viernes, 7 de mayo de 2021

Meditaciones teológico-bíblicas y privación de libertad (I)

Agustín García

 

Comienzo a manera de prefacio con esta oración. Espigo entre los textos de un monje contemplativo (Thomas Merton): unas veces, adapto, otras, reproduzco, las menos, añado. Puede que una celda, la de los monjes, pueda inspirar la otra, la de los presos. Quién sabe. Pero la poesía, si es buena, siempre es hermosa, y todo lo bello, una bocanada de aire fresco.

 

Las oraciones del día, su recitado,

por la mañana me hacen sentir libre y a salvo.

Me enraízan en la eternidad durante el día

y por la noche me sepultan en Cristo.

Las oraciones del día me acompañan, incluso sin recitarlas.

Porque nos calienta el fuego, no el humo.

Nos transporta por mar un barco, no la estela que deja el barco.

Del mismo modo, lo que somos hay que buscarlo

en las profundidades invisibles de nuestro ser,

no en el reflejo exterior de nuestros actos.

Dios, Señor Mío, no tengo idea de adónde voy.

No veo el camino delante de mí.

No puedo saber con certeza dónde terminará.

Tampoco me conozco realmente,

y el hecho de pensar que estoy siguiendo tu voluntad

no significa que en realidad lo esté haciendo.

Pero creo que el deseo de agradarte, de hecho, Señor, te agrada.

Y espero tener ese deseo en todo lo que haga.

Espero que nunca haga algo apartado de ese deseo.

Y sé que si hago esto me llevarás por el camino correcto,

aunque yo no me de cuenta de ello.

Por lo tanto, confiaré en ti

aunque parezca estar perdido por el lado más oscuro de la vida.

No tendré temor pues estás siempre conmigo,

y nunca dejarás que enfrente solo mis peligros. Amén.

 

                   Quizá sea más fuerte de lo que pienso,

                   pero sin atreverme a serlo.

Porque la sensación de seguridad también tiene un precio.

                   La seguridad es muy sobria; la inseguridad, voluptuosa, atrae más.

Aunque podamos pensar lo contrario.

Quizá de lo que tenga más miedo es de la fuerza de Dios en mí.

Quizá preferiría ser culpable y débil en mí mismo,

que fuerte en Aquel de quien todo proviene y cuesta entender.

Buen Pastor, tienes una oveja indómita y alocada,

enamorada de espinas y zarzas. Pero, por favor, ¡no te canses de mirarme!

Pues, como dice el psicoanálisis, la mirada de la madre estructuró mi psicología.

Se que no lo harás, porque Tu me has encontrado.

Lo único que tengo que hacer es seguir encontrado.

Mi esperanza está en lo que jamás vio ojo alguno.

No me permitas, pues, confiar en recompensas visibles.

Mi esperanza está en lo que el corazón humano no puede sentir.

No me permitas, pues, confiar en los sentimientos de mi corazón.

Mi esperanza está en lo que jamás tocó mano alguna.

No me permitas, pues, confiar en lo que puedo aferrar con mis dedos.

Porque la muerte hará soltar mi presa y se esfumarán las vanas esperanzas.

Hazme confiar en Tu misericordia, no en mí mismo.

Hazme esperar en Tu amor, no en la salud, ni en la fuerza,

ni en la habilidad, ni en los recursos humanos.

Si confío en Ti, todo lo demás será, para mí, fuerza, salud y sustento.

Todo me conducirá al cielo.

Si no confío en Ti, todo servirá para mi destrucción.

 

Hacer a la gente feliz es la mejor forma de prevenir el crimen. Así se titula un artículo editado en una revista europea de criminología. La podemos acompañar de otra frase que descubrí en una bolsita de azúcar: “Quiéreme cuando menos lo merezca porque será cuando más lo necesite”. La repito en todas las bodas. Junto a la oración anterior, quiero que estas dos frases acompañen mi reflexión sobre “orar y meditar en la cárcel” (y sobre la cárcel).

 

No se entendería la Biblia sin referencia a la prisión: porque la Biblia entiende de condenas, de perdón, de misericordia y de aflicción y porque la Biblia se hace entender en ella. Cuántos escritos bíblicos la mencionan, cuántos fueron escritos en la misma celda. Cuántos encierros figuran en ella: José y Sansón, el justo Daniel y el cruel Manasés, Jeremías y Juan Bautista, el mismo Jesús, Pedro y Pablo… Cuántos salmos se refieren a los encarcelados, ¡más de los que nos imaginamos!, y ¡cuantas profecías!

 

La prisión ayuda a entender la Biblia y la Biblia a la prisión. Los monasterios y las celdas de los monjes inspiraron su arquitectura y su función. Vacíos o expropiados hicieron las veces de cárceles e incluso en ellos se pagaron penas. La penitenciaría debe su nombre al posible valor redentor de la prisión. Los cuáqueros propusieron la corrección: silencio, meditación, transformación interior y buenos hábitos. Sus contemporáneos puritanos optaron más claramente por la virtud del trabajo. Por eso Tocqueville y Beamount, después de visitar las cárceles de la Federación, escribieron: los cuáqueros conseguían personas más honradas y los puritanos ciudadanos más sumisos. ¿Hay que trabajar sobre las actitudes o hay que perfilar los comportamientos? Son dos opciones. De priorizarse alguna, hágase sin excluir la otra.

 

Zach Sewell ha escrito un librito sensato, sencillo y muy directo, distribuido en 17 capítulos con texto y cuestionario y apto para trabajar por los mismos presos. Se titula Prisioneros en la Biblia, pero no está traducido. Me será de mucha ayuda, sobre todo más adelante. Las reflexiones, juicios u observaciones de algunas estrellas del firmamento teológico nos guiarán como a los magos la suya.

 

En esta primera parte del artículo organizaré varias hipótesis de trabajo sobre la fe y la oración en la prisión en torno a tres categorías que según Zubiri comprenden, como tres momentos de un único fenómeno, la estructura de la dimensión teologal del ser humano: religación al poder de lo real, entrega intelectivamente veraz a Dios y experiencia tensiva de lo divino. Tanto desde la perspectiva programática o pastoral como de la más fontal trataremos de comprender cómo el preso, desde su propia condición, siente el poder benevolente de Dios, se entrega a él y recibe, como don, esa benevolencia poderosa en el mismo acto de la entrega (la deiformidad recibida mediante la unidad tensiva entre el Dios amante y sus amados hijos). Como dice Sewell en el capítulo 12, dedicado a la mujer arrestada por adulterio, la gracia es gratis, sólo cuesta aceptarla. Se trataría en el fondo de descubrir una fenomenología de la fe en la prisión para que el cautivo, cautivado por Dios, recupere su dimensión afectiva, su dimensión oblativa y su dimensión vocativa (como llamada –o inclinación— vocacional).

 

Cuando hablo meditación bíblica en el tiempo de la reclusión me estoy refiriendo a dos cosas que conviene asimismo distinguir: a) que el detenido o penado puede comprender la fe a través del texto bíblico y b) que el creyente, preso o libre, puede comprender el estado de reclusión a través del texto inspirado.

 

Las siguientes hipótesis de trabajo, ordenadas en función de su pertenencia al religarse a un poder real, la entrega a Dios con voluntad de verdad y la experiencia tensiva de la benevolencia divina, centrarán la reflexión. Aunque parezcan conclusiones fungirán como hipótesis de trabajo.

 

Hipótesis en relación con la experiencia de religación a un poder real

(1)   Porque las prisiones son lugares de violencia y agresividad, espiritualmente deben promoverse experiencias de coraje existencial, de serenidad y autocontrol y descubrir en la fe un poder “capaz de vencer al mundo” para contrarrestar el atractivo que tiene en medios hostiles el recurso a la fuerza.

(2)   Para saldar cuentas con el miedo, porque el miedo llena las cárceles (porque en las cárceles se pasa miedo y las usamos porque tenemos miedo a lo que algunos puedan hacernos o a que cunda su ejemplo), habrá que fomentar una teología de la alegría, de la benevolencia de Dios, de la bondad de su creación, de la paz interior. Ánimo, soy yo, no tengáis miedo, decía Jesús caminando sobre las aguas. No soy un fantasma que asusta sino un amigo que ayuda. Cuenta Sewell que aprendió de un misionero en Africa que los demonios son poderosos y que atraen por su poder, que les gusta dejarse ver y que practican el bulling mientras que los ángeles serían discretos, apenas se les ve y son realmente buenos.

 

Hipótesis en relación con la experiencia de entrega intelectiva a Dios con voluntad de verdad:

(3)   En el trullo hay muchas mentiras, suelen decir los presos. Por eso será necesario incidir en la franqueza, en no mentir acerca de Dios a los presos, y en cultivar experiencias de fe auténticas.

(4)   La esperanza, la pérdida y el temor, a decir de los expertos, son las actitudes o emociones básicas que la vida en prisión tiende a intensificar. Más difíciles de racionalizar serán por tanto las más tratadas (o maltratadas) clínicamente. Sólo por eso deberán ser las más trabajadas espiritualmente y no sólo desde la fuerza de la piedad sino también desde la claridad de la verdad.

 

Hipótesis relacionadas con la experiencia tensiva a lo divino:

(5)   Para facilitar el encuentro con el Resucitado deberá promoverse la lógica del crucificado, porque el resucitado es el crucificado, ajusticiado entre criminales y tratado como uno de tales.

(6)   Para que se descubra la importancia de la ley habrá que entrar en la lógica de la gracia porque al privado de libertad la ley le mata.

(7)   Para que la experiencia de la privación no se vuelva agónica habrá que fomentar la lógica del don.

 

No sólo encerramos por miedo, como expresaba una hipótesis, recluimos por fatiga, porque la caridad también se cansa. El trato con supuestamente intratables, el corregir aparentemente incorregibles, el esperar mejoras con quien parece que no se esfuerza, agota. La prisión, más que nada, parece un campo de lucha por las almas donde unos insisten y otros resisten. Eso nos lleva a una espiritualidad de la fe firme y a la vez discreta; convincente y convencida pero respetuosa; exigente y a la vez paciente; amorosa sin ser blanda, ecuménica y abierta pero sin perder el centro de gravedad, lo más propio de la identidad; piadosa, sin empalagos; que dé moral y más desde el deseo de ser mejor persona que desde la obligatoriedad culpabilizadora. Pero no será fácil porque en la cárcel todo estará condicionado por esa relación especial de sujeción que es la privación de libertad.

 

Hace falta mucha fe, mucha franqueza y mucha fuerza para mediar en una asimetría tan radical como la de la prisión. La cárcel está llena de crueldad y de gente buena, porque a la cárcel siempre fueron tanto los malvados como los extraordinarios; no sólo entran culpables, también van los inocentes. Algunos van por un delito que quizá no cometieron, pero su inocencia puede ser relativa, porque evitaron el castigo de otros antes cometidos; entran personas muy hechas y jóvenes cándidos o inexpertos; van aquellos que abusaron de niños y van aquellos que por defenderse de abusadores se saltaron las reglas; personas normales y corrientes que cometieron una grave infracción en un momento de ofuscación se encuentran con delincuentes habituales; los vulnerables se mezclan con líderes de grupos criminales, delincuentes de convicción (o presos de conciencia) con gente sin escrúpulos morales; van, ahora más frecuentmente, los chivos expiatorios de la corrupción en la administración o del fraude en las corporaciones y van aquellos pillados a contrapié por recientes penalizaciones; van quienes tienen mucho, y pueden comprar hasta su seguridad, y a quienes falta todo… A la cárcel va de todo porque pasa por ser un remedio para todo. Ha dejado de ser tan excluyente; ahora parece como más inclusiva, más interclasista. Pero como hay que predicar donde más falta hace y orar cuando más falta nos hace, la prisión siempre será un lugar para la predicación, para la oración, para la meditación y el estudio de la Palabra y un lugar primordial de atención pastoral.

 

 

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