viernes, 26 de septiembre de 2025

El choque entre la cruzada trumpista y el “desarmar las palabras” de León XIV

Fuente:   Noticias Obreras

Abraham Canales

26/09/2025


FOTO | Patrick T. Fallon, via Getty Images

Como trabajador de la comunicación y como cristiano, me pareció que no podía quedarme indiferente ante lo acontecido en Estados Unidos, excelentemente contado por Iker Seisdedos en su crónica desde Washington.

El memorial de Charlie Kirk en Arizona, transformado por Donald Trump en un acto de masas, marcó algo más que el duelo por este referente ultra asesinado. Fue la consagración de un proyecto político que busca legitimarse en clave religiosa: el nacionalismo cristiano. Una manipulación de la fe que se apoya en un mito histórico falso y que supone un peligro global al justificar discriminación, violencia y militarismo en nombre de Dios.

Durante cinco horas, con la presencia del presidente y de figuras clave de su gobierno, la liturgia política se confundió con la liturgia religiosa hasta límites pocas veces vistos en la historia reciente de Estados Unidos. Como relata Seisdedos, “ese memorial tuvo pocos precedentes por su confusión entre los asuntos de la religión y la política”.

En un estadio de fútbol americano abarrotado, donde los asistentes vestían los colores de la bandera y levantaban carteles con la cita de Isaías “Aquí estoy yo, Señor, envíame a mí”, se proclamó a Kirk mártir del cristianismo y de las libertades estadounidenses, nada menos. Los oradores lo compararon con san Esteban, primer mártir cristiano, y las referencias bíblicas fueron citadas en todo el acto.

Incluso la viuda, Erika Kirk, asumió en su discurso el carácter de martirio de su esposo: “Hace 11 días, Dios le tomó la palabra y se lo llevó consigo”. La guinda la puso Donald Trump cuando tomó la palabra y dejó de lado cualquier retórica espiritual para confesar: “Yo odio a mis oponentes y no quiero lo mejor para ellos. Lo siento. Lo siento, Erika”. Con esa frase, la dimensión religiosa quedó subordinada a la lógica del enfrentamiento político que alimenta su movimiento —y tiene sus ideólogos y sus réplicas en opciones políticas cercanas de inspiración trumpista–.

Ese contraste revela la estrategia del trumpismo: transformar el dolor en combustible político –pese a que no hay ninguna prueba que vincule al joven acusado del asesinato con alguna opción política adversaria–, sacralizar la figura del líder y convertir al adversario en “enemigo de Dios”.

La fe, que debería unir en torno a valores de fraternidad y justicia, se utiliza como ariete para reforzar trincheras ideológicas. El riesgo es claro: una democracia debilitada, un discurso público cada vez más polarizado y una sociedad que confunde el mensaje evangélico con la retórica nacionalista.

También la plana mayor de su equipo reforzó ese tono mesiánico. El vicepresidente JD Vance definió a Kirk como un “mártir del cristianismo”; el secretario de Defensa, Pete Hegseth, sentenció: “Siempre hemos necesitado menos Gobierno, pero lo que Charlie entendió es que también necesitábamos mucho más Dios”.

El secretario de Estado Marco Rubio, junto a otros dirigentes católicos y evangélicos, abundó en ese lenguaje religioso para envolver en un aura sagrada un proyecto político que se presenta como cruzada contra la secularización y el wokismo asociado allí al Partido Demócrata.

Y en las colas del estadio, los asistentes repetían la palabra “mártir” con distintos adjetivos: “de las ideas conservadoras”, “de la libertad de expresión”, “de la juventud que se atreve a pensar distinto”.

El lema “Jesucristo es mi salvador; Trump es mi presidente”, inscrito en gorras y camisetas, resumió la fusión entre religión y política que el acto pretendía consolidar.

Ante un modelo que manipula la fe para dividir y polarizar, la respuesta no puede ser solo política o teológica: pasa también por la comunicación. Contar de otro modo, con diálogo, verdad y respeto, para alejarla de la agresividad y la confrontación, es la forma más concreta de resistir a una lógica que convierte la fe en arma y el periodismo en campo de batalla.

Por eso, la lectura del mensaje del papa León XIV a los periodistas acreditados en la Santa Sede y a los responsables del Dicasterio para la Comunicación es tan importante para poner distancia a esta cruzada trumpista. El Papa llama a los periodistas a “desarmar las palabras” para combatir el fanatismo y el odio, como hace el cronista.

Y esto empieza también –y cuanto antes– en los medios de comunicación de la Iglesia, que han de “primerear” –de tomar la iniciativa–, para construir espacios de paz, de diálogo y de respeto, sin ceder a la lógica del enfrentamiento.

Solo así la comunicación podrá servir a la verdad y a la dignidad humana.

 

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