Fuente: La Croix International
Por Robert Mickens
Ciudad del Vaticano
El impulso del Papa Francisco a la sinodalidad ha abierto, aún más, un proceso que permitirá la deconstrucción de una estructura de la Iglesia anacrónica y anticuada desde hace mucho tiempo
El Papa Francisco durante su audiencia general semanal en el Patio de San Dámaso, Ciudad del Vaticano, 16 de junio de 2021. (Foto por EPA/ANGELO CARCONI/MaxPPP)
Hace nueve años que hablé con un grupo cívico en Cleveland, Ohio, sobre la "implosión del Vaticano" y, como resultado, del colapso, largo y gradual, de la estructura monárquica de gobierno y ministerio de la Iglesia Católica.
Argumenté que -como la última monarquía absoluta en Occidente (y casi en cualquier otro lugar del mundo)- la organización de la Iglesia romana se había convertido en un anacronismo.
Tenía sentido cuando las monarquías eran una característica fundamental de la sociedad humana. Pero ya no.
Este modelo anticuado de la estructura de la Iglesia Católica ya no encarna la realidad de la experiencia vivida por los creyentes, la asombrosa mayoría de los cuales viven en sociedades que se están convirtiendo cada vez más, y en diversos grados, en democracias participativas y representativas.
Una Iglesia donde las decisiones más importantes son tomadas casi exclusivamente por un clero masculino célibe, y donde los obispos tienen poca o ninguna responsabilidad, es insostenible en un mundo donde las sociedades patriarcales y monárquicas –a regañadientes, pero de manera constante– están cediendo derechos y deberes a quienes no forman parte de la nobleza, del clero o de un género específico.
Mi charla en noviembre de 2012 se produjo en pleno apogeo del llamado escándalo VatiLeaks.
Durante más de un año, la filtración de documentos sensibles del Vaticano y de los documentos privados de Benedicto XVI habían causado una profunda vergüenza al papa alemán aún reinante y a sus principales asesores, especialmente Tarcisio Bertone SDB, el cardenal secretario de Estado en ese momento.
El Papa Francisco acelera un colapso inevitable
Fue un desastre. Y hoy uno podría mirar hacia atrás y decir: "Claro, en ese momento era fácil para alguien hablar de una supuesta implosión del Vaticano".
De hecho, algunas personas me han dicho que la elección del Papa Francisco había evidenciado que mi análisis estaba muy lejos de la realidad.
Pero casi una década después, estoy convencido de que la tesis argumentada en aquella mañana de noviembre a orillas del lago Erie todavía se mantiene. Porque no se basaba solo en lo que ocurría o no en el pontificado de Benedicto.
Incluso a pesar del “Kairós” –el momento especial y providencial– que muchos católicos creen que hemos estado experimentando desde la elección del primer Papa jesuita, la Iglesia continúa implosionando.
De hecho, y, de alguna manera, Francisco parece estar acelerando deliberadamente su inevitable colapso al implementar los principios y métodos descritos en “Evangelii Gaudium (EG), su visión y plan para la renovación y reforma de la Iglesia.
Seamos claros, no estamos hablando de la desaparición de la Iglesia Católica.
Dios no está muerto y el Espíritu Santo nunca abandonará al pueblo fiel de Cristo. Esto lo creemos todos.
Estructuras y mentalidades cambiantes a través de la sinodalidad
No, se trata del desmoronamiento de la actual estructura de gobierno y organización, que continúa reflejando ciertas características del Imperio Romano más de lo que refleja el modelo organizativo de la vida eclesial que se encuentra en el Nuevo Testamento o que se experimentó en los dos primeros siglos de la Iglesia Cristiana.
Francisco está sentando efectivamente las bases para la "deconstrucción" del modelo actual al plantar pacientemente las semillas para la conversión estructural de la Iglesia "bautizando" y empleando cuatro principios sociológicos clave (EG 222-237):
- El tiempo es mayor que el espacio
- La unidad prevalece sobre el conflicto
- La realidad es más importante que las ideas
- El todo es mayor que las partes
En última instancia, el objetivo del Papa es hacer que las estructuras y la mentalidad de la Iglesia reflejen más el Evangelio y la persona de Jesucristo y liberarla de un sistema codificado de reglas e ideas filosóficas todavía profundamente vinculados a la cultura del antiguo mundo grecorromano.
A través del proceso de sinodalidad, está abriendo espacios para el diálogo y la discusión que involucran a todo el Pueblo Santo de Dios y no solo a los clérigos masculinos.
No está democratizando la Iglesia, pero está creando un foro grande e indispensable para que todas las voces sean escuchadas a través del proceso clásico, pero con demasiada frecuencia olvidado, de discernimiento.
La mayor parte de lo que he escrito sobre este punto fue publicado en una columna de julio de 2017 titulada "La Iglesia Católica Romana continúa implosionando".
Apertura de espacios para las mujeres
Desde entonces, ha habido dos asambleas más del Sínodo de los Obispos, una sobre los jóvenes y la fe (2018) y otra sobre la región amazónica (2019).
Cada reunión abrió más preguntas, aunque no explícitamente, sobre la sostenibilidad del paradigma actual de la estructura gobernante y ministerial de la Iglesia romana.
Y a partir de esas reuniones, el papa, que ahora tiene 84 años, ha nombrado a una religiosa como alta responsable en el secretariado del Sínodo. Al parecer, le permitirá votar en las asambleas del Sínodo.
¿Quién lo podría haber imaginado? No estamos hablando sólo de una persona laica, sino de una mujer laica (sí, con votos religiosos), que vota en una asamblea de obispos católicos.
Esto es sólo el comienzo de un proceso que probablemente abrirá aún más los puestos clave de toma de decisiones a las mujeres en el gobierno y el ministerio de la Iglesia.
Ya estamos viendo movimientos en esta dirección.
La semana pasada, los obispos católicos de Austria invitaron a 14 mujeres, responsables en diversas diócesis, a la asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal Nacional.
Y un obispo en Suiza nombró en mayo pasado a cinco laicos -dos de ellos mujeres- como sus representantes personales para reemplazar a los sacerdotes que habían sido sus vicarios episcopales.
Restauración de un presbiterio casado
Mientras tanto, los católicos en Alemania continúan, a toda máquina, con su Camino Sinodal a nivel nacional.
Esta asamblea de clérigos y bautizados no ordenados está abriendo discusiones sobre temas que podrían tocar directamente el paradigma y la estructura anacrónica actual de la Iglesia.
Por ejemplo, hay llamados a la ordenación presbiteral de hombres casados (no a la abolición total del celibato, como algunos han afirmado).
Algunos tradicionalistas de la Iglesia (y aquellos que son meramente nostálgicos) han condenado la propuesta como herética, diciendo que es una violación de la doctrina y la tradición católica.
¡Toda una tontería! El clero casado es parte de nuestra tradición más antigua.
La Iglesia Católica siempre ha tenido sacerdotes casados, una práctica que las comunidades orientales nunca han roto. E incluso hubo obispos casados durante muchos siglos.
Varios papas (¡comenzando con San Pedro!) también se casaron legítimamente, hasta el final del primer milenio.
Uno de los más notables fue Adriano II (867-872) cuya esposa e hija continuaron viviendo con él en el Palacio de Letrán después de que fuera elegido obispo de Roma.
La restauración de los presbíteros casados -y eventualmente de los obispos casados- es sólo cuestión de tiempo. Y la admisión de las mujeres a las órdenes sagradas lo seguirá algún día.
Una piscina poco profunda y nada abundante de candidatos masculinos célibes
De hecho, es en el área de gobierno y ministerio de la Iglesia donde la implosión de la Iglesia es más evidente.
El episcopado célibe, totalmente masculino, se ha negado a abordar seriamente la disminución constante y alarmante de las vocaciones al presbiterado.
En cambio, los obispos han recurrido a ordenar a cualquier hombre que prometa ser obediente a la autoridad de la Iglesia y observar el celibato.
Por lo tanto, han reducido drásticamente los estándares de perspicacia intelectual, psicológica y personal entre los candidatos elegibles.
Esto ha llevado a un desastre tras otro. Y una de las consecuencias más catastróficas ha sido que esto ha proporcionado una reserva aún más limitada de talento a partir de la que seleccionar hombres para el cargo de obispo (supervisor).
No es de extrañar que el Papa Francisco se niegue a permitir que obispos como el cardenal Reinhard Marx renuncien y que muchas diócesis de todo el mundo estén actualmente sin obispo o siendo dirigidas por alguien que ha pasado la edad de jubilación.
¿Quiénes son los adecuados para reemplazarlos?
De hecho, las cualidades teológicas y pastorales de muchos de los obispos actualmente en el cargo son vergonzosamente escasas.
La asamblea plenaria on-line (en línea) de esta semana de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos ha sido una muestra extremadamente desconcertante de mediocridad. Esa es la forma más caritativa de decirlo.
"En este mundo que cambia rápidamente, lleve a Dios en el viaje"
En pocas palabras, toda la empresa se está desmoronando. Como debe ser.
El mundo está cambiando hoy a un ritmo más rápido que en cualquier otro momento de la historia de la humanidad. Las mujeres se están convirtiendo rápidamente en socios en igualdad de condiciones con los hombres en casi todas las profesiones y en un número cada vez mayor de países.
Esto obligará a la Iglesia a reevaluar sus estructuras y "enseñanzas" sexistas y misóginas, aunque sólo sea para evitar que se convierta en una pequeña secta exclusivamente masculina.
Luego está la revolución digital (que permitió a los obispos estadounidenses "reunirse" electrónicamente), que también está acelerando los movimientos hacia la igualdad de género y otros desarrollos aún imprevistos en la sociedad.
Esto no ha hecho más que empezar y seguirá dando forma a la manera en que interactuamos entre nosotros y marca el comienzo de cambios sociales que nadie puede predecir.
Impresionantemente, el Papa parece entender - o al menos intuir - esto mejor que la mayoría de los hombres en posiciones de autoridad en la Iglesia.
Y su objetivo parece ser ayudar a los católicos, de hecho a todos los cristianos, a navegar esta transición colosal en curso con gran agilidad espiritual / religiosa.
Su insistencia en que la Iglesia se centre principalmente en predicar y vivir el kerygma -ese credo básico de que Cristo ha resucitado- es como si estuviera diciendo: "Nadie sabe hacia dónde se dirige todo este cambio, pero asegurémonos de llevar a Dios en el viaje".
Otros líderes de la Iglesia, en cambio, se preocupan por apuntalar las mismas estructuras antiguas y desmoronantes.
Si el todo es mayor que sus partes, la Iglesia no se fragmentará más si una sección de ella decide revivir la antigua tradición de sacerdotes casados, u ordenar mujeres diáconos o encontrar otras soluciones pastorales / doctrinales a problemas particulares.
La cuestión más importante es que estas soluciones "creativas", como le gusta llamarlas al Papa, no se alejen del kerygma, el núcleo esencial de la fe cristiana.
Y ese será el lugar donde comience la reconstrucción una vez que el edificio actual de la Iglesia finalmente se derrumbe... como, seguramente, algún día lo hará.
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