lunes, 6 de febrero de 2012

S. GALILEA Y A. PAOLI SOBRE EL DOMINGO 6º DEL T. O. (B)

 
La enfermedad
¿es un castigo de Dios?
 (Mc 7, 40-45)

¿La enfermedad es un castigo de Dios? En el pueblo se oye decir a los enfermos: Dios me ha castigado. Pero si eso fuera así, ello significaría que ellos son los más culpables de la vecindad... También cabría preguntarse por qué Dios no castigó así a otros que son mucho peores. Más aun, por­qué gente tan buena y cristiana están enfermos, a veces dolorosamente, sin curación...


Ver así la enfermedad es entrar por mal camino. La enfermedad no es un castigo, sino la consecuencia de la vida misma, el aspecto negativo de la condición humana. Es difícil pensar qué habrá sido de nuestro cuerpo si no fuéramos pecadores. Hasta dónde el pecado influye en el hecho de la enfermedad humana. En la vida cristiana, es inútil perder el tiempo ima­ginándonos qué sería esto, qué sería esto otro. Sabemos que Jesús hace de nuestro sufrimiento y de nuestra muerte un medio para llegara la vida feliz con El. Jesús no siempre nos sana y nos libera de la enfermedad, pero, si tenemos fe, nos ayuda a aceptar nuestra enfermedad.

Es verdad que para los antiguos la lepra era como el signo visible del pecado. Por lo tanto esas personas eran despreciables por muy pecadoras, tanto que su cuerpo se caía a pedazos. ¿Pero no hay hoy día también personas marginadas, excluidas de hecho de ciertos barrios, de ciertos locales, no acogidos como compañeros normales? Jesús va contra todas las leyes al respecto, y deja que el leproso se le acerque, y lo sana tocándolo con la mano. Su gesto es revolucionario, y repitiendo gesto de ese tipo, an­te los escribas y fariseos, les prueba que va contra esas leyes y esas tradi­ciones. Pero no es esa la razón por lo cual lo hace. Lo hace por amor, para devolver a la vida y a la comunidad a un hombre enfermo y excluido.

El leproso se entusiasma tanto, que va a contar a todos lo que Jesús le ha hecho. Pero aun si él no contara nada, todos se darían cuenta con solo verlo. Nosotros no somos tan agradecidos, y sin embargo hemos recibido gracias, y muchas. Pensemos sólo en el don de la fe, de la posibilidad de pertenecer a la comunidad de la Iglesia, donde podemos dialogar, profun­dizar nuestra fe, todos, ricos y pobres. La gracia de poder evangelizar (co­mo el leproso) que en América Latina se nos presenta como una urgencia y una posibilidad, aun por el hecho de que los sacerdotes son pocos, y siempre menos. Aun este hecho puede ser visto como una gracia para la comu­nidad, porque entonces todos los cristianos tienen que ponerse ¿difundir la palabra de Dios y tomar su responsabilidad, lo cual es una gracia. (Pue­bla 929).

Deberíamos prepararnos a tener cada vez menos necesidad de que los sacerdotes hagan todo, que estén siempre en las comunidades. Muchos cristianos los requieren siempre, porque piensan que no están instruidos para evangelizar. Pero evangelizar no es siempre instruir, y estar instrui­dos. El leproso no estaba tan instruido. Lo que anunció fue lo que Jesús había hecho en él, y eso, para comenzar, lo podemos hacer todos, si tene­mos fe y sentido de Dios.

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