Fuente: Redes Cristianas
Por Raquel
23/12/2025
Lo ocurrido este domingo ante la parroquia Mare de Déu de Montserrat, en el barrio de Sant Crist de Badalona, no es sólo un conflicto vecinal por el uso de un espacio público. Es la radiografía de una quiebra moral profunda. Ver a un grupo de vecinos —gente humilde, de barrio trabajador— bloqueando el paso a una furgoneta de la Cruz Roja y negando el techo de una iglesia a quince personas sin hogar, es un espectáculo que debería estremecer los cimientos de cualquier conciencia que se pretenda cristiana.
La caridad bajo llave
Resulta dolorosamente irónico que la oposición a socorrer al desvalido ocurra en el umbral de una parroquia. La fe cristiana, en su esencia más pura, es una religión de hospitalidad: “Fui forastero y me acogisteis”. Sin embargo, parece que para ciertos sectores, el Evangelio es un libro que se cierra al salir del templo. La actitud insolidaria de estos vecinos no sólo ignora la problemática humana de los migrantes desalojados, sino que traiciona la tradición de acogida que históricamente definió a los barrios populares.
Esta “insensibilidad sagrada” es el síntoma de una patología social mayor: el miedo al penúltimo. El sistema ha logrado que quien tiene poco tema que aquel que no tiene nada venga a quitárselo, instalando una narrativa de “inseguridad” que sirve de excusa para la crueldad.
Del asfalto de Badalona a las urnas de Extremadura
Este fenómeno no es aislado ni puramente geográfico. Existe un hilo invisible que conecta la hostilidad en las calles de Badalona con el reciente giro electoral en Extremadura. ¿Cómo explicar que regiones con salarios bajos y dependencia de los servicios públicos den su apoyo mayoritario a fuerzas conservadoras que abogan por el recorte del Estado del Bienestar y la privatización de lo común?
Estamos ante lo que la sociología denomina “identificación con el agresor” o, en términos de clase, el triunfo de la hegemonía cultural de la derecha. Las clases populares están siendo seducidas por un discurso que sustituye la solidaridad de clase por el nacionalismo excluyente y el orden punitivo. Se vota contra los propios intereses materiales (sanidad, educación, pensiones) en favor de una supuesta seguridad contra un “otro” (el migrante, el diferente) que es presentado como el verdadero enemigo por las élites que, curiosamente, son las que ejecutan los desalojos y los recortes.
La elección de Barrabás
La historia se repite con una fidelidad aterradora. El paralelismo bíblico es inevitable: ante la opción de salvar a quien predicaba la fraternidad y la justicia radical (Jesús), el pueblo, instigado por los sumos sacerdotes y las estructuras de poder de la época, gritó el nombre de Barrabás.
Hoy, los “sumos sacerdotes” del populismo punitivo y el neoliberalismo han convencido al pueblo de que su salvador es el látigo y no la mano tendida. Prefieren a Barrabás —aquél que encarna la violencia y el sistema que los oprime— porque el mensaje de Jesús —la responsabilidad compartida y la compasión— les resulta demasiado exigente o amenazador para su precario estatus quo.
Conclusión
Si el humilde vota al explotador y el cristiano impide la entrada al templo al necesitado, estamos ante un éxito rotundo de la ingeniería social de la insolidaridad. Mientras el alcalde Albiol “calma los ánimos” tras haber ejecutado el desalojo, la furgoneta de la Cruz Roja da media vuelta. Ganó el miedo, ganó el egoísmo y, una vez más, Barrabás fue el elegido por la multitud. Urge una reflexión profunda sobre qué valores estamos sembrando en nuestras comunidades, antes de que el asfalto de nuestros barrios se vuelva definitivamente impermeable a la humanidad.
Faustino Castaño (miembro de los grupos de Redes Cristianas de Asturias)

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