domingo, 13 de octubre de 2024

Ante parroquias en caída libre: un nuevo modelo de presbítero… y de obispo (y III)

Jesús Martínez Gordo

 


Los servicios o ministerios laicales son designados —siguiendo el libro de los Hechos— por el sucesor de los apóstoles (a propuesta de los restos parroquiales o rescoldos comunitarios). Los dos “delegados” restantes son también elegidos, siendo suficiente con una ratificación posterior por parte del obispo.

Corresponde a cada ministerio o servicio laical, como se ha adelantado, formar su equipo de colaboradores corresponsables y estar muy atentos e imaginar un protocolo de relación con lo que se conoce como el “segundo círculo de pertenencia ”, es decir, con aquellas personas que se interesan por la fe (dominicales) y que están dispuestas a colaborar más activamente, siendo el resto parroquial o el rescoldo comunitario el “primer círculo de pertenencia”. E, igualmente, les corresponde estar muy atentos tanto a las personas que son practicantes sacramentales ocasionales (tercer círculo de pertenencia) como a las celebraciones propias de la religiosidad popular (cuarto círculo de pertenencia) y otros posibles círculos de diferenciada relación y pertenencia.

El ministerio o servicio que prestan estas personas es voluntario y por tres años renovables a otros tres. Nadie puede comprometerse en esta responsabilidad comunitaria o servicio voluntario por más de seis años ni de manera indefinida o “de por vida”.

Como viene siendo habitual en las diferentes iglesias locales de Francia, el obispo (o un delegado suyo) entrega la misión pastoral a estos equipos pastorales en una celebración litúrgica que ha tenido la virtud de abrir un debate (de largo alcance) sobre la identidad de estos servicios o ministerios laicales: ¿simples colaboradores –en conformidad con el canon 517 &2— del ministerio ordenado por penuria de sacerdotes? ¿Inicio –como sostuvo, por ejemplo, B. Sesboüé— de una nueva forma de sacerdocio ministerial que va más allá de la mera “participación” en el ejercicio de las tareas pastorales del presbítero? ¿Puerta abierta (como propone F. Moog prolongando la abierta en su día por J. Y. M. Congar) a la superación del binomio sacerdotes-laicos en favor del de comunidad-ministerios? Es un asunto que sobrepasa el objetivo de estas líneas.

 

1.- Un nuevo modelo de presbítero

A diferencia de otros tiempos, en nuestros días, se está pasando de una situación en la que los laicos giraban alrededor del presbítero a otra en la que el sacerdocio ministerial se pone al servicio de los restos parroquiales, rescoldos comunitarios o comunidades locales. Es otro indicador de la renovación eclesial en curso.

Ello quiere decir que se necesita un modelo de presbítero que ejerza y viva la presidencia de la comunidad cristiana de una manera más apostólica que la habida hasta ahora; que no sea clerical ni autoritario; que acompañe en la fe a un conjunto de comunidades locales y, de manera particular, a sus respectivos equipos pastorales o ministeriales de base; que cuide la comunión eclesial entre todas ellas y que recuerde y cuide permanentemente que la misión evangelizadora es la razón de ser y el corazón de todos y de cada uno de los restos o rescoldos de las comunidades locales.

Evidentemente, se trata de un presbítero que ya no es el responsable primero y último de toda la trama organizativa y que, por tanto, no tiene por qué conocer, saber y proceder sobre cada uno de los detalles, dirigiendo y estando al tanto absolutamente de todo. Su tarea consiste en atender debidamente lo que es esencial y propio de su misión apostólica: el crecimiento de la fe, el dinamismo misionero de los equipos pastorales de base y de los restos o rescoldos de las diferentes comunidades en formación que se le han confiado y la comunión entre todas ellas y con las demás realidades diocesanas.

Es un modo de ser presbítero que vive el ministerio litúrgico en la importancia que realmente tiene, sin incurrir en la tentación sacramentalista y liturgista a la que tan proclives son muchas espiritualidades triunfantes en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI y que todavía perviven y se promueven como la única razón de ser de la comunidad cristiana y del sacerdocio ministerial. Las liturgias hermosas —se suele recordar— están bien, pero sin la preocupación por los demás o sin una praxis habitual y continuada de corresponsabilidad o sin una formación teológica y espiritual continuada o sin el cuidado de la misión, son manifiestamente insuficientes, cuando no, estériles

La activación de esta nueva articulación de la identidad y de la espiritualidad presbiteral lleva a que los presbíteros que no celebren –como sí sucede en Poitiers, a propuesta del obispo— más de tres misas cada fin de semana: una el sábado a la tarde y dos los domingos. Y lleva, como ya se ha determinado en alguna diocesis, a fijar un número muy concreto de presbíteros de otras diócesis (europeas o de otros continentes) que presenten un perfil apto y debidamente contrastado para acompañar comunidades vivas y con futuro.

En definitiva, en un proyecto pastoral como el actual no se necesitan presbíteros “cultualistas” o sacramentalistas, sino apostólicos e itinerantes que ensayen (con sus respectivas comunidades, por débiles y avejentadas que puedan estar) el inédito viable activado —en su día— en la diócesis de Poitiers, y dispuestos  a promover, con creatividad y esperanzadamente, el futuro de los restos parroquiales o de los rescoldos comunitarios que puedan existir.

Por tanto, la pregunta que conviene hacerse no es la que se interesa por saber cuántos seminaristas y presbíteros hay o puede haber dentro de diez años en nuestras respectivas diocesis, sino cuántos hay que se aproximen a este perfil o que, por lo menos, sintonicen con él y estén dispuestos a ir reconvirtiendo en los próximos 8 o 9 años los restos parroquiales o rescoldos comunitarios —donde todavía persistan— en comunidades consolidadas o asentadas, es decir, vivas y con futuro.

 

2.- … y un nuevo modelo de obispo

Evidentemente, para que algo de esto sea viable es imprescindible encontrarse con obispos que entiendan su ministerio, como así lo ha sido durante mucho tiempo (y también en el caso de A. Rouet), en términos de relación matrimonial con la diócesis que presiden y, a la vez, con “parresía” o coraje y pasión pastoral, no como trampolín para conseguir otros objetivos no siempre confesables u obsesionados por no desentonar ante sus colegas o ante los tradicionalistas que puedan existir.

El miedo a desairar a colectivos tradicionalistas; la obsesión por el número (heredada del nacionalcatolicismo); la ofuscación por la gestión; la incapacidad para liderar un proyecto pastoral creativo y esperanzador o el “carrerismo” —denunciado por el papa Francisco- impiden abordar a esta clase de obispos —y, por extensión, presbíteros— con pasión pastoral la presente situación —o futura— de parroquias en caída libre y acompañar, como se merecen, a los laicos, laicas, presbíteros, religiosos y religiosas que hace tiempo que ya se han percatado de la esterilidad de aplicar el código de derecho canónico en situaciones altamente secularizadas o, lo que es lo mismo, este tránsito —todavía posible, pero no fácil— de restos parroquiales o rescoldos comunitarios a comunidades vivas y con futuro.

Esta estrategia pastoral y el objetivo que se persigue requiere contar —y promover— obispos con entrañas pastorales y, por ello, dispuestos a pagar el precio que supone ser más fieles al Vaticano II y a las exigencias pastorales que a las propias aspiraciones personales o a la legislación canónica, cada día más obsoleta (y todavía mucho más, si se sigue realizando una interpretación clericalista del mismo) o a otros fines inconfesables aunque se revistan de “espiritualiana” o de estéril y desmovilizante radicalidad diagnóstica.

Las iglesias locales que cuenten con obispos en las antípodas de este perfil y que, por ello, tengan entrañas pastorales o, lo que es lo mismo, “coraje pastoral” porque están casados con sus respectivas diocesis e interesados por el futuro de ellas —como lo estuvo mons. A. Rouet— hasta el punto de jugarse por ella su carrera eclesiástica, son las que tienen un futuro esperanzador.

Las demás, es muy probable que, no tardando mucho, ya no estén presididas ni por obispos ni por presbíteros, sino por agentes inmobiliarios…

Y esto último no es una exageración o una “boutade”: basta con seguir de cerca lo que ya está pasando en algunas diócesis de Bélgica o de Holanda.

 

3.- Resultados espectaculares

El proyecto de favorecer el nacimiento de comunidades vivas y con futuro de la Iglesia de Poitiers fue debatido, enmendado y aprobado por el Consejo presbiteral (21 de noviembre de 1994) y por el Consejo Pastoral Diocesano de Poitiers.

A los diez meses de su aprobación, el 11 de septiembre de 1995, se creó el primer resto, rescoldo o comunidad local.

Un año más tarde, el 26 de septiembre de 1966, se reunió el grupo que se ha dado en llamar de los “12 sacerdotes fundadores” y el 7 de diciembre de 1996 se encontraron los 25 primeros “delegados pastorales”.

En junio de 1997 estaban en marcha unas 50 comunidades locales y en 1998 eran ya un centenar.

Entre 2001-2003 se celebró el segundo sínodo diocesano para leer los Hechos de los Apóstoles y mostrar su continuidad en la Iglesia de Poitiers. Fue el acontecimiento eclesial en el que la diócesis asumió el proyecto de las comunidades eclesiales y de los equipos pastorales.

En enero de 2003 eran ya 220 las comunidades locales en funcionamiento. Y diez años después de haberse dado el banderazo de salida (2004) ascendían a 273 las constituidas y a 265 las que estaban funcionando y en proceso de consolidación. Hay que reseñar que una buena parte de las que se quedaron en el camino fue porque tuvieron dificultades para renovar los equipos pastorales o ministeriales de base.

Lo más probable, pronosticaba monseñor A. Rouet en 1999, es que se abran unas 230 nuevas comunidades locales de base para el año 2010; año en el que la diócesis contaría con unos 150 sacerdotes en activo y unos 60 diáconos.

La realidad, sin embargo, superó las previsiones más optimistas: en 2010 la diócesis de Poitiers contaba con 200 curas, 45 diáconos y con unas 10.000 personas involucradas en las 320 comunidades locales, en formación o consolidadas.

 

1 comentario:

  1. Excelente reflexión. Me parece que, como el obispo de Poitiers, surga también entre nosotros un obispo similar. Javier Elzo

    ResponderEliminar

Identifícate con tu e-mail para poder moderar los comentarios.
Eskerrik asko.