Fuente: Alfa & Omega
6 de Junio de 2021
En varios estados han surgido nuevos grupos armados para luchar contra el golpe de Estado de febrero. Cuentan con el respaldo de la gente, especialmente de los jóvenes. Sus enfrentamientos con el Ejército están obligando a huir a decenas de miles de personas
Funeral de Olson Lo Sein, joven de 24 años fallecido mientras intentaba ayudar a civiles en Dimoso. Foto: Asia News
«Si las iglesias ya no son refugios seguros, ¿dónde estará a salvo la gente?». La pregunta llega a este semanario desde la diócesis de Loikaw, en el estado de Kayah (Myanmar). Quien la formula no puede revelar su nombre por seguridad, pero quiere atestiguar cómo en todo el país «la situación es de anarquía». Hace una semana y media, el ataque del Ejército contra tres aldeas cercanas, Kayantharyar Norte y Sur y Tabyekone, «destruyó parcialmente» la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús y mató a cuatro personas que estaban en su interior. Como muchos de los 700 católicos del pueblo, se habían resguardado en el templo ante los combates entre los militares y las Fuerzas de Defensa del Pueblo de Karenni, una nueva milicia nacida el 7 de mayo para luchar contra el golpe del 1 de febrero. «No eran combatientes ni manifestantes, solo aldeanos pobres que viven al día».
El 27 de mayo fueron asesinados Alfred Ludu y Patrick Boe Reh, dos jóvenes que estaban llevando comida a los desplazados acogidos en la iglesia de San José, de Dimoso. Un día después, durante un asalto contra el seminario diocesano, le ocurrió lo mismo a U Phrey Reh, un voluntario que cocinaba para las 1.300 personas que se han asentado allí.
En este momento, siete de las 40 parroquias de Loikaw, las más afectadas por los combates, han quedado desiertas. Sus 30 templos y siete conventos se han vaciado, y los 17 sacerdotes, 24 religiosas y 24.700 fieles (de un total de 91.800 en la diócesis) han huido. En el resto de parroquias, por el contrario, se han habilitado campos para atender a 70.000 desplazados. Se intenta también hacer llegar ayuda a los que «se esconden en la jungla y en las montañas», que son «la mayoría»: ancianos, enfermos y bebés «sin un lugar donde dormir, con escasez de comida y agua y riesgo de enfermedades». Mientras, el dispensario católico de Karuna trabaja a destajo para suplir la labor de los hospitales públicos, que están cerrados.
El caso del estado de Kayah no es único. También en los de Karen, Kachin y Chin están surgiendo nuevos grupos armados, en alianza con los que desde hace décadas luchan en los distintos conflictos étnicos del país. Los nuevos rebeldes gozan de la simpatía de la gente, y «muchos jóvenes se unen a ellos», asegura un sacerdote birmano que actualmente reside fuera del país. A pesar de ello, incluso él pide anonimato para proteger a sus compatriotas que, venciendo el miedo a la represión, comparten información con él. «Por Facebook me cuentan muchas historias, pero cuando les pido que las escriban y me las envíen, dudan». Temen, por ejemplo, que en cualquier control comprueben su móvil y encuentren estos mensajes. «El miedo que ha generado el golpe los abruma».
La amenaza del hambre
Como consecuencia, en todos estos lugares está habiendo enfrentamientos que obligan a la gente a huir. En cuanto sus casas se quedan vacías, el Ejército las saquea. «La situación empeora por días». Y no parece que vaya a cambiar. Los campesinos no están pudiendo sembrar, por lo que en unos meses podría producirse una hambruna. Además, «no veo ninguna señal» de que el régimen «vaya a detener sus brutalidades». De hecho, nuestra fuente en Loikaw cree que las aumentarán si sienten que pierden el poder. Mientras, la gente sigue acumulando dolor. Si nada lo remedia, coinciden ambos, más pronto que tarde la crisis de Myanmar derivará en «un conflicto armado abierto» en todo el país.
Es lo que la Iglesia lleva cuatro meses tratando de evitar. «Ha pedido siempre que la lucha por la democracia sea no violenta», subraya el sacerdote expatriado. Y aunque los estados en los que surgen los nuevos grupos armados son los que tienen un mayor porcentaje de cristianos, los obispos no apoyan este fenómeno. En una reciente homilía, el cardenal Bo, presidente del episcopado birmano, pidió que «ni siquiera penséis, animéis o planeéis una guerra civil, que sería un gran desastre para todos». Y a raíz de los combates y la destrucción de la iglesia en Loikaw suplicó «a todas las organizaciones relacionadas con ello que no intensifiquen la guerra». «Pero la mayoría de los jóvenes han perdido la paciencia y dicen que no hay más opción que responder con las armas». También los católicos. «A los líderes eclesiales les está costando mucho desalentar la violencia», reconoce el clérigo.
Que no caiga en el olvido
La diferencia de criterios se vuelve a constatar, añade, en lo que respecta al papel de la comunidad internacional. «La mayor parte de la gente pide una intervención militar» liderada por la ONU. La jerarquía de la Iglesia, por el contrario, «quiere una actuación pacífica con una voz unánime». Algo hasta ahora imposible por el apoyo de China y Rusia al régimen militar.
Sí hay acuerdo en pedir que se mantenga viva la atención internacional sobre Myanmar. Por eso, desde Loikaw afirman a Alfa y Omega que «todo el país, católicos o no, están muy agradecidos por la preocupación, el apoyo y la oración del Papa Francisco», que el 16 de mayo celebró en el Vaticano una Misa por Myanmar. Además de haber vuelto a llamar la atención del mundo sobre lo que ocurre en la antigua Birmania, la gente «ha sentido su amor paternal en este momento de dolor y sufrimiento».
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