Fuente: La Tercera
El sacerdote y académico suizo, fallecido el martes a los 93 años, fue crítico de la Iglesia Católica. En 1979, el Vaticano le prohibió enseñar teología tras una controversia sobre el dogma de la “infalibilidad” del Papa.
“Recuerdo un letrero que colocó detrás de su escritorio en Tubinga. Estaba escrito en alemán: ‘¿Te gustaría ser Papa?’ Respuesta de (Hans) Küng: ‘No, porque de lo contrario ya no sería infalible’. Esto también deja claro que su desafío fue sobre todo hacia una manera de interpretar estáticamente la infalibilidad del Papa”.
Esa es la imagen que monseñor Bruno Forte, arzobispo de Chieti-Vasto y teólogo italiano, guarda de Hans Küng, según declaró en una entrevista publicada por el portal Vatican Insider. El teólogo suizo crítico de la Iglesia Católica y al que el Vaticano le prohibió en 1979 enseñar la teología católica tras una controversia sobre el dogma de la “infalibilidad” del Papa, falleció el martes en Tubinga, Alemania, a los 93 años.
“Con Hans Küng perdemos al carismático e impresionante creador de la fundación y un maestro de pensamiento visionario para un mundo más justo y pacífico”, indicó en un comunicado la Fundación Ética Mundial “Weltethos” (Ethos universal), la misma que el teólogo católico presidía desde 1995 y a través de la cual se encargó de estudiar y fomentar el diálogo entre religiones. “Fue y sigue siendo un honor para nosotros poder continuar el trabajo de su vida. Lo conservaremos, lo llevaremos a cabo y lo desarrollaremos aún más, y nos inclinaremos en gratitud ante su gran fundador”, señaló la institución.
El presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, monseñor Georg Bätzing, dijo este martes que “con la muerte del profesor y Dr. Hans Küng, la academia teológica pierde un renombrado y controvertido investigador”. “En su trabajo como sacerdote y académico, Hans Küng se preocupó por hacer entendible el mensaje del Evangelio y para darle un lugar en la vida de los fieles”, continuó el prelado alemán.
Nacido en Sursee (Suiza) el 19 de marzo de 1928, desde su infancia destacó como una especie de niño prodigio teológico. Estudió teología y filosofía en la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma. En 1954 fue ordenado sacerdote con 26 años de edad. Tres años más tarde, en su tesis doctoral defendió la convergencia entre católicos y reformados sobre la doctrina de la Justificación: en realidad, argumentó, se afirma lo mismo en diferentes lenguajes. En 1960, con 32 años, se convirtió en profesor titular de la Facultad de Teología Católica de la Universidad de Tubinga.
Como uno de los expertos del Papa Juan XXIII y teólogos oficiales del Concilio Vaticano II (1962-1965), Küng marcó con sus primeros escritos la agenda reformista de la histórica reunión de obispos y deslumbró al Pontífice, que lo protegió como el más “joven teólogo rebelde” del concilio, junto con Joseph Ratzinger. Ambos fueron apodados como “los teólogos adolescentes”, destaca el diario ABC. Allí tuvo oportunidad de intercambiar opiniones con el futuro Papa Benedicto XVI, de quien fue amigo personal. Ambos habían sido compañeros en la Universidad de Tubinga. El diario El País recuerda que en 1939, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Ratzinger iba a ser llamado a las Juventudes Hitlerianas. Por el contrario, Küng se convertía en un patriota activo contra los nazis.
Infalibilidad papal
En el marco del concilio, Küng se atrevió a abordar los temas más controvertidos de la teología católica, asuntos que siguen hoy vigentes en la polémica, como el fin del celibato obligatorio, la ordenación de mujeres, más democracia en la Iglesia y, por supuesto, un movimiento ecuménico serio que no solo se satisfaga con poses de compromiso, destaca ABC.
Pero, en particular, se pronunció en contra del dogma de la infalibilidad papal tal y como lo entendió el Concilio Vaticano I. Una postura que tras la muerte del Papa Juan XXIII, en 1963, motivó que Roma y Küng sostuvieran tempestuosos desencuentros de resonancia mundial, en especial debido a las publicaciones del teólogo suizo.
Entre sus primeras obras publicó El concilio y la unidad de la Iglesia, Las estructuras de la Iglesia, de 1964, y La libertad hoy, de 1966. Un año más tarde editó La Iglesia, una de sus obras polémicas, en la que se pronunciaba sobre la supresión del “imprimatur” o censura previa de los libros teológicos y la abolición del celibato. A este libro siguió en 1976 ¿Infalible?: una pregunta, en la que se manifestaba contra el dogma de la infalibilidad pontificia.
Por estas obras, la Congregación para la Doctrina de la Fe abrió un sumario en 1967 y otro en 1971. El 21 de febrero de 1975 el Vaticano realizó una declaración mediante la cual advertía al teólogo suizo. “Algunas opiniones del profesor Hans Küng se oponen en mayor o menor grado a la doctrina de la Iglesia Católica, que todos los fieles están obligados a mantener”, como “aquellas que se refieren al dogma de la infalibilidad en la Iglesia y a la función de interpretar auténticamente el único sagrado depósito de la Palabra de Dios, encomendado exclusivamente al Magisterio vivo de la Iglesia, como también la opinión relativa a la válida consagración de la Eucaristía”. Pero Küng se negó a retractarse.
Importantes teólogos y obispos lo sostuvieron durante mucho tiempo, porque admiraban su brillantez de pensamiento y lenguaje. Pero en 1978, con la elección del Papa Juan Pablo II, fue perdiendo esos apoyos con rapidez. De hecho, las tensiones que siguieron al Concilio culminaron en 1979 con una declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe que precisó que Küng “ha faltado a la integridad de la verdad de la fe católica y, por tanto, que no puede ser considerado como teólogo católico y que no puede ejercer como tal el oficio de enseñar”.
Así, Küng se convirtió en el primer sancionado del pontificado de Juan Pablo II. En 1980 dejó de pertenecer a la Facultad de Teología de la Universidad de Tubinga, pero conservó, por un estatus especial, su cátedra de Teología Ecuménica y Dogmática, así como la dirección del Instituto de Investigación Ecuménica.
En un libro en 2002, Küng dijo que luego de la sanción del Vaticano de 1979, siguió siendo “un sacerdote católico de buena reputación”. “Afirmo el papado para la Iglesia Católica, pero al mismo tiempo pido incansablemente una reforma radical de acuerdo al criterio del Evangelio”, escribió en La Iglesia Católica: una historia corta.
Pese a que en 2003 los líderes políticos y religiosos alemanes destacaron los méritos de Küng y solicitaron a la Iglesia Católica su rehabilitación, ya en 1997 el cardenal Ratzinger, entonces precepto para la Congregación de la Doctrina de la Fe, había descartado la posibilidad de la rehabilitación del teólogo suizo.
Roces con Benedicto XVI
Al comienzo del pontificado de Benedicto XVI tuvo lugar un encuentro entre ambos en Castel Gandolfo, el 24 de septiembre de 2005. Al informar de ello, el Boletín de la Oficina de Prensa del Vaticano subrayó que la cita tuvo lugar “en un clima amistoso”. “Ambas partes estaban de acuerdo en que no tenía sentido en el contexto de la reunión entrar en una disputa sobre cuestiones doctrinales persistentes entre Hans Küng y el Magisterio de la Iglesia Católica”.
A pesar de este encuentro, las posiciones siguieron siendo distantes en muchos temas, como el celibato sacerdotal, el sacerdocio femenino, la contracepción, la eutanasia, destacó Vatican News. De hecho, en 2010, el teólogo exigió que el Papa Benedicto XVI entonara su “mea culpa” por cómo se habían gestionado los casos de pederastia desde hace décadas.
En 2013, Küng se retiró de la vida pública por motivos de salud. Ese mismo año celebró la entronización del Papa Francisco como “la mejor elección posible (...), ya que es un latinoamericano de mente abierta”.
En una entrevista concedida entonces al semanario alemán Der Spiegel dijo que confiaba en que el Pontífice argentino pondría fin al celibato entre los sacerdotes católicos, al tiempo que criticó el proceso de beatificación de Karol Wojtyla. Aseguró que con Jorge Bergoglio al Vaticano llegó una “primavera católica” a la Iglesia, tanto en la forma como en los contenidos, y aseguró que ello supuso una “ruptura” con lo que “representó” Benedicto XVI.
Ese mismo año, Küng dijo que se planteaba recurrir al suicidio asistido para poner fin a su vida, ante la progresión que sufría de la enfermedad de Parkinson. “No quiero seguir viviendo como una sombra de mí mismo”, escribió en el tercer y último volumen de sus memorias.
En 2016, Küng reiteró su petición al Papa Francisco de que revisara la infalibilidad papal. En un artículo publicado por varios periódicos en diferentes países, el teólogo realizó un llamado para que el Pontífice analizara este dogma de fe que, a su juicio, “ha bloqueado, de manera tácita, desde el Concilio Vaticano II todas las reformas que hubieran exigido revisar posiciones dogmáticas anteriores”.
A juicio de monseñor Bruno Forte, Küng “fue un gran estímulo para la Iglesia”. “A su manera, él la amaba mucho. Incluso, su espíritu punzante estaba motivado por la voluntad de realizar esa Iglesia que el Concilio había deseado”, comentó a Vatican Insider. “Küng exasperó con algunas de sus intervenciones, pero la intención profunda fue constructiva”, agregó.
José Manuel Vidal, vaticanista español y director del portal Religión Digital, manifiesta una opinión similar. “Küng fue un teólogo crítico, pero sincero y valiente. Crítico, porque amaba mucho a la Iglesia y la quería bella y resplandeciente y conectada con el mundo. Eso sí, para defender sus ideas lo hacía en términos duros y radicales”, dijo Vidal a La Tercera. “Por ejemplo, no soportaba el pontificado involucionista de Juan Pablo II, al que llamaba ‘Papa del medioevo’ y, en aquella época, en que casi todos los teólogos se callaban por miedo a las represalias, él siguió alzando su voz y reivindicando la Iglesia samaritana y en salida, que ahora postula el Papa Francisco”.
Pese a la muerte de Küng, Vidal cree que el Papa Francisco aún está a tiempo de hacer un reconocimiento al legado del teólogo suizo. “Según cuenta el cardenal alemán Walter Kasper, Francisco bendijo a Hans Küng antes de morir, pero me hubiera gustado un gesto papal más explícito y público. Como hizo con Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Jon Sobrino o José María Castillo, todos ellos teólogos perseguidos por Roma. No sé por qué no lo hizo con el teólogo suizo, que se lo merecía más que nadie. Pero, incluso ahora, después de muerto, me encantaría que lo hiciera y reconociera su enorme labor teológica dentro y fuera de la institución, así como su enorme amor por la Iglesia”, concluye.
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