lunes, 12 de diciembre de 2022

Un diálogo singular entre un ateo y el papa emérito

Por:   Felisa Elizondo


El encuentro y la correspondencia recientemente publicados con el título In cammino alla ricerca della veritá (Rizzoli 2022) resultan llamativos por tratarse de personalidades y condición tan distintas como la de un matemático celoso de atenerse solo a las afirmaciones de la ciencia y un teólogo de larga trayectoria, ahora mismo un Papa en su retiro. El intercambio ha sido publicado con ese título que resume bien el propósito y precedido por un prólogo de indudable interés.

Desde años conciliares, diálogo viene siendo una palabra cargada de promesas, aunque no libre de cierto desgaste. Con todo, resulta grato constatar que es posible una larga conversación entre voces y posiciones que raramente se encuentran. Sucede así con el cruce de cartas, de muy distinta extensión, y el recuento de algunos encuentros del matemático Piergiorgio Odifreddi, conocido por sus trabajos académicos y ahora mismo por su frecuente presencia en medios y foros de discusión en los que se confiesa abierta y batalladoramente ateo, con el papa emérito.

Sin dejar de ser singular, este dialogo sigue la estela de los iniciados años atrás por el cardenal Martini arzobispo de Milán al crear la Cátedra de los no-creyentes. Algunos de ellos, reunidos en 1996 por Umberto Eco en un pequeño volumen, En qué creen los que no creen, enlazan muy bien con este último en el que nos detendremos.

Alli Victorio Foà, un sindicalista poco convencido de la utilidad del diálogo entre la ética laica y la religión, confesaba: “Siempre he pensado que un creyente, aunque lo sea, no deja nunca de buscar. Los confines son inciertos […] El careo no es entre creyentes y no creyentes, sino sobre el modo de creer y el modo de no creer”. Al mismo tiempo, mostraba una actitud y un deseo: “Yo respeto profundamente –confiesa– a quien extrae sus certezas éticas de la fe en un Dios personal o de un imperativo trascendente”. Y prosigue: “Quisiera pedir un poco de respeto, un poco menos de suficiencia, hacia quien labra sus certezas no en la frágil convicción de haber obrado bien, sino en la manera mediante la que encara la relación entre su vida y la del mundo” (p 132-133.135).

Por su parte, como interlocutor, Martini, pedía a los varios intervinientes no reducir al Dios en el que no se cree a ídolo dotado de atributos impropios y no separar del problema de la verdad la cuestión ética. Lamentaba también que en los debates asomara escasamente la referencia al dolor y añadía que al menos era preciso “creer en la vida, en una promesa de vida para los jóvenes, a quienes no es raro ver engañados por una cultura que les invita, bajo el pretexto de la libertad, a toda experiencia, con el riesgo de que todo concluya en derrota, desesperación...” (p 163-164).

 

Un encuentro de dos voces

Podríamos decir que entre esos intentos se inscribe el iniciado por Odifreddi, que ha cuidado de la edición del libro señalando la doble autoría con el consentimiento del papa Ratzinger. En el prólogo ya mencionado, el cardenal Ravasi adelanta que las páginas ofrecen a modo de duetto (no tanto de duelo) el cruce de dos lenguajes y dos concepciones: la de un científico ateo y un teólogo y papa ya anciano.

Presidente honorario de la Asociación de Ateos y Agnósticos Racionalistas, licenciado en Matemáticas en la Universidad de Turín en 1973, profesor en la misma y visitante en numerosas universidades, Piergiorgio Odifreddi es autor de ensayos sobre temas políticos, religiosos y filosóficos, y de libros de divulgación sobre las matemáticas y la historia de la ciencia. Ha recibido varias distinciones y participa en conferencias y debates varios encontrables en la red. Aunque dedicado fundamentalmente a la matemática, lleva años interesándose por las religiones y expresamente por el cristianismo en su versión católica. Ha expresado sus posiciones en títulos suficientemente expresivos de su forma de pensar como Il vangelo secondo la scienza.

Ciertamente, el redactor del que comentamos, que en otras lides se ha reconocido como “impertinente” e “impenitente”, ha reunido aquí la descripción y contenido  de cinco encuentros personales y una correspondencia, de desigual extensión, por razón de la edad avanzada del papa Ratzinger. En el volumen aparece un conjunto muy variado de temas que son aquellos por los que el científico se ha interesado. Además añade  con tono confidencial datos de la propia biografía. Todo ello reseñado con el mayor respeto, y hasta con un tono amable que dice bien de su predisposición a un intercambio franco que no eluda el contraste. Y deja traslucir la apertura y voluntad de escucha recíprocas que consienten el nacer de una amistad se abra paso entre dos interlocutores que mantienen una notable diferencia de posiciones.

 

Un diálogo buscado

Tal como el matemático Odifreddi ha venido asegurando, fue la lectura de Introducción al cristianismo, el libro del teólogo Ratzinger, que salió a la luz en 1969 y ha sido reeditado muchas veces, lo que le movió a escribir unas cuantas páginas. Eran comentarios y anotaciones que hizo llegar en 2013, en forma de una larga Carta al Papa, al ahora retirado Benedicto XVI, por sentir la “alta necesidad” de intercambiar temas sustanciales, sin fundamentalismos, con el autor de aquella Introducción. Y de hacerlo suponiendo la buena voluntad recíproca y lo favorable del retiro del también autor de dos trabajos sobre Jesús de Nazaret

En sus propias palabras las cosas sucedieron así: “Cuando ... decidí entablar un diálogo imaginario con Benedicto XVI, me pareció apropiado y necesario referirme más a ese libro (…) sin descuidar sus volúmenes más recientes sobre Jesús de Nazaret. Por lo tanto, compuse a su vez una especie de Introducción al ateísmo en forma de una carta abierta al pontífice reinante, titulada “Querido Papa, te escribo”.

Tiene interés en advertir que la elección del interlocutor le nació del deseo de encontrar a alguien que no se refugiase en generalidades éticas y filosóficas, y eliminara de hecho el contenido doctrinal del catolicismo: “De la Introducción al cristianismo supe en cambio que la fe y la doctrina del Papa (...) eran lo suficientemente firmes y aguerridas como para poder sostener muy bien los ataques y lanzar contraataques frontales. Un diálogo con él, aunque entonces imaginado solo a distancia, se configuró así como una empresa intelectualmente estimulante, que podía afrontar con la cabeza en alto y sin concesiones”.

Odifreddi sigue recordando cómo nació su decisión: “Tomando la ficción epistolar lo más en serio posible, traté de fomentar la remota posibilidad de que algún día el alto destinatario pudiera recibir mi carta. Por lo tanto, decidí usar un tono lo más apropiado posible para su rango, bajando el sarcasmo de otros ensayos y eligiendo un estilo de intercambio entre profesores "au pair", obviamente en el sentido académico de la expresión solamente. Y me centré en los argumentos intelectuales que podía esperar que mantuvieran viva su atención, sin renunciar a enfrentar los problemas internos de la fe y sus relaciones externas con la ciencia”. Y advierte además que se trataba de un comentario de pasajes del libro del joven Ratzinger sin buscar efectismo sino “con los argumentos y el juego limpio de las disputas intelectuales”.

 

Una respuesta atenta y respetuosa

Así califica a la que, redactada con “amplitud y profundidad”, le sorprendió en noviembre de 2013. Confiesa que le emocionó que el Papa pidiera disculpas por la demora y mostrara agradecimiento por la lealtad de la discusión: “Obviamente fue la realización de las máximas expectativas posibles, en un mundo que a menudo realiza solo lo mínimo”. Y no esconde “la satisfacción de ver finalmente mis argumentos contra la religión en general y el catolicismo en particular, tomados en serio y no eliminados, aunque obviamente no compartidos”. Si en su planteamiento había querido exponer con honradez las extrañezas y hasta las incredulidades de un matemático, tampoco la carta-respuesta de Benedicto XVI buscaba “convertir al ateo", sino que honestamente señalaba “las perplejidades simétricas, y a veces la incredulidad de un creyente muy especial sobre el ateísmo”. Y el resultado -adelanta- es “un diálogo entre fe y ciencia  en el espíritu del Patio de los gentiles que el mismo Papa había querido en 2009”

Como decíamos, el libro recoge cinco encuentros habidos entre ambos a partir de 2013. Encuentros en los que se advierten invariablemente unidos un profundo respeto por la figura del anciano papa y un modo afectuoso que no restan fuerza ni  ocultan los contrastes en el debate sobre cuestiones como la historicidad de Jesús, ciertas lacras de la historia de la Iglesia o la consideración de las religiones. Cuestiones que han ocupado las búsquedas del ateo (que en algunos casos son temas científicos no  ajenos al interés del teólogo) y que en mayor medida han sido objeto de larga meditación en la trayectoria del papa Ratzinger.

Las respuestas del Papa –bastantes más breves después de aquella primera– reflejan la manera suave y firme de Benedicto XVI, un creyente excepcionalmente ilustrado,   que mantiene su curiosidad por los retos de la ciencia, sin dejar de recordar lo que de valioso ha aportado la teología a la humanidad, y su confianza en la posible conciliación de la fe con una razón ampliada, tema frecuente en su personal trayectoria teológico-pastoral.

En varios momentos, el matemático, que se muestra muy sensible a la actitud receptiva del Papa, a su finura de trato y hasta a su humor sutil, no escatima agradecer su atención y valorar que haya accedido a acompañarle en lo que considera sinceramente “un camino de búsqueda de la verdad”. “Verdad -dice consciente de la paradoja- que ambos creemos que podemos encontrar, pero que ya hemos encontrado: una en la religión y el cristianismo, la otra en las matemáticas y la ciencia. Uno de nosotros está equivocado, cada uno de nosotros cree que el otro está equivocado, y en este libro tratamos de explicar por qué”.

El volumen se cierra sin dar por concluida una conversación en la que no faltan discordancias y muchos argumentos quedan sin discutir dada la avanzada edad del papa Ratzinger. Pero, al cerrar el libro, el lector tiene la grata impresión de que la amistad que se ha forjado en el camino andado “a la búsqueda de la verdad” no se ha interrumpido.

 

Felisa Elizondo

 

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