Por Carmen
Torres Ripa
(en «DEIA», 5 de Marzo de 2014)
DIOS me
entenderá y Dios me perdonará si digo o escribo algo mal, pero ya no puedo
seguir así. Quiero pasar página y no me dejan las propias víctimas del terrorismo.
Unas víctimas que han dejado de ser víctimas para convertirse en asociación
política. Usted que me lee quizás piense que esos miembros de Covite (Colectivo
de Víctimas del Terrorismo del País Vasco) que han pedido a los verificadores
que declaren en la Audiencia Nacional, buscan la paz. No, amigo lector, creo
que no buscan la paz, buscan la guerra, y buscarse la vida a cuenta de la
muerte de sus seres queridos ya no es odio, es egoísmo, puro egoísmo. Su lema
es ojo por ojo y todos ciegos. Las víctimas por ser víctimas no tienen razón en
todo lo que pase por su imaginación. Para algunas -digo algunas y recalco lo de
algunas- víctimas del terrorismo y algunas asociaciones de víctimas -asociaciones
que actualmente siguen pidiendo subvenciones económicas- el terrorismo es su
rampa de lanzamiento político. Hasta pueden presentarse al Parlamento Europeo
con el único aval de ser víctimas. Estoy moralmente legitimada para pensar así
porque una de las primeras víctimas de ETA fue mi marido, José María Portell, padre
de cinco hijos.
Este
tema es muy escabroso y nadie se atreve a decir lo que piensa. Con odio no se
soluciona nada. ¡Cómo es posible que unos señores y señoras, por pertenecer a
Covite, echen un pulso al Gobierno -aunque se haya equivocado- y pidan que
declaren, como delincuentes, ante la Audiencia Nacional, unas personalidades
con categoría humana, política y profesional a nivel mundial! ¿Cuántos
mediadores de otros gobiernos tendrían que declarar entonces? Personas que, con
toda la voluntad del mundo, intentaron negociar para poner fin a esta situación?
Personas como Jesús Eguiguren, Pedro Arriola, Javier Zarzalejos, Martín Fluxa, el
obispo Juan Mari Uriarte… Nombres que se han sumado a una lista de
pacificadores que entonces no tuvieron verificadores que confirmaran
aquellos diálogos. ¿Cómo no les ha llamado el fiscal de la Audiencia Nacional? Además, aquellos mediadores hablaron con los etarras a cara descubierta. ¿Qué más da ahora que vayan encapuchados? ¿Usted cree que antes de la grabación no les vieron la cara? Son simplezas. Entrar en detalles insignificantes en un acto tan importante.
aquellos diálogos. ¿Cómo no les ha llamado el fiscal de la Audiencia Nacional? Además, aquellos mediadores hablaron con los etarras a cara descubierta. ¿Qué más da ahora que vayan encapuchados? ¿Usted cree que antes de la grabación no les vieron la cara? Son simplezas. Entrar en detalles insignificantes en un acto tan importante.
Entérense
todos, hay gente que puede que no quiera la reconciliación, porque su modus
vivendi se va a un sitio que tiene un nombre muy feo y esa gente, en olor de
multitudes, hace declaraciones políticas sin ser políticos y ni haber sido
votados por nadie. Nadie les ha elegido y, sin embargo, han soliviantado al
país entero.
Mire, yo
digo lo que digo porque puedo hacerlo, tengo autoridad moral. Esa autenticidad
moral que parecen enarbolar algunas víctimas, pero ni yo ni ellas tenemos poder
político. La responsabilidad política está por encima y esa responsabilidad
solo la dan los electores.
Hace dos
años yo brindé con champán por el cese de la violencia. Ahora me estoy tomando
una tónica para poder decir que las acusaciones de Covite a los verificadores
son una farsa orquestada por ellos mismos. Newton decía que los hombres
construimos demasiados muros y no suficientes puertas.
Pienso
que los verificadores -verifican la verdad de una actuación- han asistido, lo
hemos podido ver en un vídeo, a un primer paso de buena voluntad. Una entrega
testimonial de las armas. ¿Qué querían los miembros de Covite? ¿Que los
verificadores pasaran las armas y los explosivos por un control de equipaje o
un detector de metales al coger el avión de regreso a sus respectivos países? ¿Qué
querían? ¿Convertir una reunión política -sin duda política- en una cacharrería
de ruidos y pitidos?
Lo
importante de esta puesta en escena, orquestada negativamente por mentes
retorcidas, es que haya paz y ningún muerto más. La paz tiene un precio, no es
gratis. Adolfo Nicolás, Papa Negro actual -se llama así al padre general de la
Compañía de Jesús- exhortaba recientemente a los colombianos ante su proceso de
paz con las FARC: "Hay que pagar un precio que no se puede comparar con el
gran beneficio de vivir en paz".
ETA ha
cumplido lo que prometió y su palabra tiene toda la credibilidad. ¡Qué paradoja!
¿Verdad? ¡Yo, víctima del terrorismo defendiendo a una banda terrorista como
ETA! "Tiene síndrome de Estocolmo", dirá más de uno. Pues no, señores,
no tengo síndrome de Estocolmo, tengo síndrome de paz. Me muero por la paz y no
entiendo qué tiene en la cabeza esta gente. Me mata el victimismo.
¿Cómo
puede decir Esteban González Pons que los "verificadores trabajan para ETA
y no para España"? ¿Quién se cree este señor que son los miembros de la
Comisión Internacional de Verificación (CIV)? ¿Quién se cree que son Ram Manikkalingam,
Ronni Kasrils, Chis Maccabe? ¿Cómo se puede caer tan bajo para preguntar quién
paga sus viajes y sus sueldos y dónde han guardado las pistolas los etarras del
vídeo? Por favor, señor Pons, las han guardado en una caja de cartón y no para
utilizarlas. Se ve que usted no sabía -o no quería saber o no se enteró- que un
equipo de siete agentes del CNI (Centro Nacional de Inteligencia) controló
minuto a minuto la reunión de verificadores con ETA en Toulouse. La entrega de
las armas es una simbólica escenificación. Interior conocía de antemano el
contenido del vídeo revelado el pasado viernes. Las armas fueron sacadas de un
zulo que la organización tenía en el sur de Francia y han sido devueltas al
mismo zulo. Estos detalles parece que los desconocía el caballero Pons. Mire, cuando
a un señor respetable -por su prestigio, arte o actuaciones políticas- le
conceden, en una acto simbólico, la llave de la ciudad, ¿usted cree que esa
llave sirve para entrar y abrir las puertas de esa ciudad? No, señor, es un acto
simbólico.
Mi
marido, Dani Arranz, me decía ayer que mirara el cuadro de La Rendición de
Breda de Velázquez. Le propongo señor Pons, y le propongo a usted que está
leyendo este articulo, que lo haga. En el cuadro, también llamado Las lanzas, se
cuenta en colores una capitulación hermosa.
Es un
cuadro de género histórico sobre la lucha del ejército español contra los
rebeldes holandeses, en tiempos del reinado de Felipe IV. En esa guerra, la
ciudad de Breda, cuna de los Orange, se rendía el día 2 de junio de 1625. Días
después de la rendición, tenía lugar la entrega simbólica de las llaves de la
ciudad: el vencedor, Ambrosio de Spínola, comandante de los tercios de la
monarquía Española; el vencido, Justino de Nassau, comandante del ejército
holandés. A continuación narro el suceso:
"Justino
se inclina ante Spinola, que apoya una mano en el hombro del general vencido y
que le impide que llegue al extremo de arrodillarse como impidiéndole que se
humille. Velázquez quería representar un tema sin vanagloria ni sangre. Por eso,
en este cuadro no vemos al orgulloso héroe militar erguido que humilla a su
enemigo".
Calderón
de la Barca lo hizo verso:
"Estas
las llaves son de la fuerza, / y libremente os las entrego en vuestras manos / que
no hay temor que me fuerce a entregarlas / pues tuviera por menos dolor la
muerte...".
Y
Spínola contesta a Nassau:
"Justino,
yo las recibo, y conozco que valiente sois / que el valor del vencido hace
famoso al que vence. / Y en el nombre de Filipo Cuarto, que por siglos reine, /
con más victorias que nunca / tomo esta posesión".
Así es
la crónica de los personajes nobles de la historia tal como se transcribe en
internet.
Si Diego
de Velázquez hubiera estado entre nosotros, nunca habría podido pintar algo
semejante a La rendición de Breda.
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