Por González Faus (en RD)
Querido hermano Francisco, obispo de la iglesia que debe
“presidir en el amor”: me digo que son demasiadas las cartas que se te
escriben, que no puedes leerlas todas y que nuestra tarea hoy no debería ser
dictarte lo que has de hacer, sino ayudarte en lo que has propuesto. Pero hay
un punto que me parece muy importante, muy olvidado, urgente y relativamente
fácil. Tiene además que ver con tu ilusión de “una iglesia pobre y para los
pobres”. Y es el que me impulsa a ponerte estas líneas.
Todos hemos leído cómo David, ante el hambre ocasional de sus soldados
consideró legítimo comer los panes de la proposición, y cómo Jesús aludió a ese
episodio para justificar que sus discípulos quebrantasen el reposo del día santo.
Ambos episodios vienen a decirnos que ante una verdadera necesidad
humana, nada hay tan sagrado que resulte intocable, si puede remediarla.
No sé si Juan Pablo II pensaba en esos episodios cuando escribió que “ante los
casos de necesidad no se debe dar preferencia a los adornos superfluos de los
templos y a los objetos preciosos de culto divino; al contrario, podría ser
obligatorio enajenar esos bienes para dar pan, bebida, vestido y casa a quien
carece de ello” (SRS 31). Wojtila habla de obligación y, en las líneas
anteriores, señalaba que esa es la enseñanza y la praxis de la iglesia
primitiva.
Me pregunto si no hay un amplio sector eclesial que esgrime con furia
determinados preceptos de la
Iglesia, mientras que otros que no le gustan no los contradice
ni los discute con argumentos, sino simplemente los olvida, los mete en el
congelador o los envuelve con el plástico de un silencio absoluto. Temo que eso
mismo hemos hecho con la enseñanza citada de la SRS: en momentos tan duros y tan trágicos como
los actuales, para tantas gentes, no puedo menos de pensar en algunos “objetos
preciosos de culto divino” de mi país: la custodia de la catedral de
Toledo, las joyas de la corona de la
Virgen del Pilar, la Sagrada Familia de
Barcelona, el cáliz de la cena de Valencia (que además tiene mínimas
posibilidades de ser auténtico) y otros que yo desconozco ¿no deberían haber
sido “enajenados” hace tiempo, para ver cómo pueden remediar el hambre y las
lágrimas de tanta gente sencilla que son los verdaderos paganos de nuestra
crisis económica? Todas esas riquezas no le dan ningún culto a Dios; en cambio,
ponerlas al servicio de las víctimas de nuestra crisis sería un gran acto de
culto divino, con tal que no se haga alocada y precipitadamente, sino
estudiando el modo de que resulten lo más eficaces posible.
Temo que los católicos de mi país seamos responsables de un pecado grave en
este punto y me duele que ninguna voz autorizada de la iglesia española se haya
levantado para evitarlo. Cuento con que decirte esto me puede costar más de dos
bofetadas porque herirá sentimientos patrióticos. No deseo herirlos; pero
pienso que el Reino de Dios es nuestra patria más verdadera, mucho más que
todos nuestros localismos fatuos. Y esa enajenación de los objetos del culto
divino pertenece al reino de Dios; mientras que negarse a ella sólo obedece a
orgullos o miedos demasiado humanos.
Sé que hay mucha gente sincera dispuesta a seguirte y ayudarte por la
autoridad que te has ganado en estos meses. Y que una palabra o
indicación tuya en este sentido podría ser un gran acto de culto divino válido,
para toda la
Iglesia. Perdóname si por ello te doy la lata.
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