Los curas rojos piden justicia
Dieciséis exsacerdotes vascos y uno gallego han relatado
a María Servini, la jueza argentina que instruye la querella contra los
crímenes del franquismo, la represión que sufrieron en los últimos años de la
dictadura, con torturas y penas de cárcel, en connivencia con los jerarcas de
la Iglesia. Abandonaron las comodidades de los templos y se ganaron la vida en
obras y fábricas, simpatizaron con el movimiento sindical clandestino y alguno
ayudó a miembros de la ETA primigenia.
• Ana María Pascual • Fotos:
Iñigo Fernández
FUSILADO contra los muros del cementerio de Hernani (Guipúzcoa),
el sacerdote José Ariztimuño, conocido como Aitzol, se convirtió tras su muerte,
en octubre de 1936, en un símbolo de la oposición del clero vasco al alzamiento
fascista. Fue un intelectual muy comprometido por los derechos de los trabajadores
durante la República. Su cuñado, Joaquín Arrue, pidió por activa y por pasiva
al alcalde de Hernani que le desvelase el lugar donde estaba enterrado Aitzol tras
su ejecución. No fue hasta 1958 cuando la familia despejó sus dudas. La Guardia
Civil les certificó el lugar exacto donde se encontraban los restos del célebre
clérigo, junto con los de seis sacerdotes más, en un rincón del cementerio
hernaniense. “Se hallan enterrados unos 190 individuos más cuyos nombres se
desconocen, los cuales también fueron ejecutados por las Fuerzas Nacionales”,
así reza en el certificado del Instituto Armado. La familia de Aitzol puso una
placa en el lugar y la llenó de flores durante décadas. Pero hace unos años, cuando,
con la Ley de Memoria Histórica, la familia intentó exhumar los restos del cura,
se encontraron con que no estaban. Piensan que fueron trasladados al Valle de
los Caídos. Su caso forma parte de la querella argentina.
Mientras
el sacerdote Martín Orbe (Errigoiti, Vizcaya, 1934) relata las torturas que le
infligieron en los sótanos de la comisaría de Indautxu (Bilbao) en abril de
1969, Julen Kalzada se emociona. El excura de 78 años, de Busturia (Vizcaya),
no puede reprimir las lágrimas cuando escucha la ennumeración de martirios: el
quirófano, el gusano o paseíllo, la tortura psicológica, con mofa incluida,
y los golpes. “Aquello fue la experiencia más cruel de mi vida –dice con
estoicismo Orbe–; más incluso que la cárcel”.
Es en
ese momento cuando la entrevista con cinco curas obreros vascos, en el Café
Antzokia, de Bilbao, alcanza el cenit. Salvo Martín y Periko Solabarria (84
años), que se jubilaron siendo sacerdotes, el resto dejó los hábitos tras su
estancia en la cárcel concordataria de Zamora, la única prisión para curas de
España, operativa entre 1968 y 1977.
Por allí
pasó un centenar de sacerdotes, la inmensa mayoría vascos, que no se plegaron al
nacionalcatolicismo y que se opusieron a la dictadura desde sus púlpitos y
desde las fábricas y las obras donde trabajaron al lado de los obreros. Sus delitos: sermones en
euskera, homilías subversivas, huelgas de hambre, posesión de propaganda contra
el Régimen, colaboración con los movimientos sindicales clandestinos y, en dos
de los casos, haber cobijado a miembros de ETA.
Aún
recuerdan la letra de Eleiza pobrea (Iglesia pobre), una de las canciones que
cantaban en la cárcel de Zamora. Juntos la entonan ahora, pero de una manera muy
diferente: con sonrisas triunfales. “Estamos esperanzados ante la
oportunidad que representa la querella argentina contra los crímenes del
franquismo”, dice Felipe Izaguirre, de 78 años, que estuvo hace unos meses
en Buenos Aires en representación de 17 curas (16 vascos y uno gallego)
represaliados por la dictadura que se han sumado a la querella que instruye la jueza
Servini.
TORTURAS
EN EL CUARTEL
Hijo de
ferroviario abulense, Izaguirre se ordenó cura en el seminario franciscano de
Aránzazu (Oñate, Guipúzcoa) en 1951. Su primer destino fue un convento en la localidad
vizcaína de Bermeo. “El superior no me dejaba dar clases en euskera.
Protesté mucho y me mandaron a Granada como capellán castrense”. Era 1966.
Las relaciones entre el cura vasco y los coroneles franquistas no cuajaron: “No
me dejaban tener contacto con los soldados andaluces, que vivían en la miseria.
Di un sermón en la catedral de Granada basado en una encíclica de Juan XXIII
sobre la paz y la igualdad y no gustó nada.Me impusieron una multa por desórdenes
públicos y, al no poder pagarla, fui recluido en un convento”, relata Izaguirre.
Después llegó la expulsión del Ejército y su conversión en cura obrero, en la
localidad guipuzcoana de Eibar, donde le reclamó su compañero del seminario
Juan Mari Zulaika (72 años).
Los dos
franciscanos se colocaron en la fundición Aurrerá. Eran dos obreros más. Habían
renunciado a la paga del Obispado, “porque era dinero que venía del Estado
represor”, apostilla Izaguirre. Su fe cristiana se mantenía y oficiaban misas
campestres y bodas. “Yo estuve muy implicado con las comunidades cristianas
de base. Mi primer problema lo tuve por decir a las chicas jóvenes que había
pastillas para no tener hijos”, explica Zulaika. En junio de 1968 el
dirigente de ETA Txabi Etxebarrieta murió en un tiroteo con la Guardia Civil.
Se produjeron movilizaciones en todo Euskadi por aquel suceso. Izaguirre y
Zulaika fueron detenidos por participar en ellas. “Nos llevaron al cuartel
de Eibar, donde se pasaron toda la noche golpeándonos. De cintura para abajo,
estábamos amoratados.Nos trasladaron a Zamora para cumplir un mes”,
recuerda Izaguirre. Después volvieron al penal en dos ocasiones más, una por la
celebración del Aberri Eguna (Día de la Patria Vasca), que estaba prohibida; y
otra por una manifestación, por la que cumplieron ocho meses de prisión.
El
concordato firmado entre España y el Vaticano en 1953 abordaba sutilmente el
espinoso asunto del clero díscolo. Los franquistas se habían topado con la
oposición de buena parte de la iglesia vasca, que se mantuvo al lado de la
República tras el golpe de Estado de 1936. Entonces 17 sacerdotes fueron fusilados,
y unos doscientos, encausados y juzgados en Consejos de Guerra. El concordato
establecía la prohibición de que los curas cumplieran condena en la misma cárcel
que el resto de los presos, y eran recluidos en conventos bajo la supervisión
de los abades; pero al Régimen no debió parecerle suficiente castigo, y en 1967
estableció en el penal de Zamora un módulo para los curas.
“No
había celdas ni intimidad para nada, ni en los baños tampoco –cuenta Zulaika–.
Si alguien pensaba que la prisión de los curas iba a ser mejor que la del
resto, se equivocó. Era el infierno. La comida incomible, la censura férrea, la
vigilancia constante. Recuerdo que nos entreteníamos estudiando las
conjugaciones del euskera, cantando, debatiendo”. Martín Orbe añade: “Era
un barracón enorme, donde había 20 o 25 camas. En invierno era gélido porque no
daba el sol, y en verano, asfixiante. Al principio éramos un grupo grande, de
unos quince curas; pero en los últimos años nos quedamos cinco o seis, y era
tedioso”.
El
último en abandonar la cárcel de Zamora, en marzo de 1976, fue Julen Kalzada.
Estuvo siete años en ella. “Cuando me sacaron de Zamora, me llevaron a un
convento a Valencia. Iba escoltado con tres coches por delante y otros tres por
detrás. Debía ser muy peligroso –se ríe–. Al poco tiempo, me indultaron
ya con la ley de amnistía y regresé a casa”, explica el exsacerdote,
marcado por la represión franquista. Su padre, que había sido concejal del PNV
durante la República, fue fusilado por los falangistas. Julen Kalzada participó
en dos de los episodios más significativos de la resistencia del clero vasco:
el encierro de 60 curas en el seminario de Derio (Vizcaya), el 4 de noviembre
de 1968, y la huelga de hambre de cinco sacerdotes en el Obispado de Bilbao, en
junio de 1969, en pleno estado de excepción.
Concentración solidaria de curas en los juzgados de Gernika por el juicio contra el sacerdote Patxi Bilbao, en 1967. |
A los
participantes en el encierro se les aplicó una suspensión a Divinis (se les prohíbe
dar misa y practicar la confesión). Por la huelga de hambre de tres días, las
condenas fueron de 12 años de prisión. Pero sus penurias fueron a más. “Me
imputaron también por ayudar a liberados de ETA y me juzgaron en el proceso de
Burgos [celebrado el 3 de diciembre de 1970]; me condenaron a 12 años por
rebelión militar”. En los testimonios incluidos en la querella argentina,
los curas vascos aportan nombres de los posibles responsables tanto de la
represión judicial como de los malos tratos que sufrieron: por ejemplo, los
jueces militares y del famoso Tribunal de Orden Público Carlos María Entrena,
José Redondo Salinas, Manuel Batalla, Antonio Troncoso de Castro; el director
de la cárcel de Zamora, Ricardo Sagrada; el capitán de la Guardia Civil Manuel
Hidalgo.
GOLPES
EN ‘EL QUIRÓFANO’
Martín
Orbe fue el encargado de llevar al Papa un escrito de los curas encerrados en
Derio. “En la carta, que no nos dejaron entregar al pontífice, se pedía que
la Iglesia fuera pobre, dinámica, libre e indígena”, cuenta Orbe, que fue
detenido en abril de 1969 por ayudar a un militante de ETA a escapar de la policía.
“Las torturas me envilecieron, es lo peor que le puede pasar a ser humano. Primero
me molieron a golpes; luego me hicieron ‘el gusano’, con las manos esposadas
por detrás de las rodillas, inclinado, debía andar al ritmo que ellos marcaban.
Era insoportable. Por último me hicieron ‘el quirófano’; me echaron sobre una
mesa, dejando el tronco fuera, colgando, sin permitirme agarrarme a nada. Así
me golpearon con un listín telefónico en el estómago. Querían que cantase y
algo tuve que decir”, lamenta Orbe, que pasó tres años en la cárcel de
Zamora.
A sus 84
años, Periko Solabarria es la memoria viva de la lucha obrera en el País Vasco.
Paradigma de cura obrero, pasó casi tres años en Zamora tras incautársele propaganda
a favor de un huelga, en 1969. “Nunca dejé de ser cura, al principio iba a
trabajar con la sotana”, recuerda. Peón de albañil, trabajó en la
construcción del puente Rontegi, que cruza el río Nervión en Bilbao. “Después
del trabajo, oficiaba misa en la parroquia de Santa Teresa en Baracaldo. Nunca
he sido un cura al uso, lo sé. En vez de pisar alfombras rojas, he pisado el barro
para dejar huella. Trabajando junto a mis hermanos y ayudando”.
Solabarria
fue diputado por HB y es una auténtica institución en el mundo abertzale. “Tengo
esperanza de que algún día España condene el franquismo. Espero poder verlo”.
De momento, los 17 curas querellantes confían en que la jueza argentina les
devuelva parte de la inocencia que perdieron entre los muros del penal de
Zamora.
soy Maria teresa jurico,sobrina de Jose Jurico Zaro,yo no lo conocí pero se que fue fusilado con Jose Ariztimuño,alias Aitzol en Ernani ,mi Aita cuando se entero no podia soportar el dolor,ademas era un buen pelotari.
ResponderEliminar