J. L. Beltrán de Otalora |
José Luis Beltrán de Otalora
Bilbao
Nota: Por la extensión que ocupa el artículo, aparecerá fragamentado. Se publica hoy el TERCER FRAGMENTO
Quinta
dificultad: la añoranza
El que fue predicador,
deja de serlo. El que fue profesor deja de serlo. El que fue gestor deja de
serlo. El que fue organizador deja de serlo...
El que fue testigo lo
sigue siendo.
Plantearse esto en blanco
y negro, sin grises, sin matices resulta duro. Pues todos los sacerdotes
jubilados fueron mucho de lo primero y buena parte al menos de lo segundo.
La dura dificultad para la
vida o tentación consiste en añorar quizás lo primero más que lo segundo, en
lugar de seguir cultivando con todos los recursos la calidad del testimonio.
Sexta
dificultad: la reducción al silencio
La falta de recursos. El
silencio.
No hay en verdad para el
jubilado una mesa real de participación. No la hay. La que desde lo jurídico
sería para algunos la adecuada, como el CPP, no lo es en realidad. Ni por su
concepción, programación y metodología. Lo sería para algo superextraordinario.
Quizás.
En la Iglesia faltan mesas
de participación real. A todos los niveles.
Y que no se meta el
jubilado a crear su propia mesa. Si en tantas ocasiones no contó su palabra ni
para el consejo, ¡está ahora como para exigir que su palabra tenga algún mayor
peso que el de su opinión particular!
Menos mal que el Papa
Francisco pide que los jóvenes armen lío y los viejos hablen…
Séptima
dificultad: olvidados
Ignoro si esto ha sido así
de siempre. Quizás sea una cuestión generacional. Aunque me temo que en parte
se deba también al modo de gobernar.
Me refiero al
distanciamiento (sin calificarlo) entre el clero joven y el clero mayor,
incluidos los sacerdotes mayores no jubilados.
Anotaré un solo ejemplo:
no hace mucho se daban unas coincidencias nítidas: en una ordenación, en el funeral de un sacerdote.
Hoy se dan presencias cantadas, y ausencias no menos solemnes. ¿Qué razones
“afectivas” intervienen en ello?
Octava
dificultad: “barullo de espiritualidades”
Era mi intención haber
reducido a 7 el número de dificultades. Simplemente por su valor simbólico.
Pero de pronto me viene a la mente esta octava, que quizás puede tener una
cierta relación con las dificultades anteriores, y con otras cuestiones bien
relevantes de otros ámbitos distintos al que ahora estoy tratando de los
sacerdotes jubilados.
Me refiero a la irrupción
en el campo de la espiritualidad sacerdotal diocesana de otras nuevas espiritualidades.
Nuestra Diócesis, cuando
se hallaba integrada en una única realidad con las tres diócesis de Bilbao, San
Sebastián y Vitoria, cultivaba una espiritualidad sacerdotal diocesana
específica, con sus incidencias reales en la orientación de la pastoral. Se
manifestaba de modo propio en el denominado Movimiento Sacerdotal del Seminario
de Vitoria, y su enriquecimiento con la espiritualidad de los Movimientos
Apostólicos de AC, en especial los especializados (HOAC y JOC), los Ejercicios
Espirituales, etc.
Pero muy pronto,
coincidiendo con la partición de la Diócesis y las décadas posteriores,
comenzaron a cultivarse otras espiritualidades ofertadas a los sacerdotes
diocesanos, fundamentalmente desde el Opus Dei, Los Neocatecumenales, Comunión
y Liberación, y en la última década los
Sacerdotes del Prado.
¿Se trata, en conjunto, de
un enriquecimiento? ¿O facilita más bien una situación como de minusvalía para
no pocos de los sacerdotes, cuando menos de los jubilados?
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