Fuente: CristianismeiJusticia
Por J.I. González Faus
La necesidad de ocuparse del
“trumpirato” ha retrasado este comentario a la carta apostólica Spiritus Domini que concede a las
mujeres acceso canónico a las antiguas “órdenes menores” de lectorado y
acolitado.
1.
Negativos. A primera vista
el documento parece decepcionante: se limita a reconocer algo que viene
practicándose desde hace tiempo: ¿quién no ha visto a mujeres leer y dar la
comunión en mil lugares? Eso confirmaría la opinión de que, a veces, es
necesario comenzar a hacer las cosas “ilegalmente” para que un día acaben
siendo legales. Lo cual es cierto siempre que seamos suficientemente sensatos y
desinteresados al elegir esas transgresiones. Por ejemplo: bastantes
presbíteros siguen diciendo hoy que la sangre será derramada “por vosotros y por
todos”: no por muchos, como está mandado por una falsa manía
lingüística de un anciano venerable (falsa porque apunta solo al texto griego,
pero no parece responder al posible arameo subyacente).
2.
Positivos. No obstante, una
lectura más atenta del documento sugiere que hay en él algo muy típico del modo
de proceder de Francisco, que suelo describir así: él levanta una escalera y
luego sube solo un peldaño. O abre una puerta y solo se asoma sin pasar al otro
lado. Pero ahí
quedan la escalera levantada y la puerta abierta.
En efecto: el documento comienza estableciendo el principio de que el Espíritu “concede a los miembros del pueblo de Dios los dones que permiten a cada uno contribuir, de manera diferente, a la edificación de la Iglesia y al anuncio del evangelio”. Y añade que “hay que profundizar doctrinalmente en este tema para que responda… a las necesidades del pueblo de Dios”.
Efectivamente: las llamadas “órdenes menores” las creó la
Iglesia atendiendo a necesidades pastorales. Solo la tríada
“obispo–presbítero–diácono” procede del primer cristianismo. Y aun así,
Vaticano II (LG 28) corrigió expresamente a Trento que asignaba a esa terna una
institución divina.
3.
Tareas pendientes. Pues bien:
parece evidente que hoy, las necesidades de construir la Iglesia y anunciar el
evangelio apuntan a algo más que el que las mujeres hagan alguna lectura o
ayuden a repartir la comunión. En momentos en que la catequesis sale de la
escuela (aunque no debería salir la información sobre el hecho religioso y sus
concreciones), parece urgente la creación de un ministerio de “catequista”, tan
apto para varones como para mujeres con solo que tengan buena preparación. En
momentos en que, con el alargamiento de la vida, aumenta la necesidad de
cuidados (porque la vida se alarga en cantidad, pero no en calidad), parece
conveniente la necesidad de un ministerio de “cuidador” que, caso de ser
cristiana la persona asistida, acompañe los cuidados materiales con una ayuda
espiritual, que haga más soportable la soledad y la decadencia.
No estaría mal, por eso, que
uno de los próximos sínodos se dedicara a estudiar y crear esos nuevos
ministerios u “órdenes menores” que la Iglesia necesita hoy, tan accesibles a
varones como a mujeres. Llegaríamos así hasta las puertas de la terna antes
citada: a una especie de “subdiaconisas”.
Lo de las diaconisas sabemos que está en estudio porque así lo
prometió Francisco en una reunión con religiosas. Hasta donde yo sé, es
un dato innegable que hubo diaconisas en la iglesia antigua (p.
ej: en algunas iglesias eran las que acogían a las mujeres que salían desnudas
del agua cuando el bautismo era por inmersión). Lo único a investigar es si ese
encargo era considerado como sacramental o no.
4.
“The heart of the matter”. Llegamos así al presbiterado y a la impaciencia de algunas
mujeres a las que quisiera dirigirme ahora de la manera más fraternal y
cariñosa posible.
Escribí en otro lugar que,
personalmente, no veo que haya objeciones al presbiterado de la mujer
desde el punto de vista bíblico. De acuerdo con las palabras de
Jesús, lo que el Espíritu dice a la Iglesia no es lo que Cristo hizo entonces
sino lo
que Cristo haría hoy. Es importante recordar las duras palabras de
Jesús en Mc 7, y Mt 15: “hipócritas, quebrantáis la voluntad de Dios por
acogeros a venerables tradiciones de vuestros mayores”. Añadí, no obstante, que
ese paso tropieza hoy con un serio obstáculo ecuménico por la negativa radical
de las iglesias ortodoxas. El imperativo de “que todos sean uno” me parece
urgente y decisivo para el cristianismo en el mundo de hoy.
Además, este problema solo se planteará bien
cuando desparezca todo aspecto de dignidad o poder en la visión del
presbiterado. Para empezar, y por obediencia al Nuevo
Testamento, no deberíamos llamar sacerdotes a los presbíteros: no hay más que
un único sacerdote que es Cristo. También habría que desterrar la expresión
“Santo Padre” para el obispo
de Roma, porque es profundamente idólatra. No estanos aquí ante
dignidades y cargos sino ante servicios y cargas. Y no puede quedar en mera
palabrería piadosa la afirmación de Juan Pablo II: el título más apto para el
papa es el de “siervo de los siervos de Dios”.
Situadas así las cosas, no puede decirse que la negativa actual
del presbiterado a las mujeres es una “opresión”. Quien habla así refleja una
mentalidad burguesa que desconoce lo que es realmente la opresión, ofende a los
oprimidos de la tierra y parece buscar una dignidad más que una carga.
Benedicto XVI dio por resuelto el problema arguyendo que el presbiterado de la
mujer “no es voluntad de Dios”. Visto negativamente, ese argumento sugiere la
pregunta de cómo estaba Ratzinger tan seguro de que esa es la voluntad divina,
cuando infinidad de buenos cristianos creen lo contrario. Mirado positivamente
hay que reconocer que Benedicto situó el problema en su verdadero lugar: cuál
es la voluntad de Dios en este punto. Y añado que si la Iglesia toda se pone en
disposición orante para buscar y cumplir la voluntad de Dios, esta acabará
cumpliéndose.
Pasando a pronósticos históricos, tengo la impresión de que si
un día llega el presbiterado de la mujer (como espero) no será a corto plazo:
el documento de Juan Pablo II en 1994, ata todavía las manos de sus sucesores.
Aunque, si son ciertos los rumores vaticanos, hay que agradecer al entonces
cardenal Ratzinger que evitase una declaración infalible como pretendía
Wojtila.
5.
Un consejo. En esta situación
histórica, se me ocurre recomendar a todas las mujeres impacientes, la película Una
cuestión de género. Buena película, basada además en un hecho
histórico (aunque con algo de western como luego diré). La película obliga a
plantearse la pregunta que allí se hace a la protagonista: ¿quieres
tu propia victoria, aun a costa de dañar a la larga la causa de las mujeres, o
un primer paso que luego constituirá un precedente? Esa es
una de las grandes preguntas que suele lanzarnos la historia. No me cansaré de
repetir que a una buena causa se le hace más daño cuando se la defiende mal
desde dentro que cuando se la ataca desde fuera. Y en el caso de creyentes
todavía más: porque pertenece a toda revolución bíblica el que su promotor
(Moisés) se queda sin entrar él en la tierra prometida.
6.
N.B. Explico lo antes dicho
sobre el esquema western de casi todo el cine americano. Dejando aparte méritos
de buena narración, fotografía y demás, los westerns tienen algo de positivo
que era plantear la vida como una lucha entre el bien y el mal. Pero suelen tener
tres defectos claros: a) siempre está muy claro quiénes son los buenos y quién
los malos, sin que haya en ellos mezclas complejas, sino que todo es bueno o
todo malo; b) cuando ocurre alguna causalidad negativa (vg. llegar tarde o a
tiempo), si es a mitad de película puede afectar al bueno, pero si es al final
de la película siempre perjudica al malo; y c) los buenos son además mucho más
guapos, mejor vestidos y con imagen mucho más agradable que los malos…
En la vida, por desgracia, no
todo es tan claro.
[Imagen de Andrys Stienstra en Pixabay]
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