J. L. Beltrán de Otalora |
José Luis Beltrán de Otalora
Bilbao
Nota: Por la extensión que ocupa el artículo, aparecerá fragamentado. Se publica hoy el CUARTO Y ÚLTIMO FRAGMENTO
Alegrías
La persona lo es desde el principio hasta el final. En
tramos de su existencia, ejerce funciones. De ellas es de las que se jubila. No
de su identidad, de su dinámica vital.
Lo traumático de la jubilación acontece cuando en el
transcurrir de la vida uno ha ido atándose, limitándose, viviendo cada vez con
mayor exclusividad la identificación con algunas de sus funciones laborales. Su
repentina desvinculación de ellas le desquicia, y desquicia a quienes tiene
cerca.
Puede ocurrir, ocurre, pero no es lo normal.
Por el contrario, y pese a las dificultades señaladas más
arriba, y otras, la etapa de la jubilación se visualiza por el disfrute de no
pocas ni pequeñas alegrías. Basta una serie de miradas en nuestras ciudades y
pueblos: los jubilados y jubiladas con los nietos; o de la manita de sus
parejas, o en la partida del Hogar de Jubilados, o en torno a un viaje que no
les fue posible en otros momentos anteriores…
¿Y cuando de los sacerdotes jubilados se trata? Anotaré
algunas de las fuentes de profundas alegrías.
Primera causa de goce: la suerte que tocó
vivir
Hoy pueden sucederse los cambios con gran rapidez; o con
gran lentitud. Y no digamos en el futuro.
Pero los jubilados de hoy procedemos del siglo pasado, de
la primera mitad del siglo pasado. Y pese a ello, y la velocidad entonces más lenta de los
acontecimientos, ¿qué generación ha acumulado tantos acontecimientos de primera
magnitud, decisivos para la marcha de la Historia en general y de la propia
Iglesia como nuestra generación? Nos ha tocado vivir El Concilio Vaticano II,
la Asamblea Diocesana, la iglesia de Tarancón, la Transición Democrática, la
coexistencia con personajes de la talla de Juan XXIII, Kenedy, Luther King,
Gandi…, el Mayo del 68…, las renovaciones pastorales y litúrgicas de los
impulsos primeros, cuando aún no habían sido apagados, del Concilio; la
recuperación de los Movimientos Apostólicos; la organización del laicado; unos
primeros planes extraordinarios de Evangelización…
Acontecimientos de ese nivel, vividos colectivamente como
fue nuestro caso, por grandes que hayan sido las decepciones generadas después
de algunos de ellos, dejan el alma de una persona tallada de un modo muy
particular… Y lo que a medida que se sucedían entrañaba retos, trabajos y dolor
(a veces de parto, en ocasiones de defenestración) generó en nosotros también
ese tipo de frutos que son consistencia, satisfacción en la profundidad y
aliento incombustible de esperanza, pasión.
Segunda causa de goce: toques del don de la
Sabiduría
Yo creo que son muchos también los sacerdotes que en esta
etapa de la vida han experimentado por primera vez en profundidad el don espiritual
de la sabiduría. No han sido pocas las satisfacciones en etapas de la vida
anteriores. Pero el gozo gozo de verdad, el gozo desde las entrañas, la
experiencia real del Misterio ha sido ahora por primera vez experimentada con
hondura. Resulta difícil narrarlo, imposible explicarlo, pero se trata
indudablemente de una experiencia transfiguradora. Que resulta por otra parte
un motor nuevo con una fuerza transversal (palabrón tan habitual en nuestros
días) que inunda de un colorido nuevo todas las manifestaciones de tu
existencia de última hora.
Es ahora cuando no requiere explicaciones, porque tiene
fuerza de axioma que la propuesta cristiana es para la felicidad.
Es ahora cuando uno balbucea, siquiera un poco, siquiera
de vez en cuando, pero con sentido, claro, experiencias de fe capaces de
generar su propia transmisión.
Estos primeros toques de sabiduría que comenzamos a gozar
con las yemas de nuestra sensibilidad tras tantas décadas de vida, en la
cercanía incluso de nuestro final, no podemos exigirlas en quienes no han experimentado
todavía la primera arruga del paso del tiempo. ¡Si pudiéramos transmitirla!
Tercera causa de goce: estamos seguros de
que, si nos lo pidieran, podríamos dar
ese fruto; no nos frustra la expectativa de que no nos lo pedirán
Es verdad que es como cuando alguien se sabe poseedor de
un pozo aún no explotado. Pero aun antes de vivir el goce de un pozo ya en
explotación, se puede y se vive el gozo de saberse poseedor de ese pozo, y
vivirse incluso como una posibilidad de que se abra para que otros se lucren de
ello.
La mayoría de los jubilados ni lo formulan ni lo
expresan, como no sea en mil formas sencillas de juicios y sueños, en las
oportunidades de hablar que se les ofrece para ello.
Manifestado abiertamente, sería algo como esto: nos
gustaría y nos sentimos capaces de participar en mesas multidisciplinares. En
una mesa así, cada participante hace sus aportaciones específicas con la misma
autoridad que cualquier otro participante lo hace desde su otra distinta
experiencia. El pastor jubilado puede en esa mesa aportar muchas experiencias y
sueños; reitero, también sueños, pues éstos no son en la pastoral fruto de
locas imaginaciones creativas, sino suma de experiencia de la realidad,
experiencia de imposibilidades y salidas a la dificultad, creatividad, y ese
plus de futuro que si sus manos ya no pueden alcanzar, lo está al alcance de
otras manos que no partan de sí mismas, sino de la experiencia recibida.
No es tanta verdad que se trate de pura teoría. Cada uno
conocemos muchos de estos pastores que, cuando son convocados a alguna
intervención no suelen ser el farolillo rojo de los intervinientes.
¿Que podría darse más fruto? Muchísimo más. Y ocurrirá.
Es preciso para ello que se supere el falso prestigio de la intelectualidad tal
como es entendida.
Un ejemplo: Supongamos que la propia reflexión teológica,
experta en hacer de la filosofía sierva de la teología, se convirtiera ella a
sí misma en sierva de la realidad; supongamos que las demás ciencias hiciesen
un recorrido similar; y que todas ellas se sentaran a la misma mesa también con
la presencia de la propia experiencia pastoral, en este caso de los jubilados.
Qué duda cabe que de esa mesa saldrían menos florituras para el papel y más
alientos, diseños y programaciones para la pastoral.
Quizás generaciones casi enteras de jubilados mueran sin
lograr ese parto. Pero ese parto no perderá su posibilidad, seguirá estando a
punto de la mano buena de partera cuando aparezca dispuesta a ayudarlo o
provocarlo.
Cuarta causa de goce: la lucidez
La lucidez.
Una serie de afirmaciones… Hay una serie de afirmaciones
que quizás las hemos ido repitiendo toda la vida (con esa formulación u otra
parecida), pero no con el saber nuevo con que ahora nos afloran.
No se precisa reflexionarlas, quizás sí antes, no ahora;
sólo narrarlas; y escuchar su resonar en el profundo de las entrañas.
Recojamos algunas. Todas quizás a cada uno le parecen
propias; todas quizás son recibidas de otros. Su sabor, que es el que cuenta,
es el de cada uno. Nada mejor que algunos ejemplos:
Hay sólo dos caminos: o yo como y bebo con los demás; o lo hago
prescindiendo o aun a costa de los demás.
… la primera pregunta de la ética cristiana no es qué tengo que hacer
para salvarme, sino qué tengo que hacer para curar, aliviar el sufrimiento;
antes que lo legal, antes que lo justo, antes que lo que se lleva, antes que lo
religioso
No es posible llevarse bien con Dios sin la mediación del prójimo; y al
prójimo o lo hago yo por el acercamiento o lo anulo por el alejamiento.
La vocación cristiana no es a manejar una herramienta, sino a –por el
uso de esa herramienta vocacional específica- curar el dolor y sanar las situaciones dolorosas.
“Ser cristiano”, al margen de disertaciones y disquisiciones
filosóficas o académicas, no decide nada. Sentirse cristiano lo decide todo. Sentirse
es también ser, pero no sólo. Sentirse es ser desde la hondura de las entrañas,
desde dentro, puro compromiso, amarrado por toda una nervadura afectiva, mucho
más sólida que cualquier tipo de infraestructura ideológica, filosófica o
teológica, actos segundos del primero que es el de sentirse.
…
Quinta causa de goce: el relato (tan desprestigiado
en nuestra cultura) de los viejos
A una persona mayor, si la tiene, lo que en muchos casos
se verifica, le chorrea la sabiduría en relatos sencillos, reacciones nítidas,
comentarios puntuales, o ríos interiores de contemplación, conexiones de
memoria y sueños aplicados.
Es una pena que el relato, lo que transmitió la cultura,
la fe, repito, el relato, una de las
grandes herramientas de la socialización, se vaya perdiendo.
Qué se yo, nuestro momento resulta algo así como si la
espectacular sala de Versalles de Pozalagua, cuya infinindad de estalactitas
excéntricas se ha ido construyendo a lo largo de miles de años, se cerrara a la
visión de la generación actual; y esta generación joven, de espaldas a la
cueva, moliera su cabeza y su corazón en una especie de mina de diamantes
virtuales, producciones de puro hueco.
O como si de repente se enterraran todos los refranes de
todas las lenguas y sustituyésemos el habla con media docena de vulgaridades,
otras tantas zafiedades, mezcla de blasfemias, y el uso (entre “cosas”,
“cacharros”, “guays”, y otras) de 300 o 500 palabras y nada más
Bien, se dejará mudos a los viejos. Pero se probará la
fatuidad de lo que los sustituye. Volverá el relato, y la apertura de las
cuevas de la sabiduría y la transmisión de la experiencia consolidada.
Y los jubilados son la generación que guarda esas cuevas,
esas hablas, esa posibilidad de relatos. Un día lo darán a luz.
Quinta causa de goce: la libertad
La libertad.
¡La que nos tocó pasar! Pecado si comulgar tras un traguito
de agua, o no acabar el breviario o faltar a la procesión del Corpus; otro
tanto con sólo pisar la antesala del pensamiento; no leer, ni siquiera leer esa
página (al menos pudimos ya leer la Biblia desde niños); y la autoridad
sentida, quizás como pastor, pero no pocas veces como llegado embalado dentro
de una pieza de granito.
Y ello en la política, y ello en la iglesia.
Y ahora, en cambio, vivir esa libertad como el propio
hogar, como esencia de la propia casa... ¡Qué bendición! Esta sí que ha sido
una conquista de fondo. Y poder hoy darse con generosidad, ni por imperativo ni
por voluntarismo, sino por lo que va brotando de uno. ¡De cuántos, a quienes se
les conoció antes duros, dicen hoy “se va haciendo buena persona”!
Finalmente, algunos retos
En primer lugar: Querer como siempre y mejor
que nunca antes
Entendámonos, la gran mayoría no hemos sido teólogos
profesionales; pero hemos jugado en ese campo…
El discurso teológico, una necesidad y una pena.
Una necesidad por la importancia de la Razón/Fe, la
inteligencia de la misma, la facilitación de herramientas para la misión.
Una pena porque ha suplantado lo segundo a lo primero; ha
suplantado la ideología a la experiencia; ha preferido el discurso a la
narración; ha constituido desde el lenguaje y su creciente relevancia social
una casta sobre el pueblo; y ha constituido un grupo de maestros oficiales
precisamente para unos seguidores a quienes el propio Jesús dijo que nadie se
llame maestro.
Sólo la práctica es relevante y aval del discurso teológico,
aun el más original, el de la resurrección.
Y una práctica no
necesitada de matices: amar.
Eso podemos hacerlo. Eso, con nuestras deficiencias, lo
vamos a hacer mejor que nunca, con el empuje del Espíritu.
En segundo lugar: vivirnos con satisfacción
¿Qué es un campo sembrado? Tú lo has visto, lo sabes muy
bien.
Es un campo que está lleno de semillas.
Pero no se siembra una cantera, ni un río…
El campo tiene condiciones.
Muy mal dadas tienen que venir para que no brote nada y
aun brotando no dé cosecha.
El que lo ha sembrado, lo ha hecho porque tiene
confianza, sabe de él, espera de él.
Somos uno de esos campos. Nos sabemos ese campo.
Y en tercer lugar: hablar
Es un encargo de última hora. Nos lo pide el Papa. A los
jóvenes, que armen lío; a los viejos, que hablen
Queremos hablar. Exigimos poder hablar. Queremos cauces
nuevos para hablar.
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