jueves, 8 de agosto de 2024

Pedro Casaldáliga: palabra encarnada en la revolución

Misionero de la liberación en Brasil, la obra poética del obispo catalán con fe de guerrillero desvela labelleza del mundo, pero también sus miserias

Fuente:   El País

Por    Juan José Tamayo

07/08/2024

 

Pedro Casaldáliga fue un misionero catalán que llegó a Brasil en 1968 y tres años después fue nombrado obispo de São Félix do Araguaia, en el Mato Grosso, región donde, según su testimonio, “se mata y se muere más que se vive”. Allí echó raíces junto al campesinado sin tierra, las comunidades indígenas y el pueblo afrodescendiente, se convirtió en un símbolo luminoso del cristianismo liberador en América Latina y acompañó las revoluciones del continente durante los últimos cincuenta años.

Él mismo se presenta como revolucionario en el poema ‘Canción de la hoz y el haz’: “Con un callo por anillo/ monseñor cortaba arroz./ ¿Monseñor ‘martillo y hoz’?/ Me llamarán subversivo./Y yo les diré lo soy./ Por mi Pueblo en lucha, vivo,/con mi Pueblo en marcha, voy./Tengo fe de guerrillero/ y amor de revolución./ Y entre Evangelio y canción/ sufro y digo lo que quiero”.

“El lenguaje es la casa del ser”, afirma Martin Heidegger en su Carta sobre el humanismo. Afirmación que yo aplico a Pedro Casaldáliga, uno de los principales creadores, junto con Ernesto Cardenal, de la teo-poética de la liberación, nuevo género literario de la teología latinoamericana, que se caracteriza por articular con un lenguaje creativo el bien decir y el bien actuar, la ética y la estética, la mística y la liberación, la utopía y la sabiduría, la poesía y la revolución, la creación literaria y la militancia sociopolítica, la oración y la lucha, el silencio y la palabra, el compromiso y la contemplación, la ternura y la solidaridad.

Un ejemplo de la contribución de Casaldáliga a la liberación es su Antología poética, en edición preparada por José María Concepción y Eduardo Lallana, que recoge sus poemas en castellano desde sus inicios en 1955 hasta su fallecimiento en 2020. El libro es la mejor demostración de que es un esteta de la palabra encarnada en la revolución. Juega con el lenguaje que en sus versos se torna canción. La palabra es su verdadero hogar, la poesía su gran pasión. A través de ella expresa la estética de la vida, y desvela la belleza del mundo, pero también su miseria, las dichas de los seres humanos, pero también sus desdichas, las esperanzas de las personas y los colectivos empobrecidos, pero también su indignación y su protesta; alivia los sufrimientos de las víctimas, pero sin el ungüento de una falsa compasión ni la promesa de otra vida mejor después de la muerte. Su poesía se convierte en palabra-en-esperanza, alimento-para-el-camino, voz de las personas sin voz.

Pedro Casaldáliga no es un versificador de Corte, ni contemporiza con el Sistema, ni legitima el orden establecido. Su poesía provoca revoluciones. Canta a los revolucionarios latinoamericanos: Augusto César Sandino, Carlos Fonseca Amador, Che Guevara, Fidel Castro; a los obispos mártires: monseñor Romero, arzobispo de San Salvador, y Enrique Angelelli, obispo argentino de La Rioja; a los teólogos de la liberación Leonardo Boff y Gustavo Gutiérrez.

Su ‘Oda a Reagan’ me recuerda a la ‘Oda a Roosevelt’, de Rubén Darío. En ella declara a Reagan “el último (grotesco) emperador” y lo excomulga. Osa interpelar a Dios como otrora hicieron Job y Jesús de Nazaret, y le pregunta por qué calla ante el sufrimiento de los inocentes y “por qué una vez más nos has abandonado”. Canta a la esperanza como virtud del camino, pero “teñida de luto”, como dijera Ernst Bloch. Dirige un poema a Juan Pablo II, a quien le recuerda que “la curia está en Belén y en el Calvario la basílica mayor”.

Dirige su mirada compasiva a personas que en el imaginario colectivo ya están condenadas, como Judas, a quien llama “hermano, compañero de miedos, de codicias, de traición” y de quien dice que “no fue mayor que el nuestro, tu pecado/ traficantes también de sangre humana”.

Donde encuentro mejor retratado a Casaldáliga es en el poeta cubano José Martí cuando escribe: “Con los pobres de la tierra mi suerte yo quiero echar”. Dos poetas del lado de las víctimas.

 

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