Fuente: Diario Vasco
Martin Rees es uno de los grandes
sabios británicos del presente. A sus 78 años, su trabajo lo ha llevado a
preguntarse por las grandes cuestiones de la humanidad. Y no solo en su campo.
Rees es, ante todo, un estudioso del futuro. Y, a no ser que cambiamos
drásticamente de rumbo, nos lo augura de lo más negro.
(FOTO:
EAMONN MCCABE)
El astrónomo británico Martin Rees (York, 78 años) calculó en 2003 que la probabilidad de que sucediera una catástrofe biológica con más de un millón de muertos, debida a un ataque terrorista o un error humano, era del 50 por ciento antes de 2021. Hace cuatro años, el psicólogo Steven Pinker se apostó 200 dólares a que esto no sucedería. Rees aceptó el envite. Este profesor emérito de Cosmología y Astrofísica en la Universidad de Cambridge, cuyas investigaciones sobre la radiación cósmica de fondo certificaron la teoría del Big Bang y le valieron el título de ‘lord’, es el fundador del Centro para el Estudio de los Riesgos Catastróficos y Existenciales, que estudia las amenazas que pueden llevar al colapso de la civilización e incluso a la extinción del ser humano. Antes presidió la Royal Society, a la que pertenecieron Isaac Newton, Charles Darwin o Albert Einstein, y dirigió el Trinity College. Es autor de En el futuro: perspectivas para la humanidad (Crítica).
XLSemanal. Con independencia del origen del coronavirus, si se considera que su propagación se debió en gran medida a la incompetencia humana, se puede decir que usted ganó la apuesta…
Martin Rees. Por desgracia. Normalmente, los científicos somos muy malos pronosticando. Hace unos años conocí a un magnate de la India. Sabiendo que ostento el título de astrónomo real, me preguntó si elaboraba el horóscopo de la reina. Cuando le aclaré que soy astrónomo y no astrólogo, perdió todo interés en mis predicciones.
XL. Vislumbramos el principio del fin de la pandemia, con permiso de las variantes del virus...
M.R. Pero nunca nos debió coger tan desprevenidos. Y no va a ser la última pandemia de este siglo. Es mejor hacerse a la idea de que tendremos otra cada diez o veinte años…
XL. ¿Estaremos mejor preparados?
M.R. El problema es que los políticos tienen una agenda local e inmediata, pero las amenazas de este siglo son globales. Algunas, como el cambio climático, son a largo plazo; otras pueden golpear en cualquier momento, aunque la probabilidad de que lo hagan sea baja. Esto hace que nuestros líderes no tengan incentivos para responder. Como decía Jean-Claude Juncker: «Saben lo que tienen que hacer, pero no saben cómo ser reelegidos si lo hacen».
XL. Por lo menos, los asesores científicos han influido en las decisiones de los gobiernos.
M.R. Ha sido una excepción. Perderán su influencia en cuanto se nos pase el susto.
XL. Cuando recuperemos la normalidad, ¿volveremos a las andadas?
M.R. La pandemia ha sido una llamada de atención. Nos ha recordado lo vulnerables y lo frágiles que somos, y lo interconectados que estamos ante catástrofes que ya no son nacionales, sino mundiales. Pero hay que dar un paso más. Hay que prepararse…
XL. Usted fundó una institución que estudia precisamente cómo afrontar esos riesgos. ¿Qué les diría a los políticos para que se tomen estas amenazas más en serio?
M.R. Que la pandemia se ha cobrado casi 5 millones de vidas [o entre 15 y 18, según calcula The Economist]. Y el impacto económico supera los diez billones de dólares. No es tan descabellado gastar unos miles de millones en prepararse para nuevas amenazas. Y no solo virus, hablo de riesgos de todo tipo. Hay que abrir el foco: un ciberataque masivo, el bioterrorismo, un experimento que sale mal…
XL. ¿Pero tenemos medios?
M.R. Las amenazas están identificadas. Y requieren una acción urgente. Yo lo comparo con una póliza de seguros. Vale la pena contratar un seguro a todo riesgo, aunque haya que pagar algo más. Pero los gobiernos no harán nada a no ser que haya un clamor por parte de los votantes.
XL. ¿Y cómo se moviliza a los votantes?
M.R. Haciéndoles entender que estamos hablando no solo de su bienestar, sino de la supervivencia de sus hijos y sus nietos.
XL. Habrá que legislar…
M.R. Por mucho que se regule, las amenazas ‘bio’ y ‘ciber’ son muy difíciles de parar. Pasa como con las leyes antidroga o contra la evasión fiscal. Siempre hay alguien, en algún lugar del mundo, que se las salta. Hoy, unos pocos individuos pueden causar una catástrofe masiva, incluso una sola persona. No puedes fabricar una bomba atómica en el garaje, pero desde tu dormitorio, con tu ordenador, puedes lanzar un ataque contra las infraestructuras críticas. Así que lo que tenemos que hacer es procurar que esas infraestructuras sean más resilientes.
XL. ¿No lo son?
M.R. No lo suficiente. Dependemos de redes muy sofisticadas. Las redes eléctricas, las finanzas internacionales, el control del tráfico aéreo, las fábricas… Muchos pensaban que el suministro de los supermercados estaba garantizado, hasta que vieron los lineales vacíos en las primeras semanas de la pandemia. Solo fue un amago de desabastecimiento, pero nos hizo ver hasta qué punto dependemos de redes de transporte y distribución que funcionan sin apenas margen.
XL. ¿Qué más podemos hacer?
M.R. Hay problemas como el cambio climático o la degradación medioambiental que conocemos bien, pero seguimos sin aplicar medidas en serio. Somos como la rana en la olla. El agua se está calentando poco a poco. Cuando queramos saltar porque está hirviendo, será tarde.
XL. ¿Le ha sorprendido la rapidez con la que se propagó el coronavirus y, ahora, la variante delta?
M.R. Más que la rapidez, el hecho decisivo es que se propaga globalmente. Por eso, las pandemias causan más daño económico ahora que en el siglo XIV.
XL. Pero la peste negra diezmó a la población europea…
M.R. Sí, pero las aldeas seguían funcionando. La economía no se paró, porque era local. La COVID-19 nos ha mostrado hasta qué punto la tecnología hace nuestras vidas más fáciles, pero también más vulnerables. En la Edad Media, la gente vivía vidas miserables, pero también tenía menos expectativas que nosotros. Además, poco se podía hacer para mejorar sus vidas. Hoy, en cambio, los apuros de la gente que forma parte de los mil millones más pobres se solucionarían redistribuyendo las riquezas de las mil personas más ricas.
XL. Usted ha escrito que un ataque a las infraestructuras que cause un apagón prolongado o un ataque biológico pueden llevar a la anarquía.
M.R. Sí, también puede haber revueltas si la vacuna no se reparte con equidad a toda la población en todos los países. Hay otros riesgos sociales muy grandes. Uno es la superpoblación. Hace 50 años la población mundial era de 3500 millones de personas, en la actualidad ronda los 7800 millones. Y serán 9000 en 2050. La gente en los países en desarrollo es joven. África crece a un ritmo extraordinario. Nigeria podría superar la población de Europa y Norteamérica en 2100. Pero está mal visto hablar del tema.
XL. ¿Por qué?
M.R. Por los experimentos de eugenesia de los años treinta, por la política del hijo único en China y porque los pronósticos de que no se podría alimentar a tanta gente, de momento, no se han cumplido… Hay hambrunas, pero no por escasez, sino por guerras o mala distribución. Los avances en agricultura han conseguido alimentar a este excedente de población, pero no es un modelo sostenible si no se aprovecha mejor el agua, se cultiva con menos nitratos y se dejan de contaminar los acuíferos… Habrá que hacer innovaciones en la dieta. Convertir a los insectos, que son una fuente de proteínas, en una comida apetitosa. Comer menos carne… En fin, los optimistas dicen que cada boca nueva trae dos manos y un cerebro.
XL. En España decimos que cada niño viene con un pan bajo el brazo…
M.R. Pero las tensiones geopolíticas son preocupantes. Los que viven en países pobres saben lo que se están perdiendo por no vivir en un país rico. Lo ven en Internet. Y la gente ya no es tan fatalista; y se resigna menos ante lo injusto de su destino. La robotización, además, va a golpear a estas economías, que ya no podrán ofrecer mano de obra barata. Veremos migraciones a una escala mucho mayor que las que se están viendo ahora en el Mediterráneo. Los países ricos, sobre todo los europeos, deberían promover la prosperidad en África. Y no por razones altruistas. Pero el impacto colectivo de la humanidad en el planeta sigue aumentando. Vamos hacia un colapso ecológico.
XL. ¿Puede ser más concreto?
M.R. La biomasa conjunta de humanos, ganado y animales domésticos supera en veinte veces a la de los mamíferos salvajes. Y la biodiversidad es decisiva para la supervivencia. Nos vamos a ver muy perjudicados si se pierden algunas especies pesqueras comerciales. Y hay plantas en los bosques tropicales cuyos genes pueden salvarnos del hambre en caso de una plaga. Los insectos son cruciales para mantener la cadena trófica y fertilizar. Pero se extinguirán muchas especies y, con ellas, sus genomas. Ahora que habíamos aprendido a leer el libro de la vida lo destruimos.
XL. Descifrar el genoma del coronavirus en tiempo récord fue decisivo para tener un remedio. Y ha sido gracias a la ciencia y tecnología…
M.R. Sí. Yo no estoy en contra de la tecnología, al contrario. ¡Soy ‘tecnooptimista’! Pero no olvido que la tecnología tiene una doble cara. Y que mal aplicada puede ser devastadora. Este siglo todavía nos va a deparar unas cuantas sorpresas; y algunas serán desagradables.
XL. ¿A qué se refiere?
M.R. La Tierra existe desde hace 45 millones de siglos y pasarán unos cuantos más antes de que el Sol muera. Pero este siglo es el primero en el que los seres humanos pueden evolucionar más rápido que lo que jamás soñó Darwin, gracias a la bioingeniería, a los avances genéticos, a la inteligencia artificial… Sin embargo, no tenemos garantizada la supervivencia como especie.
XL. Greta Thunberg recordaba hace poco que apenas se ha avanzado desde la cumbre del clima de París.
M.R. A mí me da esperanza ver cada vez más activistas, sobre todo entre la gente joven, que tiene esperanzas de vivir hasta el final del siglo. Me anima mucho. Pero la Tierra es una gran nave espacial y los pasajeros que habitan en ella están ansiosos y divididos. Nuestro pecado es que carecemos de hoja de ruta. Tenemos la tecnología adecuada, pero debe estar guiada por valores que la ciencia, por sí sola, no puede proporcionar. Y no podemos escondernos. Si estropeamos nuestra ‘nave’, no tenemos plan B.
¿EL FIN DE LA CIVILIZACIÓN?
Si cree que la humanidad estará a salvo cuando supere esta pandemia, se equivoca. «Hay una posibilidad pequeña, pero real, de que la civilización acabe este siglo», advierte Martin Rees desde el Centro para el Riesgo Existencial de Cambridge, del que es miembro.
BIOTERROR
La manipulación biológica y genética abre puertas hacia lo desconocido. Para bien y para mal. Un investigador posdoctoral, en solitario y con escasos recursos, ha sido capaz de recrear desde cero el virus de la viruela equina, similar a la humana, en solo seis meses. Los 'malos' han tomado nota.
GEOINGENIERÍA
El cambio climático avanza inexorable. Y las soluciones para frenarlo que no sean limitar las emisiones son tentadoras. Por ejemplo, inyectar sulfatos en aerosol en la alta atmósfera a modo de pantalla para desviar los rayos de sol y enfriar la temperatura. Es factible, barato... y arriesgado.
COLAPSO ECOLÓGICO
Los ecosistemas son resilientes hasta que la presión humana los lleva al punto de no retorno. El final de cada civilización va asociado a un colapso ecológico. Los habitantes de la isla de Pascua talaron todos los árboles para construir y transportar los moais... Cuando se dieron cuenta, no tenían con qué alimentarse.
INGENIERÍA ARTIFICIAL
Los sistemas de inteligencia artificial fallan a veces de manera impredecible. El error o el sabotaje puede causar daños en cascada en redes eléctricas, sistemas financieros, equipos militares...
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