Fuente: Adista
Por Arturo Formola*
24/09/2025

Fotografía recortada del Gobierno de la República Argentina, tomada de Wikimedia Commons, imagen original y licencia
ROMA-ADISTA . Las declaraciones del Papa León XIV ayer frente a la Villa Barberini en Castel Gandolfo han suscitado sorpresa y preguntas. En respuesta a una pregunta sobre el rearme, el pontífice reconoció que se trata de «cuestiones políticas, también debido a presiones externas a Europa», sobre las que es «mejor no comentar». Esta respuesta, por su prudencia y suspensión de juicio, contrasta marcadamente con las posturas más explícitas de su predecesor Francisco, quien no dudó en denunciar con firmeza la lógica de la guerra y la idolatría de las armas.
Desde una perspectiva sociológica, las palabras de León resaltan la tensión constante que atraviesa el ministerio petrino: por una parte, el Papa como jefe de Estado, inserto en una red de relaciones internacionales, sujeto a presiones geopolíticas y restricciones diplomáticas; por otra, el Papa como sucesor de Pedro, pastor universal llamado a dar voz a los que no tienen voz, a defender la paz y la dignidad humana incluso cuando va contra la corriente.
Esta ambivalencia es natural: la Iglesia, en su dimensión institucional, opera en el ámbito de la realpolitik ; sin embargo, en su dimensión profética, no puede renunciar a proclamar la verdad del Evangelio, incluso cuando resulte inconveniente. Cuando la primera prevalece sobre la segunda, se corre el riesgo de que la comunidad de creyentes y la opinión pública perciban una falta de valentía.
El mensaje evangélico y la tradición social de la Iglesia siempre han situado la paz en el centro de la misión cristiana. Deseo reiterar que el papa Francisco, a lo largo de su ministerio petrino, ha reiterado repetidamente que «la guerra es una locura» y que «no hay guerras justas».
En este contexto, el silencio o la ambigüedad sobre el rearme no se presenta como una opción neutral, sino como un retroceso respecto a una línea consolidada. De hecho, la Iglesia pierde su significado cuando abandona su papel crítico en la lógica del poder y se acomoda a un lenguaje acomodaticio.
Desde una perspectiva sociológica, la percepción del pontificado de León también dependerá de su capacidad para combinar la diplomacia y la profecía. En una sociedad global plagada de conflictos, presiones populistas y opiniones contrapuestas, se espera que las palabras del Papa proporcionen una guía ética universal. Su autoridad moral no se mide por la neutralidad diplomática, sino por la valentía de decir lo que otros no se atreven a decir.
El pueblo de Dios, especialmente los jóvenes y las comunidades más vulnerables, espera de la Iglesia no tanto un comentario político como un mensaje evangélico que ilumine las conciencias. Si este mensaje falta, se corre el riesgo de que la Iglesia sea percibida como una institución más, carente de la razón de ser que emana del anuncio profético del Evangelio.
* Arturo Formola es profesor de sociología general en el Instituto Superior Interdiocesano de Ciencias Religiosas de Capua.
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