jueves, 17 de octubre de 2024

Los riesgos del Sínodo

Una voz recurrente con gran frecuencia, que viene de lo alto, y luego se replica infinitamente también desde abajo, es que los miembros del sínodo deben escuchar continuamente y saber escuchar.

Fuente:   SettimanaNews

Por:   Severino Dianich

15/10/2024

 

Escucho, sí, pero...

Detrás de la insistente recomendación, se adivina el temor de que en el Sínodo cada uno se convierta en portador de su propio juicio determinado sobre las cosas, de que se creen grupos de consenso sobre una u otra tesis y de que, al final, se juegue a la creación y verificación de una mayoría, que será decisiva con respecto a las propuestas finales que se presentarán al Papa.

Y, sin embargo, así es precisamente como se desarrolló y llegó a sus conclusiones el Concilio Vaticano II, como todos los demás concilios de la Iglesia. La dialéctica muy viva que lo animaba en la confrontación a veces dura y dolorosa entre diferentes opiniones y propuestas, era el secreto de su fecundidad.

A pesar de que los moderadores y la secretaría lo prohibieron, en el atrio de la Basílica de San Pedro se repartían de vez en cuando incluso panfletos. Grupos de obispos de la misma orientación hicieron circular sus mimeógrafos para crear vastas áreas de consenso en torno a sus propuestas. Tampoco he podido observar nunca que nadie, en la inmensa literatura de investigación histórica y de comentario a los documentos y a los acontecimientos conciliares, haya deplorado este tipo de tendencia que caracterizó los trabajos del Concilio.

La insistencia de la invitación a la escucha crea al final un marco, en el que situar el trabajo sinodal, un tanto paradójico, dado que la escucha sólo se puede hacer si hay alguien hablando. La invitación a la escucha, por tanto, debe ir acompañada de una invitación igualmente insistente que se dirija a los miembros del sínodo, para que cada uno asuma la responsabilidad de decir explícitamente lo que realmente piensa y juzga en su discernimiento y conciencia.

El hecho de que el Sínodo sea consultivo no significa que deba ejercer una función de apoyo y consuelo a lo que el Papa ya piensa, sino que su tarea es presentarle las expectativas de sus poblaciones y proponerle propuestas nuevas e incluso diferentes, que le ayuden a ese continuo replanteamiento de sus propias convicciones, que es signo de sabiduría y testimonio de fe en la acción imprevisible del Espíritu.

Es precisamente a partir de la intersección de posiciones, incluso las más diversas, que escuchamos al Espíritu, que no habla exclusivamente en la inspiración que cada uno experimenta en su interioridad, sino en todo el acontecimiento eclesial, sacramento, signo e instrumento de la obra de Dios en la historia.

 

¿Un estilo sin contenido?

Una segunda preocupación que surge ocasionalmente en el espacio de la conversación pública es que el Sínodo debe necesariamente llegar a alguna decisión concreta, mientras que su objetivo sería simplemente experimentar y proponer a las Iglesias un estilo de acción, un modelo a replicar en los procesos de toma de decisiones que se implementan aquí y allá.

A decir verdad, también se podría argumentar a la inversa y decir que el Sínodo debe aprender y reproducir el estilo de los procesos de toma de decisiones que algunas comunidades están adoptando, en fidelidad a la doctrina conciliar del Pueblo de Dios, pueblo mesiánico, instrumento de redención, de Lumen gentium 9, a pesar de que el Código de Derecho Canónico no impone al obispo y al párroco ninguna práctica verdaderamente sinodal.

A decir verdad, es precisamente la decisión de proponer al Papa una reforma del orden canónico a la que debe llegar el sínodo, de tal manera que prevea la institución obligatoria de los cuerpos sinodales, sin cuyo consentimiento, en algunas materias, el párroco y el obispo no pueden llegar a una decisión definitiva. Sin esta reforma, cualquier discurso sobre la "corresponsabilidad" de los fieles en la misión de la Iglesia queda deficiente o completamente vacío.

Es verdad que, sin la formación de una mentalidad sinodal difundida, tanto entre los pastores como entre los fieles, incluso las nuevas normas corren el riesgo de quedar estériles. Pero es aún más cierto que, al final, practicar la sinodalidad hoy requiere salir de un sistema que no prevé ninguna distribución de responsabilidades en las decisiones a tomar y que siempre y en todo caso las asume sobre los hombros del párroco y del obispo. Hasta el punto de que el párroco sigue siendo responsable de las decisiones incluso en materias para las que el sacramento del Orden no le ha conferido ningún carisma específico y en las que no tiene competencia específica.

 

El coraje de las decisiones

Una tercera reflexión, no tanto expresada como ampliamente implícita, es que, en cualquier caso, el Sínodo es un órgano puramente consultivo, por lo que no le corresponde tomar ninguna decisión.

Se trata de un modo de pensar que a menudo determina también el funcionamiento de los diversos consejos pastorales, que se reducen a una especie de foro, en el que cada uno expresa su opinión y luego se va a su casa sin haber decidido nada.

Un órgano consultivo no es que no tenga que decidir nada: debe decidir, en cambio, a través de la verificación de la mayoría y de las minorías que se han manifestado en él, lo que pretende aconsejar al pastor. No el juicio de uno u otro de los miembros que lo componen, sino el juicio del propio consejo como cuerpo colegiado, ya que resulta del consenso de la mayoría de los miembros sobre una determinada propuesta concreta.

El servicio que el Sínodo está llamado a prestar al Papa no es el de sostenerlo en su juicio sobre lo que hay que hacer o no hacer, sino el de expresarle las expectativas del pueblo de Dios, especialmente de las más innovadoras, que exigen de él un trabajo incesante de discernimiento para el bien de la Iglesia, que debe proseguirse de vez en cuando con una lectura atenta de los "signos de los tiempos".

 

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