Fuente: Il Sismografo
(Anabel Herrera - La Vanguardia)
21/09/2021
Era el invierno de 1946. Como cada día, tres primos beduinos pastoreaban sus rebaños en un valle del desierto de Judea cercano al mar Muerto, en Israel. Una tarde, los pastores atisbaron dos orificios en un macizo rocoso, y decidieron distraerse tirando una piedra por uno de ellos. Al instante oyeron cómo el fragmento colisionaba contra lo que parecían ser trozos de cerámica. Los muchachos elucubraron con la posibilidad de que al otro lado de la roca hubiera un escondite de oro, pero no pudieron resolver el misterio porque estaba anocheciendo. Cuando, días más tarde, regresaron al lugar, encontraron diez vasijas apoyadas sobre la pared de la cueva. Todas estaban vacías, salvo dos: una solo contenía tierra rojiza; la otra, unos bultos envueltos en tela. Se trataba de los tres primeros manuscritos de los cerca de novecientos que irían apareciendo a lo largo de los siguientes años. Estos rollos contribuirían a la comprensión del judaísmo del período grecorromano, cuando nacieron el cristianismo y el judaísmo tal como los conocemos hoy.
Sin saberlo, acababan de convertirse en los protagonistas de uno de los hallazgos más importantes del siglo XX: el de los rollos del mar Muerto, un conjunto documental que incluye las copias manuscritas del Antiguo Testamento más remotas que se conocen, de entre los siglos III a. C. y I d. C. Estos rollos contribuirían a la comprensión del judaísmo del período grecorromano, cuando nacieron el cristianismo y el judaísmo tal como los conocemos hoy.
Por caminos dispares
En 1946 Palestina estaba bajo mandato británico, y la ONU se planteaba la partición del territorio ante las fuertes tensiones entre árabes y judíos. El destino de los manuscritos iba a ser igual de convulso que el panorama político. En abril del año siguiente, los beduinos confiaron la venta de los tres documentos –el Rollo de Isaías, el Comentario de Habacuc y la Regla de la Comunidad– a un marchante de antigüedades de Belén llamado Kando.
Este enseñó los textos al abad del monasterio de San Marcos en la Ciudad Vieja de Jerusalén, Athanasius Yeshue Samuel, más conocido como Mar Samuel. Al examinarlos, sospechó que su antigüedad podría ser mayor de la que se les suponía, así que mostró interés en comprarlos.
Mientras se sucedían estas operaciones, los beduinos hallaron cuatro rollos más en la misma cueva. Mar Samuel se hizo con uno de estos –el Génesis apócrifo– y con los tres primeros que habían salido a la luz por solo 24 libras jordanas (unos 96 dólares de la época). El resto –Rollo de los himnos, Rollo de la guerra e Himnos de Acción de Gracias– los adquirió otro marchante de antigüedades, Faidi Salahi, al precio de 7 libras jordanas (28 dólares).
De mano en mano
A partir de aquí, la historia de los dos grupos de manuscritos corre cada una por su cuenta. Por un lado, a finales de 1947, justo cuando la ONU había votado a favor de dividir Palestina en dos estados (uno judío y otro árabe), los tres rollos del marchante Salahi acabaron en manos de Eleazar Lipa Sukenik, profesor de Arqueología en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Sukenik pagó por ellos 324 dólares tras observar un cierto parecido entre la escritura de los manuscritos y la que había visto grabada sobre unos osarios del siglo I hallados en Jerusalén.
Eleazar Sukenik examinando los Rollos en 1951.
Cuando el arqueólogo supo de la existencia de los otros cuatro rollos en
posesión de Mar Samuel, rápidamente le hizo una oferta de compra. La suma de
dinero era tan cuantiosa que el religioso cayó en la cuenta de que poseía una
valiosa propiedad. Así que empezó a averiguar cuánto podría llegar a pedir por
ella.
Tras numerosas consultas, Mar Samuel buscó la opinión de John Trever, un
experto bíblico de la American School of Oriental Research (ASOR) en Jerusalén.
El investigador tuvo la oportunidad de fotografiar los manuscritos y de
analizarlos en detalle. No tardó en hallar similitudes entre sus letras y las
del Papiro Nash, el texto bíblico más antiguo conocido hasta entonces, del
siglo II a. C.
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Pero el estallido de la primera guerra árabe-israelí en mayo de 1948 obligó al especialista norteamericano a abandonar el país. Antes de ello firmó un contrato con Mar Samuel por el que la ASOR y el Departamento Jordano de Antigüedades se reservaban el derecho a estudiar los rollos y a publicar sus conclusiones. Poco después, el abad fue nombrado delegado apostólico para Norteamérica, por lo que emigró allí con sus tesoros.
Prisas por hallar más copias
La cueva de los manuscritos permaneció en paradero desconocido para la comunidad internacional hasta enero de 1949, concluido ya el conflicto. Enseguida comenzaron los trabajos de excavación, auspiciados por Gerald Lankester Harding, director del Departamento Jordano de Antigüedades, y fray Roland Guérin de Vaux, a la cabeza de la Escuela Bíblica y Arqueológica Francesa de Jerusalén.
A estas alturas los beduinos ya habían extraído de la cueva más manuscritos, algunos de ellos enteros. Pese a ello, los investigadores lograron recuperar varios centenares de fragmentos de cuero escrito y unos pocos pedazos de papiro de tamaño variable. “Había desde trozos con una sola letra, o incluso media, hasta uno que contenía varias líneas de texto en una columna”, explicaría Harding.
Entre 1952 y 1956 se hallaron en la zona otras diez cuevas, de las que se sacaron miles de fragmentos de rollos.
Los fragmentos con escritura se fotografiaban allí mismo para asegurar su registro y, ya en el laboratorio, se humedecían y se colocaban entre láminas de cristal para protegerlos. Junto a ellos, también salieron a la luz restos de al menos cincuenta vasijas y de una cuarentena de telas, que debieron de servir para envolver los rollos y tapar los recipientes.
De Vaux se centró en el estudio de la cerámica. Pero, en uno de sus informes, añadió una nota a pie de página referente al antiguo poblamiento de Qumrán, no muy lejos de la cueva. En ella decía que los arqueólogos habían inspeccionado superficialmente el yacimiento y excavado dos tumbas sin hallar indicios que relacionaran el lugar con la cavidad.
La teoría resultaría ser falsa. Entre 1952 y 1956 se hallaron en la zona otras diez cuevas, de las que se sacaron miles de fragmentos de rollos y centenares de piezas enteras. Entre estas últimas, el Rollo de cobre, en el que aparece grabada sobre este metal una lista de los lugares que ocultaban tesoros de oro y plata, y el Rollo del Templo, que detalla las normas de culto de la comunidad de los esenios asentada en Qumrán. Estudios posteriores revelaron que ellos fueron quienes depositaron los rollos en las cuevas.
La biblioteca de Qumrán
Un centro de escribas en mitad del desierto
Los manuscritos del mar Muerto formaban parte de la
biblioteca de los esenios, una comunidad judía liderada por un maestro de la
rectitud. Hacia 80 a. C. parte de esta comunidad se estableció en Qumrán. Con
ellos viajaron también gran número de rollos. Otros más se produjeron en este
lugar. Ante la llegada inminente del ejército romano, a finales del siglo I d.
C. todos los documentos se ocultaron en cuevas cercanas.
Qumrán se levanta sobre una terraza de la franja costera del desierto de Judea,
una zona de acantilados de piedra caliza repletos de cuevas, naturales y
artificiales. Once de estas oquedades atesoraron durante siglos los famosos
manuscritos.
Pero volvamos a Estados Unidos. ¿Qué fue de los cuatro manuscritos que Mar Samuel se llevó consigo? El abad intentó venderlos sin éxito, quizá por el elevado precio que pedía por ellos o por las dudas en torno a su propiedad legal. Hasta que, el 1 de junio de 1954, un anuncio en el Wall Street Journal atrajo la atención de un comprador.
“Los manuscritos bíblicos de los cuatro rollos del mar Muerto, datados al menos en 200 a. C., están en venta –indicaba el aviso–. Constituirían un regalo ideal para una institución educativa o religiosa por parte de un individuo o grupo”. El interesado era, ni más ni menos, Yigael Yadin, hijo del arqueólogo Sukenik, por aquel entonces en Norteamérica.
Tras comprobar la autenticidad de los documentos, la venta se fijó en 250.000 dólares. Los cuatro viajaron, en aviones separados, a Israel. En febrero de 1955, el primer ministro, Moshe Sharett, dio la noticia: el estado de Israel poseía los siete primeros manuscritos del mar Muerto en descubrirse. Diez años después se inauguraba la fundación que desde entonces los resguarda, el Santuario del Libro, en el Museo de Israel de Jerusalén.
Estudio por partida triple
Se sabía que los rollos estaban escritos en su mayoría en
hebreo, aunque también los había en griego y arameo. Los expertos los
clasificaron en tres categorías: libros bíblicos, documentos sectarios (con
información relativa a la comunidad esenia) y escritos religiosos no bíblicos.
La gran pregunta era: ¿cuándo se habían compuesto? Para averiguarlo, se
emplearon tres métodos científicos: la arqueología, la paleografía y técnicas
de datación como la del carbono 14.
El análisis de los restos arqueológicos, sobre todo de cerámicas y de monedas,
que llevó a cabo De Vaux en Qumrán indicó que el lugar estuvo habitado por los
esenios del siglo II a. C. al año 68 d. C. Aunque hoy se cree que los esenios
no se establecieron en Qumrán hasta el año 80 a. C. y que la destrucción del
yacimiento a manos romanas ocurrió en 73 d. C.
El estudio paleográfico consistió en comparar el tipo de escritura de las copias manuscritas con otros textos de la época, tarea que resultó dificultosa ante la escasez de documentos hallados en la zona del antiguo Israel. Los datos revelaron que los textos más antiguos se escribieron entre 250 y 200 a. C., y el más reciente, no mucho antes de 70 d. C. No todos los manuscritos, pues, habían sido elaborados por los esenios en Qumrán.
Salvo el Rollo de cobre y algunos pocos manuscritos en papiro, la mayoría de los textos se copiaron sobre pergamino. La naturaleza orgánica de este material permitió evaluar la cronología de los rollos mediante la técnica del carbono 14 (instaurada pocos años antes). Los resultados coincidían con los paleográficos.
Del esfuerzo a la recompensa
El estado de conservación de los manuscritos era, en la mayoría de los casos, lamentable. A ello se sumó el daño ocasionado por los propios investigadores. Por ejemplo, los fragmentos de cuero se unieron entre sí con celo, un material que con el tiempo ennegrecía los documentos y los hacía ilegibles.
El mayor esfuerzo de los restauradores del Museo de
Israel se ha centrado en eliminar este adhesivo. El método más adecuado para
separarlo del manuscrito ha consistido en inyectar a la mezcla aire caliente
mediante una pistola mientras el celo se retiraba con ayuda de un escalpelo. Y
la mejor manera de unir los fragmentos originales ha sido mediante pequeñas
tiras de papel japonés, gracias a su capacidad de refuerzo.
El laboratorio de restauración de los manuscritos sigue en marcha. Además, el
Museo de Israel colabora con Google en la digitalización de los manuscritos.
Cinco de ellos ya pueden explorarse online a través de imágenes con una
resolución unas doscientas veces superior a la de una cámara digital
convencional.
En cuanto al fondo de rollos del mar Muerto, el inventario puede estar lejos de cerrarse. Este mismo año, su nómina ha crecido gracias a docenas de nuevos fragmentos hallados en una inaccesible cueva en Nahal Hever.
Este artículo se publicó
en el número 527 de la revista Historia y Vida. Escríbenos a
redaccionhyv@historiayvida.com.
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