lunes, 20 de enero de 2025

La parroquia y su entorno


PLIEGO Nº 3.395

18-24 de ENERO de 2025

Por   Josep Casellas Matas

 

La etimología de la palabra ‘parroquia’ nos lleva al griego: ‘par-oikia’. ‘Oikia’ es la casa, la patria, el espacio que uno habita. El prefijo ‘para’ significa alrededor, cerca, en medio de, lo cual indica una cierta distancia respecto a este espacio propio. Parroquia viene a significar: en torno a la casa de otro, en medio de una población. Así, pues, esta palabra designa un modo bastante original de habitar, que integra al mismo tiempo la proximidad y la distancia, una forma de vivir que combina la estabilidad de un domicilio propio y el movimiento del viajero o del emigrante.

Desde sus orígenes, en los siglos IV y V, debido a la expansión del cristianismo del mundo urbano al mundo rural, la parroquia ha estado vinculada a un territorio y ha entrado en relación con los habitantes de este territorio. No solo con los miembros de la comunidad cristiana, los ‘filii gregis’ (feligreses) que habían ingresado en ella a través el bautismo, sino con el conjunto de la población.

De esta forma, la parroquia se situaba en continuidad con el modo de moverse y actuar de Jesús de Nazaret. En Galilea y en Judea, Jesús participaba en las reuniones en la sinagoga, por ejemplo, en Nazaret (Lc 4, 16-30), pero también desarrollaba un ministerio itinerante que le llevaba a tratar con todo tipo de gente, judíos y paganos.

 

Universalidad de la fe

Su tarea principal era el anuncio del Reino de Dios (Mc 1, 14-15), al que todos estaban llamados a formar parte, personas de oriente y de occidente, del norte y del sur (cf. Mt 24, 31; Mc 13, 26-27; Ap 7, 9-10). Los primeros cristianos entendieron que la universalidad formaba parte del meollo del mensaje de Jesús. Y en los símbolos de la fe se introdujo, refiriéndose a la Iglesia, la palabra “católica”, es decir, universal.

Las parroquias, pues, se organizaron internamente, bajo la presidencia de la figura del presbítero y en comunión con el obispo y con el conjunto de la Iglesia. Y, al mismo tiempo, mantuvieron un contacto estrecho con su entorno, puesto que la doctrina que profesaban no les llevaba a aislarse y formar un gueto, sino a ser fermento en la masa, a transformar el mundo.

 

En relación con otros colectivos

Al adquirir consistencia propia como grupo organizado y permanente, las parroquias tuvieron que relacionarse con otros colectivos y con las autoridades civiles. Y en los lugares en los que existían personas que profesaban otras religiones, tuvieron que plantearse el tipo de relación que establecían con ellas, lo que no siempre fue fácil.

Con el paso del tiempo, y especialmente tras el Concilio de Trento (siglo XVI), la parroquia se convirtió en estructura básica de la pastoral. Al frente de ella, la figura del párroco. Y como lugar de reunión, un templo en el que se hallaba la fuente bautismal, punto de referencia para el ingreso en la comunidad, y el campanario, que daba visibilidad a la institución.

 

Insuficiencia para la misión

En los siglos posteriores a este concilio, en períodos caracterizados por una cierta estabilidad, la parroquia desarrollaba sus funciones con normalidad. Sin embargo, ya en el siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX, se fue agudizando la consciencia de la insuficiencia de las parroquias para llevar a cabo la misión eclesial.

Por una parte, aparecieron los movimientos laicales, especialmente la Acción Católica, y nuevas congregaciones religiosas implicadas en el trabajo pastoral en el territorio parroquial. Por otra parte, surgieron iniciativas de renovación parroquial: por ejemplo, en Francia, a raíz de la publicación de libros como ‘¿Francia, tierra de misión?’ (1943), de Henri Godin e Yvan Daniel, o ‘La parroquia, comunidad misionera’ (1945), de Georges Michonneau. En España, Alfonso C. Comín publicaría más tarde ‘España, ¿país de misión?’ (1966).

 

De ‘Gaudium et spes’ a ‘Ad gentes’

Los documentos del Concilio Vaticano II dedican un espacio más bien escaso a hablar explícitamente de las parroquias. Su reflexión en torno a la Iglesia prioriza temas como la sacramentalidad del episcopado o la Iglesia local o particular con el obispo diocesano al frente.

Pero en el conjunto de la doctrina conciliar encontramos orientaciones preciosas para el devenir de las parroquias. La constitución pastoral ‘Gaudium et spes’ sitúa la Iglesia en el mundo actual, en relación con la vocación del hombre y con la comunidad humana, llamada a interesarse por las grandes cuestiones que afectan a los contemporáneos: el matrimonio y la familia, la vida económica y social, la cultura, la paz… Y, sobre todo, invita a escrutar los signos de los tiempos, lo que exige una atención al presente, a la actualidad.

Uno de los documentos que más puede inspirar la acción de la Iglesia, también en los países de larga tradición cristiana, es el decreto ‘Ad gentes’ sobre la actividad misionera de la Iglesia. Al referirse a la formación de la comunidad cristiana, sostiene que la comunidad de fieles, “dotada de las riquezas culturales de su propia nación, ha de arraigar profundamente en el pueblo” (AG 15).

Y ¿qué mejor lugar que el municipio o el barrio para que la Iglesia, presente a través de la parroquia, pueda efectivamente mostrar y cultivar este enraizamiento? Y ese enraizamiento pasa por la territorialidad entendida en sentido amplio. (…)

 

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