Los compatriotas de Francisco desean que cumpla su palabra y viaje finalmente este año a su país, al que no regresa desde el 2013
Fuente: La Vanguardia
Por Anna Buj
Buenos Aires
07/04/2024
Los curas de las villas de Buenos Aires, los barrios más pobres, organizaron en septiembre una eucaristía contra Milei para defender al Papa LUIS ROBAYO / AFP
Una feligresa de 92 años de la parroquia de San Lucas, en el barrio de Recoleta de Buenos Aires, le confió a su sacerdote, Guillermo Marcó, un encargo especial. Debía entregarle un mensaje al Papa. “Dígale que ya no rezo más por él –le pidió–. Si alguien te quiere te viene a visitar, y como no quiere venir, ya no rezo más por él”.
Marcó no es un cura cualquiera de Buenos Aires. Es el presidente del Instituto de Diálogo Interreligioso argentino y el director del Servicio de Pastoral Universitaria. Pero sobre todo, es más conocido por haber sido el portavoz de Jorge Mario Bergoglio cuando era cardenal arzobispo de Buenos Aires, con el que trabó amistad con el paso de los años. Así que el mensaje de la feligresa llegó directamente a los oídos del Pontífice.
Francisco, el primer papa latinoamericano, ha volado mucho a su continente natal. En los más de once años de su pontificado ha pisado países cercanos como Brasil, Colombia, Chile, Perú, Ecuador, Paraguay o Bolivia, pero hasta ahora ha rechazado visitar Argentina porque temía que este viaje fuera politizado e hiciera más mal que bien a su tierra. Como arzobispo, sus homilías críticas gustaban tan poco a los Kirchner que cuando Cristina Fernández era presidenta, en el 2013, en lugar de alegrarse de que un compatriota fuera elegido pontífice, al enterarse se puso a gritar “cosas irreproducibles” –según alguien de su séquito contó a Marcó– en su despacho de la Casa Rosada. El año pasado, el mismo Bergoglio explicó a unos jesuitas a los que visitó en Hungría que ese ejecutivo dio órdenes a tres jueces para que lo condenaran por su papel durante la dictadura, cuando intercedió por dos sacerdotes secuestrados ante el dictador Jorge Rafael Videla. “Algunos en el Gobierno de Cristina Kirchner querían cortarme la cabeza”, sostuvo entonces.
Después, la presidenta se dio cuenta de que era conveniente mantener buenas relaciones con el jefe de la Iglesia católica, acudió a almorzar con él en el Vaticano y todo quedó olvidado. El mismo borrón y cuenta nueva sucedió con el actual dirigente argentino, el ultraderechista Javier Milei. Si bien antes de ganar las elecciones este le llamaba “representante del maligno en la Tierra” o “zurdo hijo de puta que anda pregonando el comunismo”, cambió de opinión cuando el Papa le sorprendió con una llamada, tras lo que le invitó a visitar Argentina y hasta le pidió un abrazo cuando le conoció en un viaje en febrero a la Santa Sede.
“Este clima enrarecido es difícil de entender. A Messi, el mejor jugador del mundo, lo destruyeron acá hasta que ganó el Mundial. Borges, nuestro genio de las letras, quiso ser enterrado en Ginebra. San Martín, el héroe de la independencia, fue desterrado a morir en Francia. Y el Papa ya tiene elegido el lugar donde quiere reposar en Roma”, explica su exportavoz, refiriéndose a la Basílica de Santa María la Mayor.
Por primera vez, más de una década después de abandonar Argentina, el Papa ha puesto fecha a este esperado viaje. En una entrevista en una televisión italiana en enero aseguró que planeaba visitar Polinesia en agosto y después, si podía, visitaría su patria en el segundo semestre de este 2024. “Quiero ir”, reiteró. El problema ahora ya no sería la falta de voluntad, sino su frágil estado de salud a sus 87 años, que le obliga a usar una silla de ruedas y a evitar algunos actos, como en el último Vía Crucis del Viernes Santo.
“Yo lamento mucho que no haya venido, y creo que, aunque ahora diga que quiere venir, no lo hará por problemas de salud. Debió haber venido antes, independientemente de la política”, le reprocha Marta Brusoni, una señora que sale de la misa de Domingo de Pascua en la parroquia de San Lucas. Su amiga va más allá: “Que venga, pero que no pase nada, por favor. Que sea sin violencia”.
Muy lejos de allí, en las villas miseria de Buenos Aires, también le esperan con muchas ganas. En plena campaña electoral en Argentina, este otoño, Marcó escribió una columna denunciando la politización partidaria del pensamiento eclesial. Lo hizo después de que los llamados curas villeros, los sacerdotes de estos barrios, los más pobres y complicados de la capital argentina, celebraran una misa multitudinaria de condena a Milei por los insultos que había proferido contra Bergoglio. “El papa Francisco suele decir que la Iglesia es de todos. No creo que dijera que de todos menos de Milei”, les recrimina Marcó.
Uno de los que organizaron esta misa fue Lorenzo De Vedia, aunque allí es simplemente el padre Toto. Hace 24 años que llegó a la parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé, ubicada en la villa 21-24 en el barrio de Barracas, el lugar donde se ofició la eucaristía contra el ultraderechista. Denuncia que desde que está él, cada vez más gente en estos asentamientos de viviendas precarias necesita pedir en los comedores sociales.
Al cura le saluda todo el mundo, aunque no vaya vestido con sotana, sino con una sencilla camiseta turquesa y una riñonera. En las villas viven unas 300.000 personas, gran parte inmigrantes de países cercanos como Paraguay. La iglesia está decorada con una fotografía de Carlos Mugica, el sacerdote asesinado a manos de una fuerza paramilitar de ultraderecha, conocido por su defensa de los derechos de los excluidos. “La muerte de Mugica dejó un sabor de poco apoyo de la jerarquía eclesiástica y con el tiempo la iglesia de aquí se fue alejando. Durante su etapa como arzobispo, el Papa hizo mucho por el acercamiento a las villas”, asegura el padre Toto, que defiende la integración urbana de unos barrios en los que faltan cloacas y tendido eléctrico. Salvo en pocos edificios, como el centro sanitario o el colegio, tampoco hay gas.
Es un lugar con altos índices de violencia por ser puntos de narcotráfico. Beto Romero, el director de la escuela, recuerda cómo el cardenal Bergoglio solía llegar aquí con el autobús desde el centro, como cualquier otro, a tomar mate con los vecinos. “Parecía un médico, con su cartera negra”, apunta. Virginia le guarda un cariño especial porque fue él quien bautizó a su hijo en la misma parroquia. “Ojalá vuelva pronto, si se ve con fuerzas –dice–. Aquí en la villa le queremos mucho. Nadie como él defiende a los pobres”.
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