lunes, 1 de septiembre de 2025

In Memoriam: Rafael de Sivatte Algueró

Fuente:   Critianisme i Justícia

Por   Andreu Oliva, SJ

01/08/2025

 

El jesuita Rafael de Sivatte Algueró nació en 1943 en Sarrià, Barcelona. Estudió bachillerato en el Colegio Jesuita San Ignacio, y, terminado el bachillerato, entró a la Compañía de Jesús, en el año 1960. Fue ordenado sacerdote en 1974, tras un período de formación de 14 años; estudió Humanidades en Raimat (Lleida) y Aranjuez (Madrid), y Filosofía en Sant Cugat del Vallès (Barcelona) y en Pullach (Múnich). Acabados los estudios de filosofía, fue destinado como maestrillo al Colegio del Sagrado Corazón de Barcelona y enseñó griego. Posteriormente, se especializó en Ciencias bíblicas en el Instituto Bíblico de Roma y se doctoró en Teología Bíblica en la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid), de la que también fue profesor.

El padre Rafa, como le llamábamos todos, llegó a El Salvador por primera vez en 1986. Fue invitado por los jesuitas Ignacio Ellacuría, en ese entonces rector de la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas» (UCA), y Jon Sobrino, director del Centro de Reflexión Teológica (CRT), para enseñar las materias sobre el Antiguo Testamento de la maestría en Teología de la UCA.

Junto con él, en aquellas décadas de los 80 y los 90 también fueron a dar clases a la UCA otros compañeros jesuitas de la entonces Provincia Tarraconense y de la Facultad de Teología «San Francisco de Borja»; entre ellos, hoy recordamos a José Ignacio González Faus, Josep Vives, Oriol Tuñí y Xavier Alegre. Sin duda, sin la gran generosidad y calidad humana y académica de estos compañeros teólogos, la maestría en Teología de la UCA no hubiera podido realizarse.

Desde esa vez primera, Rafa siguió yendo a El Salvador todos los años por tres meses para impartir el curso «Introducción al Antiguo Testamento», y según el año, una de las materias especializadas: «Pentateuco», «Sapienciales» o «Profetas». Enseguida se ganó la confianza y el aprecio de los estudiantes, por la manera en la que enseñaba y por su gran calidez humana.

Cuando Rafa iba a El Salvador se hospedaba en la comunidad de los hoy mártires jesuitas de la UCA, asesinados en la madrugada del 16 de noviembre de 1989. Aquel mismo año, Rafa había estado con ellos los tres meses habituales y había dejado El Salvador apenas unas semanas antes del asesinato. Así pues, Rafa conoció de primera mano a los mártires de la UCA, la realidad de la sociedad y de la Iglesia salvadoreña y a su gente, y se quedó prendado. Durante esos años tuvo mucha comunicación con todos los mártires, pero especialmente con el P. Amando López, al que acompañaba los domingos en la mañana a la comunidad de Tierra Virgen, una comunidad marginal junto a la vía del tren, y a la que Rafa siguió atendiendo pastoralmente por seis años más después de la masacre.

Después del asesinato de los jesuitas de la UCA, y al conocer la decisión del P. General de enviar a seis jesuitas a la UCA con la misión de continuar su trabajo, el P. Rafael de Sivatte no dudó en ofrecerse como voluntario y apoyar así al CRT y los estudios de teología en la UCA, que con la masacre habían perdido a tres de sus profesores. Al ser destinado a El Salvador, tal como lo deseaba, no cabía en sí de felicidad, y se vino con la decisión de quedarse acá para el resto de sus días. Se volcó de lleno a servir al pueblo salvadoreño y a entregar su vida día a día por él, por los estudiantes de Teología, para apoyar pastoralmente a las comunidades cristianas que lo invitaban a compartir sus conocimientos bíblicos y la eucaristía. Se hizo un servidor de todos aquellos que lo buscaban para hablar, para dirigirse espiritualmente, para encontrar ánimo y consuelo. Con este destino pudo realizar a cabalidad su deseo de optar por los pobres y por vivir en medio de ellos y para ellos.

Desde entonces, Rafa se convirtió en un elemento clave para los estudios de teología en la UCA, y se identificó cada vez más con la misión de la universidad, con el pueblo y la cultura salvadoreña. En cuanto le fue posible, y para mostrar que su decisión de quedarse en El Salvador era verdadera, no dudó en nacionalizarse salvadoreño.

Su misión pastoral también lo llevó lejos de la UCA. Durante varios años iba una vez al mes a apoyar a las Religiosas Clarisas y a los Franciscanos en Gotera, en el departamento de Morazán, en la frontera con Honduras, zona de guerra entre la guerrilla y el ejército. Para ir hasta allí, tenía que viajar en una avioneta, en la que en cada viaje se jugaba la vida. Lo hacía contento, pues para Rafa era el modo de hacerse solidario con los religiosos y religiosas que vivían y trabajaban pastoralmente en las comunidades cristianas de esa zona tan difícil, tan pobre y con tantas dificultades. En sus idas a Gotera, Rafa compartía con los religiosos los análisis de la realidad nacional que se hacían en la UCA, trataba algún tema bíblico y reflexionaba con ellos sobre el papel de la Iglesia y sobre cómo vivir la fe en esos lugares de conflicto. A su regreso, siempre nos contaba la aventura que había vivido, las dificultades que tuvo en el vuelo o los problemas con los militares —en alguna ocasión lo retuvieron, a veces hasta una hora, para averiguar cuál era el motivo de esos viajes—.

El padre Rafa ha sido un trabajador incansable. Iniciaba el día muy temprano: a las seis de la mañana ya estaba en su oficina en el Centro Monseñor Romero y no regresaba a casa hasta las seis de la tarde. Algunos días todavía regresaba a las aulas después de la cena para impartir clases en el turno vespertino. Se destacó por su esmerada atención a los estudiantes de las distintas carreras del área teológica, a los que apoyaba en todo lo necesario, desde hacerles los papeles que requerían para obtener su residencia en El Salvador hasta facilitarles lo necesario para que pudieran seguir el curso con éxito. Aunque siempre decía que el trabajo administrativo que le tocaba hacer como jefe del departamento no le gustaba y que no servía para ello, se esforzaba en hacerlo lo mejor posible y siempre lo tenía todo listo antes que la mayoría de los otros jefes de departamento de la universidad. Cada año, antes de viajar a España para Navidad y Fin de Año, dejaba todo lo correspondiente al siguiente curso perfectamente arreglado para que todo estuviera a punto a inicios del curso en el mes de marzo.

Además de su trabajo en la UCA, dedicaba los fines de semana a acompañar pastoralmente a las comunidades cristianas, ya fuera impartiendo algunas charlas sobre Biblia, dando retiros o celebrando los sacramentos, no pocas veces invitado por sus estudiantes. Todos lo querían y lo recibían con gran cariño. Especial mención debemos hacer a la comunidad Monseñor Romero de Apopa, a la que acompañó por 30 años todos los sábados en la tarde. Rafa apoyó a la comunidad para que construyera su propia capilla para las celebraciones eucarísticas y otras actividades de su vida eclesial. Antes de tener su capilla, tenían que pedir permiso cada semana al director de la escuela de la colonia para reunirse en el patio y celebrar la eucaristía. Allí Rafa fue pastor, amigo y hasta el mánager de los equipos de fútbol juveniles de la comunidad. En una ocasión, en uno de los viajes que cada año hacía a Barcelona, consiguió que le regalaran varios uniformes de los equipos juveniles del FC Barcelona que estos ya no usaban, y los llevó hasta Apopa, haciendo las delicias de esos jóvenes. Decidieron que ese sería su uniforme oficial y lo lucían con orgullo, especialmente en el torneo deportivo anual que se celebraba en noviembre en la UCA como homenaje a los mártires. 

Rafa valoraba mucho la educación de los jóvenes de los barrios populares, hecho que lo impulsó a apoyar a Fe y Alegría y a participar en su Junta Directiva, de la que llegó a ser, primero, vicepresidente y, posteriormente, presidente. Le gustaba visitar los cantones donde Fe y Alegría tenía escuelas y conocer tanto a los estudiantes como a sus familias. Al conocer muy bien la situación de la juventud y las dificultades que los jóvenes de los sectores populares y de las zonas rurales tenían para acceder a estudios universitarios, buscó medios para facilitar el acceso de estos a la universidad. Por ello, junto al P. Dean Brackley fundaron el programa de becas «Mártires de la UCA», al que dedicaron grandes esfuerzos tanto para conseguir los recursos económicos que han permitido la sostenibilidad del programa hasta la fecha, como para atender a los jóvenes becarios, para quienes el padre Rafa se convirtió en un verdadero padre. Con el fin de llegar a más jóvenes y que fueran más los que pudieran acceder a la universidad, también creó otro programa específico para los jóvenes de las escuelas de Fe y Alegría que se graduaban de bachillerato. Para ellos, fundó una pequeña residencia universitaria en la que durante el curso un grupo de 12 jóvenes que vienen de zonas rurales muy alejadas de la capital comparte la vida. Esta residencia les cubre la estancia desde que inician la universidad hasta que se gradúan. 

El P. Rafa tenía interés en la relación personal con los jóvenes y los atendía como a sus hijos. Siempre me llamó mucho la atención que todos los jueves en la noche se reunía con ellos para celebrar la eucaristía y compartir la cena, y al menos una vez al semestre los llevaba a la playa por un fin de semana, para un rato de esparcimiento y de compartir su caminar. Muchos de ellos, gracias al padre Rafa conocieron la playa por primera vez. Esta era su manera de estar con los pobres.

En la UCA Rafa era conocido y querido por todos, pero muy especialmente por el personal de mantenimiento, con el que se encontraba muchas mañanas cuando, temprano, se dirigía a su oficina. Los conocía por su nombre y sabía de sus vidas, de sus problemas y de sus alegrías. A ese conocimiento Rafa le sacó mucho rédito, pues como encargado del Centro Monseñor Romero no pocas veces necesitó que le realizaran algunas tareas de mantenimiento o alguna remodelación, y siempre le respondían con gran rapidez y eficacia, en algunas ocasiones dejando a un lado otros trabajos que estaban realizando. En más de una ocasión les reclamé por ello y la respuesta fue: «¿cómo no íbamos atender lo que necesitaba el padre Rafa?». Para ellos, el padre Rafa era una verdadera autoridad, ganada con su cercanía y su amistad. 

Como catedrático, Rafa siempre fue muy bien valorado. Ha sido formador de todas las generaciones de estudiantes de la maestría en Teología, de la licenciatura en Teología y del profesorado en Ciencias Religiosas por casi 40 años. Por sus clases han pasado religiosos y religiosas de distintas congregaciones, algunos sacerdotes diocesanos y un buen número de laicos y laicas que se han formado en teología en la UCA de El Salvador. Muchos de ellos fueron alumnos suyos en su camino al sacerdocio y son hoy pastores al servicio de la Iglesia Católica. A él le debemos, muchos de los que pasamos por sus clases, una formación bíblica en línea con la teología de la liberación.  

Tanto desde su trabajo como catedrático como en su tarea de vocal de la Junta de Directores, Rafa se ocupó y preocupó para que la Universidad Centroamericana se mantuviera fiel al legado de los Mártires Jesuitas: una universidad de inspiración cristiana, que esté al lado de los pobres y trabaje por la justicia y por el cambio social en un país marcado por grandes desigualdades, por la pobreza y la violencia social. Desde sus responsabilidades, primero en el Centro de Reflexión Teológica y después, al crearse el Departamento de Teología, desde la jefatura del mismo, fue un hombre ejemplar, sin grandes discursos pero con un ejemplo de entrega y servicio admirable; veló siempre por la fidelidad a los valores del Reino de Dios y contribuyó, así, a la justicia y la paz en El Salvador. 

Una de sus principales preocupaciones era que la UCA no se convirtiera en una universidad elitista y que las personas con menos recursos económicos pudieran estudiar en ella. Recuerdo muy bien que el vicerrector financiero siempre temía al padre Rafa cuando tenía que solicitar a la Junta de Directores que aprobara un aumento en las cuotas estudiantiles, pues Rafa siempre abogaba para que no se subieran las cuotas o que, en todo caso, fuera la menor subida posible. 

Como teólogo y biblista son muchos los artículos que ha escrito. Ha sido un colaborador frecuente en la Revista Latinoamericana de Teología y en la Colección de Cuadernos «Monseñor Romero». Tres de sus libros son especialmente apreciados: La liberación de Israel, La sabiduría de Israel y Dios camina con su pueblo. De todos ellos llama la atención su capacidad de investigar y profundizar en las diferentes partes de la Sagrada Escritura, explicarlas con palabras y frases sencillas y aplicarlas a la realidad social y eclesial que viven las comunidades creyentes. A pesar de ello, Rafael ha sido siempre una persona sencilla y humilde, que no se ha enorgullecido con toda esta ciencia y experiencia bíblica sino que ha gustado de ponerla al servicio de la gente, de los estudiantes de teología, de las comunidades cristinas, y lo que ha hecho tanto a través de cursos formales en la universidad como por medio de una multitud de charlas, conferencias y artículos.

El 16 de noviembre de 2014, cuando se cumplían veinticinco años del asesinato de Julia Elba, Celina Ramos y los seis compañeros jesuitas, la UCA entregó al P. Sivatte la medalla al mérito José Simeón Cañas, en agradecimiento a los casi 30 años —en aquel entonces— de servicio a la universidad. Este reconocimiento se da a aquellas personas que han prestado un servicio cualificado a la universidad y a El Salvador. La Junta de Directores de la UCA consideró que el P. Rafa la merecía con creces, no solo por su trabajo como catedrático de Antiguo Testamento, sino también por los más de 15 años al frente del Departamento de Teología y por otros muchos servicios prestados a la UCA.

La laudatio que se leyó al entregarle la medalla dice en uno de sus párrafos: 

«No podemos terminar sin mencionar la tremenda capacidad que tiene Rafael para transmitir el aprecio por la Biblia y su capacidad para formular en lenguaje popular, pero sin abaratar, todo lo que sabe sobre ella. (…) Es por todo esto y por mucho más que juzgamos que esta medalla que se le da es una muestra de nuestro agradecimiento al P. Rafael y a Dios mismo, que le ha ido haciendo una persona comprometida con la Palabra de Dios, con los futuros servidores del pueblo de Dios, con los más empobrecidos y con cualquier persona que se acerca a él.»

Un cáncer en el sistema digestivo ha sido la causa de su fallecimiento, que ha puesto fin a una vida tan generosa y fructífera. También en la enfermedad Rafa nos ha dado lecciones de sencillez y generosidad. Hace dos años también tuvo varios problemas de salud; tanto entonces como ahora Rafa ha vivido la enfermedad con humildad y la ha asumido con gran naturalidad, como parte de la vida. Mientras tanto, ha continuado con sus tareas apostólicas hasta donde la salud se lo ha permitido. 

Decir adiós a Rafa no es fácil; ha dejado una huella muy profunda en el corazón por su entrega y su servicio generoso y amable. Estoy seguro que estará gozando en los brazos de Dios y que Aquel, al recibirlo, le habrá dicho: «Has sido un servidor bueno y fiel. Entra en el gozo de tu Señor». Rafa, ¡descansa en paz! 

Barcelona, a los 28 días de agosto de 2025

 

[Imagen cedida por Jesuitas de Centroamérica]

 

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