Fuente: Diario Vasco
17/04/2021
Ver a la presidenta de la CE, Ursula von der Leyen, relegada a un segundo plano por ser mujer en su visita a Ankara fue humillante y una muestra de poderío de Erdogan
El final de la Primera Guerra Mundial trajo consigo enormes consecuencias para ciertos imperios: el alemán, el ruso, el austro-húngaro y el otomano. Este último estaba en crisis desde, al menos, mediados del siglo XIX. Primero la independencia de Grecia en 1830 y después la de Bulgaria en 1878 mermaron sensiblemente su presencia en suelo europeo. La Sublime Puerta pronto se convirtió en el 'enfermo de Europa', de suerte que, durante la Gran Guerra, era un estado multiétnico y multicultural con demasiadas grietas. Ubicado en el bando perdedor, mediante el Tratado de Sèvres de 1920 con las potencias vencedoras (EE UU, Reino Unidos y Francia), el Imperio Otomano vio disminuirse sensiblemente su extensión territorial, desembarazándose de las naciones árabes y conservando sólo Estambul y sus alrededores en nuestro continente. El descalabro fue tal que el sistema heredado de la Edad Media entró en semejante crisis que arrumbó la monarquía en 1922. Los términos de Sèvres fueron tan duros que los nacionalistas turcos, comandados por Mustafá Kemal, no lo aceptaron, desencadenando la llamada guerra de la independencia contra los Aliados. El resultado fue la fundación de la República turca y el Tratado de Lausana de 1923 para fijar las fronteras de la moderna Turquía.
Mustafá Kemal 'Atatürk' se convirtió en el primer presidente, introduciendo cuantiosas reformas para modernizar un país nuevo que quería dejar atrás las viejas estructuras imperiales. Por eso, no sólo se aniquiló la monarquía, sino también el califato, es decir, la autoridad que ejercía el sultán en la comunidad de creyentes de acuerdo al modelo creado por Mahoma. Atatürk rompía con el pasado introduciendo a Turquía en una etapa marcada por la Constitución, la industrialización, la secularización y la europeización. Porque el antiguo mariscal metido ahora a estadista se fijó fundamentalmente en Occidente y de ahí que optara por el calendario gregoriano, el alfabeto latino, la vestimenta occidental, el domingo como día festivo o la laicidad del Estado. Además, promulgó un novedoso Código Civil anulando la poligamia y el divorcio por repudio e introduciendo el matrimonio civil. Qué duda cabe de que se trataba de una revolución, que, afortunadamente, no desembocó en un enfrentamiento armado. Atatürk, como otros dictadores de la Europa mediterránea u oriental, se convirtió en un auténtico modernizador de la recién estrenada Turquía.
Una Turquía en la que, en contraposición al antiguo Imperio, la mujer tendría un papel muy diferente. Con la República las mujeres empezaron a librarse de la dominación a la que habían sido sometidas. Junto a esas medidas mencionadas, el Código Civil reconocía la igualdad de sus derechos en aspectos como el divorcio, la custodia de los hijos y la herencia. Igualdad trasladada también al sistema educativo, desde la primaria hasta la universidad. Y a la política, pues en los años treinta lograron el sufragio activo y pasivo. En cuanto al vestir, también se suprimió el velo.
El presidente turco ha vuelto a fórmulas que se habían descartado por caducas
Atatürk fue un adalid en la equiparación de derechos entre hombres y mujeres y así ha sido hasta hace unos años, cuando con la deriva islamista de Erdogan esto ha ido cambiando progresivamente. El velo es un buen ejemplo. En 2008 el Parlamento levantó su prohibición en la universidad y luego en los servicios públicos, la Administración de Justicia y la policía. En 2013 cuatro diputadas portaron esta prenda en la Cámara, en 2014 se consintió en centros educativos a niñas de 10 años en adelante y en 2017 en el Ejército. La propia cónyuge de Erdogan, Emine, es una defensora de este tocado. Invariablemente velada y por detrás, es el modelo de madre y esposa buscada por el presidente. Nada que ver con aquellas 'turquettes' de los noventa, jóvenes de los barrios caros de Estambul occidentalizadas.
Erdogan está desmontando buena parte de esa secularización impuesta por Atatürk volviendo a fórmulas del Imperio Otomano que fueron descartadas por caducas. Es verdad que era bastante normal que chicas jóvenes de la ciudad, cuando regresaban a sus pueblos de Anatolia, frecuentemente se cambiaran de ropa antes de llegar, en numerosas ocasiones por un tema meramente cultural. Pero ahora hay una ofensiva religiosa desde el poder contra los derechos de las mujeres, que aspira a acabar con la igualdad conquistada. Turquía quiere ser la abanderada del sunismo compitiendo en ello con Arabia, aunque sin el rigorismo salafista. Incluso, hay un uso político-religioso en todo ello cuando Erdogan invita a las musulmanas de Europa a tener muchos hijos para socavar los valores occidentales. La mujer se convierte en un arma al servicio de sus intereses y, si bien sus derechos constitucionales aún no han sido eliminados, el abandonar el Convenio de Estambul sobre el maltrato no es una buena señal. Como tampoco lo es el ver a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, relegada a un sofá en su visita a Ankara, en un segundo plano por su condición de mujer y ante un Erdogan emulando a los antiguos sultanes. Fue una evidente muestra de humillación y de su poderío para satisfacer a su parroquia, que la tiene.
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