lunes, 20 de septiembre de 2021

Cultura de violencia y Memoria

El reto está en el Parlamento Vasco si lo que se pretende es afianzar una «Euskadi con memoria», o sea, que tienda puentes intergeneracionales

 

 

 

 

Fuente:   El Diario Vasco

IÑAKI ADÚRIZ

20/09/2021

 


JOSEMARI ALEMAN AMUNDARIAN

 

Las diferentes opiniones que se están dando estos días sobre las razones que puedan explicar los disturbios violentos de los últimos meses tienen una gama de colores variada. Pues bien, si se habla de violencia, de altercados y disturbios callejeros contra la Ertzaintza y policías locales, de daños a comercios y mobiliario urbano, cabría añadir otra posible causa. Sería la que se relaciona con la cuestión de la memoria, respecto a la violencia practicada en nuestro país, a lo largo del último medio siglo, violencia que, como se recordará, fue instigada y materializada, en su gran mayoría, por ETA. No quiero decir que la kale borroka sea la causa de los altercados, a pesar de que alguna revuelta de principios de año tuvo trazas de ello, o de que puede que la izquierda abertzale participe en ellas. Declaraciones a este periódico del portavoz de Erne, Aitor Otxoa, en las que reitera el componente político que subyace en los incidentes y la estructura de violencia callejera que, históricamente, caracteriza a Euskadi, frente a otros lugares, van por ahí.

En cualquier caso, solo deseo plantear la hipótesis de que los graves incidentes que se vienen sucediendo pueden ser el resultado de la cultura de violencia que se cobija aún en el seno de nuestra sociedad. No sé si, como dicen algunos, el peligro de nuestro futuro inmediato es que los altercados se prolonguen y aumente el número de personas que los lleven a a cabo. Lo que sí sospecho con preocupación es que la cadena de transmisión de la memoria, que, con naturalidad, habría tenido que activarse de una a otra generación, se haya interrumpido, en algún momento. Después, vacíos y olvidos se incrementan, hasta el punto de no hallar elementos de engarce con el pasado, que lo reconsideren críticamente. Porque, si hay algo que caracteriza a la memoria es que sirve de puente entre generaciones, lo que termina por darle sentido. Es indudable que, de esta forma, se convierte, metafóricamente, en un centro de mando, a través del cual se articula la vida diaria de las sociedades. No es, pues, una cuestión meramente individual, sino, más que nada, colectiva, de todos. ¿Se podría asemejar al concepto de 'intrahistoria', de la que nos hablaba su creador, Miguel de Unamuno? En cierto modo sí, dado que este se trata del poso que van dejando los distintos acontecimientos más manifiestos y variables de la historia, y que se integra en la vida normal de la sociedad. Sin embargo, por ahora, ese poso de memoria dista mucho de que se haya conformado todavía aquí. Casualmente, parece que sucede lo contrario. Así, la memoria de la violencia padecida no termina por asentarse y, por el contrario, es la última la que lo hace. Resulta paradójico que lo habitual sea, entonces, la postura violenta –¿los 'ongi etorri' no son una expresión de esta, en un escenario ya habitual?–, frente a un ejercicio de memoria más ocasional. De ahí que lo tradicional sería la práctica violenta, mientras que memorizar los efectos fatales que produjo la misma resultaría ser, más bien, algo variable y distinto, una suerte de inusual aprendizaje, si no ha habido un contexto determinado y una pedagogía previa, a cargo de la sociedad, con dos frentes interactuando, el estamento familiar y educativo, y el político.

Sí, ahora se habla mucho de memoria. Si esto es una buena noticia, inmejorable, incluso, por contra, se va viendo una trayectoria, en la que, en lo concerniente a esta materia, también, parece que la política, mejor dicho, los partidos políticos, desean su protagonismo. Quizás tenga que ser así, provistos, como estamos, de dos administraciones, la central y la de la comunidad, y esto se refleje, tanto en leyes o planes que se aprueban, como en ubicaciones que se escogen. Todo, según estimo, para que la memoria, no tanto se estanque, en un lugar físico, sino que, debido a la muestra que se hace del pasado violento, aquella llegue a cobrar vida futura, es decir, se la tenga presente para la mejor convivencia de la sociedad. Así, al inaugurado, hace poco, Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo (Vitoria), se le añade, ahora, la presentación del espacio expositivo sobre las violencias producidas en Euskadi, Gogoak Hedatuz (Bilbao). Es bueno sumar fuerzas en este tema, pero una mínima coordinación y colaboración se tendrá que hacer evidente. Las del Gobierno central y vasco, en el homenaje a las víctimas del etarra Parot, lo señala. Por otro lado, ahí está el Plan de Convivencia, Derechos Humanos y Diversidad 2021-2024 (Udaberri), tercero bajo el mandato de Urkullu, presentado a finales de mayo, como borrador, y, por lo que parece, ambicioso, si cabe, por el abanico de inquietudes y esperanzas que se vislumbran. Precisamente, una de estas sería el cierre del ciclo de la violencia pasada, pues pocas posturas unitarias se han dado en el Parlamento Vasco, a lo largo de estos años. El reto, pues, vuelve a estar, en esta institución, si lo que, al final del plan, se pretende es afianzar una «Euskadi con memoria», o sea, que tienda puentes intergeneracionales.

 

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