Fuente: Catalunya Religio
Por Jordi Llisterri i Boix
05/08/2023
Me van a perdonar que hable de los jóvenes porque en teoría ya me queda un poco lejos. Pero estos días se están sucediendo algunos comentarios al respecto después del artículo de Mireia Rourera “Jóvenes ultracatólicos, en auge en Cataluña” publicado en El Punt Avui. Como siempre, he seguido con interés por la generación que representa el comentario de Montserrat Dameson, en este caso en El Nacional.
Comparto buena parte de las críticas de Dameson sobre el artículo. Asimismo, hay que reconocer que El Punt Avui y, en parte, La Vanguardia, son los únicos medios de Cataluña que mantienen la presencia de la información sobre el hecho religioso de forma sostenida y permanente, de acuerdo con la realidad del país. Estos días tenemos miles de jóvenes catalanes en la JMJ con el papa Francisco y si fuera por los medios públicos catalanes todavía no nos habríamos enterado que en Lisboa había jóvenes de nuestra casa.
Ciertamente muchas veces nos quedamos en el esquema fácil de iglesia española carca y mala y de iglesia catalana progre y buena. Pero esto también tiene una historia que se puede comprender releyendo Les dues tradicions de Carles Cardó. Y esto no quita la crítica que se puede hacer a los movimientos católicos enmarcados dentro del progresismo y del catalanismo. Sobre todo porque demasiadas veces se han quedado en lo que fueron. También cometieron errores. A mi generación, por ejemplo, nos quitaron el rosario o la adoración al Santísimo, pero nada nos ofrecieron a cambio. Y por eso, después muchos tuvieron que ir hasta la otra punta del mundo en busca de mantras o meditaciones profundas.
Comparto pues buena parte de esta crítica, pero no necesariamente a donde muchas veces nos quiere llevar.
Todo el mundo debe tener cabida en la Iglesia. Lo acentuaba el jueves Francisco al inicio de la JMJ de Lisboa. Así, el cristianismo no es sólo un modelo cultural o antropológico y una doctrina social. Es una vivencia personal y comunitaria a la que todo el mundo está llamado. Pero el cristianismo tiene también un modelo cultural o antropológico y una doctrina social que se va adaptando a los tiempos. Por eso, en la Iglesia cabe todo el mundo sea cual sea su modelo. El prefijo ultra creo que sólo debe aplicarse cuando este modelo se quiere imponer (que no proponer) al resto de la sociedad. Y cuando se hace de ese modelo una verdad inmutable.
Así, ¿cuál es el problema de fondo de estos grupos que identificamos como ultracatólicos? ¿Lo que predican? ¿Las formas que promueven? ¿Que sean de derechas? ¿Que hablen en castellano? No. Porque si así fuera la gente de derechas que habla castellano no tendría lugar en la Iglesia catalana. O, como se propone, la alternativa sería hacer lo mismo en catalán.
Creo que en estas nuevas fórmulas, a menudo importadas del mundo anglosajón, existen tres problemas principales que no tienen que ver con la lengua ni con las formas externas.
Primero, la ruptura. El desprecio por todo lo que hizo la generación que vivió el Concilio Vaticano II. Hay una nueva promoción de curas bastante mayoritaria que si vuelven a formas y costumbres preconciliares es porque consideran que todos los males vienen de esta generación. Y en vez de recuperar lo mejor de cada casa, apuestan por la ruptura. Y como dijo Benedicto XVI, el Concilio Vaticano II es reforma, no ruptura ni vuelta al pasado.
Segundo, el encerrarse. El cristianismo renovador postconciliar insistía en el compromiso en el mundo y en la coherencia fe y vida. La militancia, lo llamaban. En cambio, normalmente estos grupos que ahora toman aire son una iglesia estufa. Y poco permeable al resto de la comunidad eclesial. Van a lo suyo.
El debate eterno entre el cristianismo de mediación (estar presente en las estructuras del mundo y pagar sus peajes) y el cristianismo de presencia (tener estructuras propias y ser los más puros) lo resuelven con una iglesia encerrada en sí misma porque el mundo es muy malo. Por eso no les cae muy bien el papa Francisco. Y traducen a la Iglesia en salida por Iglesia invasiva. Y como si te alejas de la estufa hace demasiado frío y eres rechazado, vuelves para encerrarte en tu grupo o simplemente lo abandonas porque ya no te da calor.
Y, tercero, la identidad. Cierto. Estos grupos tienen mayoritariamente un perfil político y social muy determinado. Un cura de esos con formas tan modernitas me lo resumía diciendo que no hay jóvenes católicos en barrios populares. Y nos quedamos tan panchos. No. El problema es dónde los vamos a buscar y qué les ofrecemos. Y el problema es qué tipo de grupos y propuestas se han promocionado en los últimos años y cuáles se han dejado de la mano de Dios. Y doy fe de que ha habido propuestas de todos colores, pero que no han entusiasmado de la misma manera a los responsables eclesiales.
En general, la pastoral de juventud de los últimos años ha menospreciado a un colectivo muy grande de jóvenes porque se ha identificado el cristianismo con un perfil identitario y político. Ahí está la madre del cordero. Todos, incluidos los cayetanos, son hijos de Dios; sí. Pero no podemos esperar a que todos los hijos de Dios sean como nos gustan. Es el cristianismo ideológico que también denuncia al papa Francisco. Y en Cataluña esto también se traduce con una determinada concepción nacional. La de quienes dicen que no son nacionalistas porque la Iglesia católica es universal y que lo hacemos en castellano para que nos entienda todo el mundo.
Resumiendo. Nada más peligroso que vincular el catolicismo a una identidad para encerrarse en sí misma. El problema no es que haya varias formas de ser jóvenes cristianos, como las que pueden representar estos grupos tildados de ultracatólicos. Sino que se promocione una sola manera de ser cristiano. Y que sea la que más luce en números y en radicalidad. Y que curiosamente desluce más la catalanidad mientras que no se incomoda contra el nacionalismo que compite por ver quién lleva la bandera más larga a la JMJ.
Interesgarria, sinplekeriarik gabe eta ñabarduraz betea. Eskerrik asko jakitera emateagatik.
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