domingo, 28 de abril de 2024

Cuando la «espiritualidad» se vuelve extractivista. El caso de Wirikuta

Francisco recibió hoy sábado a la comunidad del Seminario de Burgos en España. Les aconsejó que se preparen para llenar los corazones de Dios, caminando de dos en dos, llevando a Dios a las tierras vaciadas. Abandonarse con confianza a Dios. Que se desprendan de las falsas seguridades humanas.

Fuente:    Cristianisme i Justícia

Por   Elías González Gómez

26/04/2024


[Imagen extraída de Wikimedia Commons]

En este 2024 se cumplen 13 años de lucha y resistencia del pueblo wixárika en la defensa de su territorio sagrado Wirikuta. Hace 13 años se iniciaron una serie de proyectos extractivos en dicho territorio localizado en el estado de San Luis Potosí, y desde entonces se espera la resolución del dictamen legal a partir de un amparo que levantó el pueblo wixárika en contra de las concesiones mineras ofrecidas a varias empresas extranjeras. Los proyectos se encuentran detenidos en espera del resultado de la resolución, pero esto cambiará en los siguientes meses.

Wirikuta, que significa «origen del universo», es uno de los cinco puntos sagrados del pueblo wixárika junto con San Blas, Nayarit en el oeste, Cerro Gordo, Durango en el norte, la Isla de los Alacranes, Jalisco en el Sur, y su propio territorio en el que habitan en el centro. Según su cosmogonía, hace mucho tiempo, cuando el mundo estaba sumergido en la oscuridad, las divinidades peregrinaron hacia Wirikuta en busca de la iluminación. Ahí encontraron la luz y Tamatsi, el venado azul y hermano mayor, se convirtió en hikuri (peyote) para poder transmitir esta sabiduría a su pueblo. Desde entonces, el pueblo wixárika (conocidos como huicholes, pero el término correcto es wixárika) ha peregrinado año con año a Wirikuta para encontrarse con el hikuri y recibir las enseñanzas necesarias y guiar a las comunidades según su cultura y tradiciones.

Los wixárika o wixaritari afirman enfáticamente que su existencia espiritual y material dependen absolutamente de Wirikuta, de modo que, si esta desaparece, cosa que sucedería de llevarse a cabo la explotación minera de las 78 concesiones existentes, significaría el fin de su cultura y su muerte como pueblo. De ahí la importancia de prestar atención a la resolución del dictamen, porque de aquí en adelante solo hay dos posibilidades: que el dictamen sea favorable a las comunidades wixárika o que no lo sea. En caso de suceder la segunda, tocará continuar la lucha desde distintos frentes.

Pero si bien la explotación minera es la mayor amenaza para Wirikuta, existe otro peligro quizás más sutil pero igualmente dañino para la sobrevivencia wixárika: la espiritualidad extractivista. Me refiero concretamente a los grupos que viajan a Wirikuta para extraer peyote, muchas veces en grandes cantidades, con fines de turismo místico. Estos grupos están constituidos mayormente por extranjeros en busca del sentido que no encuentran en sus sociedades industrializadas de Estados Unidos, Canadá o Europa, y de nacionales que practican el chamanismo en su versión new age conocida como neochamanismo. La explotación desmedida del peyote por parte de estos grupos se está convirtiendo en un verdadero problema tanto a nivel cultural y espiritual para los wixárika, quienes cada vez enfrentan más dificultades a la hora de localizar el peyote, pero también comienza a representar un riesgo ambiental porque está en peligro de extinción.

Este caso no es un acontecimiento aislado. Proviene de una larga historia de transformación socio-religiosa que podemos remontar al siglo XIX, cuando en Europa se dan una serie de transformaciones espirituales, entre ellas el inicio del declive de las instituciones religiosas, la individualización de las prácticas espirituales y el surgimiento del orientalismo. Con todo, el auténtico boom de este tipo de espiritualidad se dio en los años 60 del siglo XX con el nacimiento de la así llamada «new age» y los nuevos movimientos religiosos. Estos términos no están libres de problemas, puesto que en muchas ocasiones se utilizan para desprestigiar movimientos simplemente porque son críticos a la institucionalización y academización de la espiritualidad. Con todo, tampoco se puede negar la existencia de una matriz de sentido espiritual posmoderno que, en su enorme diversidad, comparten ciertos rasgos característicos como el énfasis en la sacralización del yo, la movilidad constante entre distintas prácticas espirituales, el sincretismo, entre otras.

La primera oleada de este tipo de fenómenos espirituales propios de los años 60 recuperó sobre todo las enseñanzas y prácticas orientales, que contaban ya con la fascinación europea y estadounidense desde mediados del siglo anterior. Sin embargo, rápidamente le siguió la fascinación por las tradiciones de los pueblos indígenas, especialmente aquellas vinculadas con los enteógenos y los estados alterados de consciencia. Ya en otros espacios he profundizado en los aspectos críticos que considero rescatables de este tipo de fenómenos, pero también sus límites. En mi libro Religarnos. Más allá del monopolio de la religión (Kairós, 2023), subrayo que el gran peligro que encuentro es su tendencia a querer diferenciarse radicalmente de la religión tradicional por considerarse supuestamente libres de todo dogma, cuando en realidad no representan una auténtica alternativa a la religión sino una religión alternativa, es decir, repiten rasgos propios de las grandes religiones históricas simplemente desde contextos, herramientas y sujetos constituidos de formas propiamente postmodernas.

Cuando el cristianismo llegó al Abya Yala, condenó las prácticas tradicionales por considerarlas satánicas y/o primitivas. Los pueblos y comunidades se vieron obligados a convertirse para sobrevivir, logrando en algunas ocasiones mantener sus prácticas en secreto o a través de síntesis que integraban sus propias tradiciones a las impuestas por los evangelizadores. Hoy se da otro tipo de violencia en contra de las espiritualidades y culturas de los pueblos indígenas, pero ya no proviene del desprecio del colonizador, sino, paradójicamente, de su valoración. En otras palabras, la colonización cultural actual que viven los pueblos no se da exclusivamente a través de las violencias externas que quieren despojarlos de sus modos de vida para imponerles los ajenos, sino de la valoración de sus elementos espirituales y culturales que se convierten en objeto de consumo y, por lo tanto, se abren al mercado extractivista, a la charlatanería y al mal uso de técnicas ancestrales. Este discurso da culto al «indio cósmico», manteniendo la discriminación y el clasismo hacia las comunidades contemporáneas.

El debate está abierto. ¿Solamente quien forma parte de un pueblo originario puede aprender de las plantas sagradas? ¿Qué significa ser o identificarse como indígena? ¿No tendrían que ser enseñanzas universales de las que todas las personas tendrían que poder aprender? Este tipo de interrogantes son, a mi parecer, cuestionamientos realmente válidos en una problemática multifacética y sin solución fácil. Personalmente he podido presenciar de todo: diversidad de personas con trabajos espirituales muy profundos a partir de plantas sagradas, enfrentamientos al borde de los golpes entre miembros de comunidades indígenas y neochamanes urbanos y blancos por discutir en torno a la apropiación cultural, marakames (guía espiritual) diciendo que solamente los wixárikas pueden aprender realmente del peyote ya que es propio de su cultura y que el peyote que se da en Wirikuta es el que trae la sabiduría, no así algún peyote cultivado en otro lado.

Mi apreciación rápida de este tema, puesto que considero que es un asunto que requiere mucha más profundidad de análisis, es que necesitamos de un diálogo interreligioso e intercultural al respecto. No me cabe duda de que las tradiciones originarias tienen mucho que enseñarnos a las y los urbanitas. Nuestra capacidad o incapacidad de aprender de estas tradiciones, a mi modo de ver, definirá la supervivencia o no del género humano. Un diálogo interreligioso e intercultural en términos de la mutua fecundación entre realidades socio-culturales y espirituales puede ser uno de los urgentes caminos para regenerar el sentido espiritual y formas de vida alternativas en medio del colapso civilizatorio y climático en el que nos encontramos.

El problema, sin embargo, es que esta no es la aproximación que predomina entre estos grupos que visitan Wirikuta y extraen el peyote en grandes cantidades, ya sea para consumir en el sitio o moverlo a distintas ciudades mexicanas o al extranjero. Por el contrario, este tipo de búsquedas están atravesadas de una noción experiencialista de la espiritualidad que lleva a consumir peyote o ayahuasca cada vez que se pueda; del materialismo espiritual que busca el beneficio propio de las prácticas espirituales; turismo espiritual, reducción de la espiritualidad al wellness, entre otras. Por supuesto que hay cantidad de casos de un uso moderado y ritualmente más adecuado del peyote por no wixárikas, pero aquí estoy refiriéndome a quien lo consume bajo lógicas y cantidades que convierte a la espiritualidad en un mecanismo extractivista. Por ello, sin desatender la gran lucha en contra de las mineras, particularmente en Wirikuta, hay que prestar atención a este fenómeno de la espiritualidad extractivista porque de manera lenta pero constante está desangrando no solo este sino otros territorios sagrados en América Latina y el mundo entero.

 

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