta. Tampoco nos podemos olvidar del herbario casi profesional al que se dedicó entre 1913 y 1918.

Ella resume su conexión con la naturaleza en una carta a su amiga Sonia Liebknecht, del 12 de mayo de 1918. Al comentar la indiferencia de los habitantes de las ciudades en relación a los árboles y los animales, escribe: “En mí, por el contrario, la fusión íntima con la naturaleza orgánica… adopta formas casi enfermizas, lo que probablemente tiene que ver con mi estado de nervios… desde mi celda delgados hilos invisibles me conectan con miles de criaturas pequeñas y grandes en todas las direcciones”.

Una carta anterior, del 2 de mayo, a la misma amiga, es aún más sugerente sobre este tema. Confiesa su sufrimiento al leer, en prisión, un libro que explicaba cómo la desaparición de las aves canoras en Alemania se debía a la creciente destrucción de los bosques y a la agricultura mecanizada. Y compara la aniquilación lenta y silenciosa de “estas pequeñas criaturas indefensas” con el exterminio de los indígenas americanos, que fueron “expulsados ​​poco a poco de su tierra por los hombres civilizados y entregados a una decadencia muda, cruel”.

En este pasaje vemos claramente el vínculo entre las cuestiones ambientales y sociales. Es cierto que no se trata de una reflexión teórica, son más bien manifestaciones de su forma espontánea de ser, que forman parte de una visión generosa del mundo que abarca todas las formas de vida. Esto nos da elementos para pensar en una concepción post-humanista del socialismo, que otorgue la misma dignidad a todas las manifestaciones de vida: animales, plantas, humanos. Y en el reino de los humanos todos tienen su lugar, especialmente los pobres, los infelices, los maltratados, los despreciados, los “humillados y ofendidos”, las poblaciones originarias exterminadas o saqueadas. En una palabra, todos los que han sido y son marginados por la aplanadora de la modernización capitalista.

Hoy Rosa estaría al lado de los que luchan contra la extinción de la vida en la Tierra, de los que defienden la convivencia armoniosa entre los humanos y la naturaleza, de quienes rechazan la idea de que los humanos tienen derecho a expropiar la naturaleza como recurso con el objetivo de obtener lucro, precisamente porque se creen el centro de la creación al que todo lo demás está subordinado. Contra este imperialismo antropocéntrico, Rosa escribe a Luise Kautsky, el 15 de abril de 1917: “Me doy por feliz por estar viva, todas las mañanas inspecciono con atención los brotes de mis arbustos, visito todos los días una vaquita de San Antonio roja con dos pintitas negras en la espalda que desde hace una semana mantengo viva en una rama a pesar del viento y el frio, protegida por el calor de un vendaje de gasa, observo las nubes siempre nuevas y más bonitas y siento que no soy para nada más importante que esta vaquita de San Antonio, y soy indescriptiblemente feliz en este sentimiento de mi pequeñez”.

Rosa Luxemburgo quería no solamente oportunidades iguales para hombres y mujeres dentro de los límites de la sociedad patriarcal-capitalista, sino terminar con el sistema de explotación y dominación de los seres humanos por los seres humanos y de la naturaleza por el capital. Por eso luchó toda su vida por una sociedad justa y libre, sinónimo de socialismo. En esta época de desmantelamiento del planeta, cuando la “nueva normalidad” que se anuncia puede significar el fin de la vida en la Tierra, su proyecto nos sigue interpelando.

Por su feminismo vivido, por su amor a la naturaleza y por su “optimismo” Rosa sería hoy, sin duda, una ecofeminista. Estaría junto a las organizaciones del feminismo popular que están tejiendo redes de cuidado, de las/os migrantes, de las/os luchadores urbanos, de las/os campesinos que reclaman por sus tierras y transitan hacia la agroecología. Apoyaría a los movimientos por la justicia ambiental, impulsados en todo el mundo.

Aunque los nombres de las feministas del Este a menudo han quedado en el olvido, estas mujeres formaron coaliciones sólidas fundadas en sus convicciones de construir un mundo pacífico y equitativo, forzaron avances de derechos para las mujeres de todo el mundo. Sus sueños perduran, aunque sus voces se suelen apagar.

La vida, obra y pensamiento de Rosa Luxemburgo constituye un ejemplo de vida, ante una realidad donde los números reflejan que la discriminación política, social y económica ha ocasionado la muerte de millones de mujeres a nivel mundial. La teórica marxista Rosa Luxemburgo, es una de las figuras más importantes en la historia, que representó el feminismo como pocas mujeres.

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[1] Le Monde Diplomatique, julio 2021.

 

 

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