jueves, 29 de diciembre de 2022

Carta a Marko Rupnik

Fuente:   Religión Digital

Por   José I. González Faus

25/12/2022


Marko Rupnik

Mi querido hermano obrador de canalladas:

Quiero comenzar siendo duro con tus obras, pero no con tu persona a la que yo no puedo juzgar. Y procurando que la dureza esté al inicio de esta carta y no al final.

Te escribo porque he sufrido mucho con todo lo que se está publicando sobre ti. Quisiera que comprendas todo el daño que has hecho y que aún puedes hacer. Lo que leo estos días me hace pensar en un dato que tú quizá no conociste porque eres más joven que yo. Pero lo he recordado sin querer.

El General anterior a Arrupe (J. B. Janssens) que murió en 1964, tenía la norma de que quien apareciera convicto de una sola infracción en lo que nosotros llamábamos “el segundo voto”, era expulsado inmediatamente de la Orden. Lo recuerdo porque a algunos de los entonces jóvenes nos parecía excesivamente severo y, además, arrojaba la sospecha de que, si un jesuita ya en activo, salía de la orden, debería ser por aquello que llamábamos “cosas de faldas”. En la vida siempre reaccionamos yéndonos al otro extremo y no quisiera ahora que casos como el tuyo nos hicieran volver a la norma de Janssens, porque la realidad humana suele ser más compleja.

Luego de esto, y antes de las reflexiones que quisiera proponerte fraternalmente, tengo que reconocer que hablo desde los datos que corren, y que me dejan algunas dudas referentes a los procedimientos, que yo no entiendo y que ojalá algún día pueda ver clarificadas. La velocidad con que circula todo en las redes, y la obsesión de los medios por todo lo sexual hace que a veces las noticias no puedan aquilatarse suficientemente. El obispo mejor y más izquierdoso que tuvo la España de Franco (A. Iniesta) me contó una vez que, en un periódico español bien conocido, se encontraron un día con un espacio libre que podía ser ocupado por dos noticias: un cura que había caído mártir y otro que había tenido un desliz sexual. Por supuesto, se eligió sin dudar la segunda.

Creo que este es el contexto desde el que te escribo y que me suscita algunas preguntas. Porque fíjate:

Según el canon 977 del actual Código de derecho canónico (CIC), “la absolución dada al cómplice en un pecado contra el sexto mandamiento del decálogo” es siempre inválida (salvo si se da en el momento de la muerte). Además, según el canon 1378, el que da esa absolución queda ipso facto excomulgado (lo que se llama una absoluciónlatae sententiae que significa algo así como: “ya decretada”). Y finalmente, de esa excomunión no puede absolver el obispo, sino que queda reservada a la sede romana (la “santa sede” solemos decir, pero a mí me parece indecoroso reservar ese adjetivo para siempre a una institución o unas personas que son tan santas y tan pecadoras como todo los demás cristianos).

Estos datos son los que yo estudié. Los recuerdo bien porque el profesor de moral, que era persona bastante tranquila, como sabía lo poco que nos interesaba el derecho canónico, levantaba la voz y nos decía: “¿se enteran bien? absolución inválida, y excomunión latae sententiae”. Es cierto que entonces el CIC vigente era el antiguo (el nuevo si no me engaño es de 1983); pero en este punto los contenidos del código no han cambiado aunque puedan haber cambiado los números de los cánones.

Si este Código sigue vigente, no entiendo qué puede significar eso que dicen los Media de que en el 2020 “se te impuso una excomunión” que duró un mes. Excomulgado lo estabas ya desde hacía casi 30 años. Lo que yo entiendo es que la comisión de investigación, en enero del 2020, declaró por unanimidad que sí había habido absolución de cómplice y, por tanto, la Curia romana no te impuso la excomunión sino simplemente declaró que estabas excomulgado. Por consiguiente, tampoco es cierto que te levantó la excomunión al cabo de un mes. Simplemente declaró que esa excomunión había prescrito ya (me dicen que el lapso máximo para la prescripción de penas es de diez años). Así es como yo me recompongo las dudas que me dejan las informaciones recibidas. Tú y yo podemos comprender que los periodistas conozcan mejor el reglamento del fútbol que el Código de derecho canónico. Pero hay casos en que deberían procurar ser más concienzudos, a pesar de esas prisas por dar la noticia antes que el otro…

Y hablando de las prisas, recuerdo una frase de un asistente de nuestro General, en una visita por España, cuando yo era un joven jesuita, a propósito de una queja nuestra: “a la Curia nos llegan casi diez veces más denuncias de las que luego resultan ser verdaderas; eso nos obliga a examinar cada caso con cuidado y a ser más lentos de lo que quisiéramos”. Entonces no se trataba solo de denuncias sexuales, sino de toda clase y, por la época en que era, cabe suponer que la mayoría serían acusaciones de heterodoxia. Pero si eso ya pasaba en la curia general de una orden religiosa, podemos suponer también que esa proporción será, como mínimo, la misma en la curia romana. Y no es que esas acusaciones falsas sean voluntariamente calumniosas, sino que hay temperamentos simplistas y autoritarios que creen que todo se resuelve así. Lo cual, como hemos visto otras veces en casos de la justicia civil, resulta muy doloroso para algunas víctimas que tienen derecho a no esperar tanto. Pero la realidad humana es más o menos esta.

También me pregunto con todo respeto qué clase de monja era y qué formación tenía aquella pobre muchacha que con tanta facilidad se tragaba esas normas de su presunto director espiritual. Eso puede agravar tu abuso, pero también inculpa a algunas congregaciones femeninas por la falta de formación de sus miembros. Otra vez me surge una imagen del pasado: la del P. Lombardi, en aquellos cursos “por un mundo mejor”, gritando: “le ponen un velo y ya la llaman religiosa contemplativa. Y ¿QUÉ CONTEMPLA?” Por favor: han pasado ya muchos años desde entonces para que todavía estemos así.

Pero, aun con todas estas dudas que tú sabrás resolver mejor que yo, y que son más bien de procedimiento, creo que puedo dirigirme a ti directamente y como hermano herido.

Me gustaría que comprendas que has hecho un daño enorme no solo a un grupo de religiosas (también aquí las cifras varían) sino a la Compañía de Jesús y a la Iglesia toda. Cuando algunas gentes oigan alguna palabra, quizá verdadera pero molesta (como ocurre a veces con el evangelio), su reacción espontánea será decir más o menos: “eres jesuita como Rupnik”; y ya no necesito escucharte.

Los humanos somos así y tú recordarás cómo a Jesús lo desautorizaban llamándolo “amigo de publicanos y gente de mal vivir”. Es verdad que, en el caso de Jesús había más razón para esos calificativos (como ahora luego diré), pero eso no quita para que se utilizara esa relación como excusa para desautorizar sus palabras. Repito que los humanos somos así.

Y te añado que, aunque esa reacción nuestra sea incorrecta, siempre revela algo que es mucha verdad y que nos negamos a reconocer: el pecado no es algo exclusivamente personal (ni aunque se trate de un terreno tan íntimo como el de la sexualidad) sino que tiene siempre una dimensión comunitaria. Se sepa o no, se publique o no, todo pecado daña a la Iglesia y a la comunidad, cosa que desconoce (o prefiere desconocer) el individualismo exagerado de nuestra cultura que a todos nos configura. Y cito esto porque, si esa dimensión social la tiene la maldad, mucho más la tiene la bondad: a eso se refiere esa frase del Credo que habla de “la comunión de lo Santo” (mejor traducción que esa ininteligible de comunión “de los santos” a la que, como no la entendemos, no le hacemos ni caso). Pero tiene sus consecuencias si te fijas en lo que te voy a decir.

Conoces la escena evangélica de la vocación de san Mateo. Nosotros ya lo miramos como “san” Mateo” y nada nos llama la atención en el pasaje. Pero, cuando Jesús lo llamó no era ningún santo sino un publicano. Y el escándalo que significaban los publicanos en aquella sociedad era increíble: mayor que el que hoy puede suscitar los abusos sexuales de un jesuita público como tú.

Subrayo esto para poder comprender bien la rabia que debió despertar entonces ver a Jesús comiendo en público con el publicano Mateo y otros de su calaña. Y me pregunto: ¿qué pasaría, que dirían los Media y las gentes si hoy se encontraran a Jesús comiendo en público contigo y otros como tú? Creo que ni los insultos de Vox serían suficientes para expresar nuestra reacción. Y aquí es donde vienen unas de las palabras más inauditas (en el sentido literal de “nunca oídas) del evangelio: ante ese escándalo y esa ira, Jesús se limita a responder: “no tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos. Y no he venido a llamar justos, sino pecadores a penitencia”…

Mucho tendríamos que cambiar todos nosotros, para aceptar esas palabras: porque nosotros, efectivamente, nos creemos los buenos (no simplemente los perdonados ni los agraciados), y eso nos da derecho a creer que Dios y su Enviado están totalmente de nuestra parte y que podemos lanzar piedras contra todos los adúlteros y adúlteras de la sociedad, porque son absolutamente malos y no hay en ellos nada salvable. Pero fíjate hermano Mario: de momento Dios está más de tu parte que de la nuestra: porque busca llamarte a penitencia. Y si tú respondes a esa llamada “habrá en el cielo más alegría por ti solo que por 99” de nosotros que creemos no necesitar esa llamada.

Eso me obliga a despedirme, querido Mario, diciéndote que si tú das ese paso, sobre todo ante las pobres víctimas a las que camelaste, te deberé un abrazo mayor que el que doy a muchos de mis seres queridos. Porque no solo te habrás redimido tú: habrás redimido a toda tu obra; y se podrá decir parodiando una frase bíblica: “aunque vuestros pecados sean negros como la pez, se volverán preciosos como una pintura de Rupnik.

Extraña cosa ¿verdad? Pues te aseguro que esa es la extrañeza del   evangelio. Y nosotros preferimos olvidarnos de ella para no meternos en líos.

 

 

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