miércoles, 17 de septiembre de 2025

Arantzazu, el resurgimiento de una identidad

Hace ahora 75 años, en septiembre de 1950, se colocó la primera piedra de lo que sería tiempo después, quizá, la más importante arquitectura de la época moderna en Euskal Herria: la basílica de Arantzazu en Oñati.

Fuente:   naiz.eus

Por   Iñaki Uriarte

16/09/2025


La basílica de Arantzazu. (Iñaki URIARTE)

Esta contemporaneidad, tuvo antecedentes que merecen ser recordados. Su precursor, el Ministro Provincial franciscano padre Pablo Lete, que deseaba un templo singular, moderno tanto en su arquitectura como en su interiorismo religioso que evocase a la Virgen de Arantzazu. Creó una comisión que convocó un concurso de anteproyectos el 13 de abril de 1950 al que concurrieron 14 equipos de arquitectos que un prestigioso jurado el 19 de agosto otorgó el primer premio, ‘reúne el mayor número de condiciones’, a la propuesta de Francisco Javier Sáenz de Oíza y Luis Laorga destacados profesionales, aunque finalmente, el proyecto fue continuado solo por Sáenz de Oíza

Para la dirección de obra se eligió al arquitecto oñatiarra Damián Lizaur y su ejecución se adjudicó el 10 de junio de 1951 a Construcciones Hnos. Uriarte de Oñati vinculada a obras para los franciscanos. Finalizada su construcción se abrió al culto el 30 de agosto de 1955.

Sin embargo, el Padre Lete, autor moral del proyecto, no pudo ver realizado su empeño ya que falleció en accidente de aviación en 1952 cuando se dirigía a Cuba a recaudar fondos para la basílica. La noticia de su muerte y la de su secretario, José L. Lizarralde, supuso, además del dolor humano, un cierto abatimiento en el ánimo del proyecto que continuó el Guardián del Santuario Pedro Aranguren.

 

Arquitectura y otras bellas artes

Templo de una nave rectangular, culminada por un ábside rodeando el altar y un amplio doble coro en vuelo sobre la entrada que encuadra la visión, con discreta iluminación lateral superior pero más contundente desde lo alto del altar. En el exterior muestra su carácter innovador con un frente de dos torres enmarcando un frontis liso y un exento campanario de 44 metros, culminado con una esbelta cruz ofrecida por el industrial Patricio Echeverria. Elementos arquitectónicos verticales revestidos de sobresalientes piezas de granito de Lastur con punta de diamante, que remarca la basílica en un paisaje intensamente hermoso y montañoso.

La tiranía y censura del obispo franquista de Donostia desde 1950 hasta su muerte en 1963, Jaime Font i Andreu, en concordancia con el Vaticano, prohibió en 1954 continuar la obra donde faltaba toda la iconográfia religiosa que debía significar con la misma modernidad, el templo exterior e interiormente. Un año después, con la iglesia terminada, se abandonó temporalmente el proyecto. Una vez fallecido se inicia un proceso de incorporaciones para completar la integridad artística de acuerdo a la modernidad preconizada por el Padre Lete y en sintonía con los arquitectos se acudió a acreditados artistas.

Así, el ábside en su concavidad era el soporte previsto del mural encomendado al pintor Carlos Pascual de Lara autor de los bocetos de temática piadosa. A su fallecimiento en 1958, asume la tarea el pintor Lucio Muñoz, con otro criterio, un retablo sin contenido narrativo religioso como reinterpretación abstracta del paisaje circundante en madera tallada, quemada y policromada. Con una superficie de 622 metros cuadrados que rodea el altar es la parte más sobrecogedora por sorprendente en un espacio interior religioso. En medio de tanta grandiosidad resalta el pequeño tamaño, 36 cm, de una talla de piedra de la Virgen de Arantzazu. El ábside fue inaugurado el 28 de octubre de 1962.

Jorge Oteiza, pese a una negativa inicial, su retorno el 1 de noviembre de 1968 a la obra resultará determinante. El año siguiente en junio se colocan los 14 apóstoles de piedra caliza en los 12 metros entre las dos torres, el ‘ballet del friso’ definió Oteiza y en agosto se instala ‘La Piedad’ en lo alto de la fachada. Imagen de un gran patetismo con el hijo en el suelo a los pies de la madre.

Descendiendo unas escaleras para acceder al templo, tras abrir las cuatro puertas de hierro proyectadas por Eduardo Chillida y adentrándose hasta el tresepto, a cada lado, se contemplan a modo de rosetones cuatro vitrales abstractos que aportan un recurso lúmínico en azules dibujados por el franciscano Xavier Álvarez de Eulate. Hasta 1984 no se completaron los murales pictóricos en la cripta presididos por un irradiante ‘Cristo rojo’, obra de Nestor Basterretxea.

 

El lugar

Pero todavía existe otra contemplación, igualmente trascendental. En el verano de 1968 se celebró Arantzazuko Batzarra con la participación de los más significativos intelectuales euskaldunes en un proceso de normalización unificación y regulación por la supervivencia de la lengua que se definió como euskera batua.

Arantzazu, en la actualidad a pesar de su poder simbólico y espiritual, quizá solo es visto como un bello lugar, hay que verlo con memoria histórica, temporal y espacial, situarse en aquel contexto social, político, religioso y cultural, trascendental en la historia de nuestra nación, una síntesis de creatividad y comunión artística que confirma la contundente presencia de la basílica en un paraje excepcional, por lo que su belleza resulta mucho más profunda. Arantzazu es el resurgimiento de la identidad integral euskaldun.

 

 

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