Carlos Barberá, en Alandar
Con un cese anunciado
cada semana como inmediato, terminará el largo período de influencia del
cardenal Rouco en la Iglesia española.
Sin duda alguna, la
biografía define en este caso al personaje.
Huérfano desde
pequeño, Antonio María ingresa en el seminario a los diez años. A partir de
entonces, la Iglesia ha sido su familia y la institución eclesiástica, su hogar.
Puede decirse sin temor a errar que la realidad real nunca ha sido el marco de
su vida.
Ordenado muy joven, espabilado
en los estudios, va a Múnich a doctorarse. Como no podía ser de otro modo, en
Derecho Canónico. Vuelve a España y los acontecimientos comienzan a encadenarse
a su favor. En 1969 la rebelión de los estudiantes de la Universidad Pontificia
de Salamanca obliga al relevo de profesores y a la incorporación de otros
nuevos, jóvenes, progresistas (?). Por ejemplo, Fernando Sebastián y Antonio
María Rouco. Pero resulta que la Conferencia Episcopal necesita un canonista y
elige a Rouco, que deviene obispo auxiliar de Santiago. En 1982 llega a España
Juan Pablo II, con su famoso discurso de Compostela. Rouco organiza los actos, sabe
alemán y entabla, así, amistad con el papa. En dos años es nombrado arzobispo. La
carrera ya es imparable: arzobispo de Madrid, cardenal, presidente de la
Conferencia Episcopal. Hasta hoy.
Una dato curioso; en 2007
son nombrados dos obispos: Martínez Camino, auxiliar de Madrid y el titular de
Lugo, Alfonso Carrasco Rouco, sobrino del cardenal. Este, que había perdido la
presidencia de la Conferencia Episcopal en 2005, la recupera en 2008 por dos
votos de diferencia.
¿Y cómo es el
cardenal Rouco? Un hombre afable, fácil de trato pero -ésta es mi opinión
personal- un gallego. Al contrario que Suquía, no se enfrenta, no discute. Te
da una larga cambiada y mira para otro lado. Por ejemplo, en los tiempos de la
COPE en que Jiménez Losantos llamaba al doctor Montes "doctor Muerte",
"Terminator" y otras lindezas, Rouco me decía que "en la COPE
hay libertad, no se dan consignas". En una ocasión, a mi pregunta: "Se
dice que los inmigrantes son muy religiosos pero los ecuatorianos no están casi
nunca casados con sus parejas; sin embargo algunos vienen a comulgar, ¿se les
niega la comunión?", su respuesta fue: "Bueno, antes en la misa no se
comulgaba". ¿Era la respuesta de un pastor? No, la de un gallego.
En el marco de una
columna apenas puede añadirse más. Aventuraré solo mi diagnóstico sobre la
Iglesia que ha propiciado. Como hombre fundamentalmente de la institución, su
idea ha sido: lo que favorece a la Iglesia, favorece al reino de Dios. Un
sofisma muchas veces denunciado pero que moldea todavía algunas mentes
clericales. Sobre todo porque "lo que favorece a la Iglesia" suele
valorarse con criterios mundanos: tener mucha visibilidad, gozar de un gobierno
amigo, no pagar IBI, poder apoderarse de bienes comunales... todo eso favorece
a la Iglesia y, por tanto, a su mensaje. De este modo su mandato ha sido
político un su peor sentido. Las medidas de Zapatero concitaron declaraciones y
actos en su contra. Qué contraste con el silencio tan escandaloso frente a los
recortes, la corrupción, las limitaciones a los inmigrantes, los ataques a los
más débiles.
Por desgracia, la
Iglesia es peor vista en España tras el paso de Rouco Varela. Todo eso que, supuestamente,
favorecía a la Iglesia, en realidad estaba actuando en contra del reino de Dios
y de su mensaje. Y, así, durante sus doce años de mandato en la Conferencia
Episcopal. Su labor en Madrid merece un capítulo aparte.
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