Fuente: Cittadellaeditrice
Por Andrea Grillo
30/04/2021
Llevamos aproximadamente un mes en el año dedicado a “Amoris Laetitia”, 5 años después de su publicación. Por eso es tanto más sorprendente que la referencia a esta importante Exhortación Apostólica de 2016 pueda utilizarse en defensa del "Responsum" del 15 de marzo de 2021. De esta manera, con un efecto un tanto paradójico, un gran texto, que inaugura un nuevo paradigma en la enseñanza familiar, se reduce al mínimo, y se lo desfigura, para defender un texto de segundo nivel, que condena la bendición de las parejas homosexuales. Dado que esto es particularmente grave y cuestiona no solo a quién escribió el texto, sino también al periódico que lo publicó, me gustaría examinar primero el texto con sus argumentos y luego ilustrar sus serias limitaciones, devolviendo a Amoris Laetitia su verdadero valor.
a) El artículo de Mauro Cozzoli
El artículo repite, de forma muy clásica, dos argumentos que pertenecen a la tradición católica del siglo pasado y que se han utilizado para todas las situaciones más o menos "desviadas".
Hay que decir, sin embargo, que Cozzoli plantea el discurso como si las críticas al "Responsum" se hubieran producido "en contraste con Amoris Laetitia". En realidad, no creo que ese sea el caso. Que yo sepa, muchas críticas al Responsum han surgido sobre una base completamente diferente y sin referencia directa a AL.
Por esta razón, el enfoque del texto ya es bastante unilateral, porque apunta a demostrar que los argumentos fundamentales que inspiran el Responsum se encuentran, tal como están, en AL.
En concreto, los dos "argumentos" serían el concepto de "amor" y el concepto de "misericordia".
Para Cozzoli, una definición de amor "según el diseño de Dios" no es incompatible con la amistad homosexual, sino con la sexualidad homosexual, mientras que la misericordia no tendría sentido sin la verdad, y la verdad sobre la relación homosexual sería, de hecho, la de pecado.
Con una serie de “recortes” de AL, muchos de los cuales están completamente fuera de contexto, Cozzoli asegura que AL repite, en pie de igualdad, el más clásico de los catecismos.
De hecho, no hay forma de salir de una yuxtaposición entre la pareja homosexual y el matrimonio que permita apreciar cualquier forma de un "bien posible", haciendo, por tanto, imposible toda bendición.
Éste, el del “bien posible” es el concepto-clave con el que AL sale al paso del problema, no siendo citado nunca por el autor.
b) Las debilidades del texto
Algunos clichés de la tradición moral sobre la sexualidad, el matrimonio y la homosexualidad se repiten como si hubieran sido aprendidos de AL.
En realidad, son el resultado de un entendimiento que ya desde hace algunas décadas es inadecuado para dar cuenta de la realidad sexual, matrimonial y homosexual, tal como existe "in re".
Una teología moral que utiliza el concepto de amor, de naturaleza, de misericordia de manera tan abstracta, con una teología de escritorio y no una teología de la calle, termina inevitablemente por malinterpretar seriamente el mayor intento de relectura que la Iglesia ha conocido en las últimas décadas.
Hay que añadir también que AL no es sólo fruto del magisterio de Francisco, sino el punto de llegada de un complejo viaje sinodal, en el que se elaboraron laboriosamente "preciosas mediaciones", que en el artículo de Cozzoli o se ignoran o incluso se anulan.
De manera completamente sorprendente, tanto más porque proviene de un moralista, suena la cita de AL 300, que es un texto que garantiza la apertura al “bien posible” y Cozzoli utiliza en cambio para excluir cualquier otro bien que no sea el máximo. Porque este sigue siendo el punto clave del debate en torno al "Responsum".
La bendición de las parejas homosexuales no es la ecuación entre hetero y homosexualidad, sino la posibilidad de que la Iglesia pueda reconocer un "bien posible" incluso en formas estables de relaciones homosexuales.
Esto entra en el horizonte de Cozzoli sólo como una "relación amistosa". Aquí hay al mismo tiempo un defecto de realidad y un defecto de teología.
Y el resultado es que, choca con el Cardenal Schönborn quien, a raíz de AL, recordó que la Iglesia, además de “maestra”, es siempre “madre”. Cozzoli reivindica, no sé con qué fundamento en AL, que la Iglesia, además de madre, es siempre y, sobre todo, maestra.
c) Respeto por Amoris Laetitia
Sin embargo, incluso más allá de esta cuestión concreta, en la que de hecho Cozzoli ni siquiera entra, me parece realmente sorprendente que un teólogo moral —y, a decir verdad, también el Osservatore Romano— puedan hablar de Amoris Laetitia olvidando que este documento abre un nuevo tiempo con dos grandes novedades en el magisterio familiar, matrimonial y afectivo del catolicismo y lo hace apoyado no solo en el coraje del Papa Francisco, sino en dos asambleas sinodales:
a) expresa una importante autocrítica de una clase de magisterio sobre el matrimonio que en el último siglo y medio ha monopolizado inapropiadamente el discurso católico y se ha engañado a sí mismo al deducir, ya sea de la naturaleza o de la ley, un "orden inmutable" en un nivel personal y social;
b) Desarrolla una lectura “procesual” del amor y las formas de vida familiar con gran coherencia, dejando atrás cualquier inmediatez natural o institucional. La idea de que cada pareja "camina hacia el ideal" que no tienen "detrás", sino "frente a ellos" permite una gran reinterpretación de sus "bienes".
En todo esto hay coraje: coraje para aceptar la realidad y coraje para traducir la tradición.
Creo que, si uno no tiene la valentía de entrar en estas dos perspectivas de profunda renovación pastoral y eclesial, sería mejor evitar referirse a Amoris Laetitia.
Lo que el Prof. Cozzoli ha escrito se podría argumentar simplemente citando el Catecismo de la Iglesia Católica. Reducir AL a una versión catequética no es de recibo para acoger un texto magisterial que deberíamos celebrar a lo largo de este año.
Por el contrario, si uno lee AL en su totalidad, se da cuenta de que algunas de las proposiciones del Código de Derecho Canónico —como ya ha sucedido con la pena de muerte, la guerra y ahora también con la homosexualidad y la sexualidad— necesitan una adecuada corrección.
No es de recibo desfigurar un gran documento para defender una respuesta de menor nivel magisterial. No es elegante por parte de quienes lo hacen, ni de quienes lo publican.
Por eso, con el fin de recuperar el tono propio del gran
texto que es AL, del que el artículo de Cozzoli propone un collage
lamentablemente sin nivel y con poca fidelidad, puede ser suficiente citar una
de sus últimas e inolvidables líneas:
“Como recordamos varias veces (…), ninguna familia es una realidad celestial
y confeccionada de una vez para siempre, sino que requiere una progresiva
maduración de su capacidad de amar. (…). Y, sin embargo, contemplar la plenitud
que todavía no alcanzamos, nos permite relativizar el recorrido histórico que
estamos haciendo como familias, para dejar de exigir a las relaciones
interpersonales una perfección, una pureza de intenciones y una coherencia que
sólo podremos encontrar en el Reino definitivo. También nos impide juzgar con
dureza a quienes viven en condiciones de mucha fragilidad” (AL 325).
¿Cómo es posible que el profesor Cozzoli se haya olvidado por completo de esta perspectiva, la que mejor define a AL, y que puede sugerir respuestas mucho más ricas y prometedoras no solo a teólogos o periodistas, sino también a pastores y funcionarios de la curia?
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