lunes, 13 de febrero de 2012

S. GALILEA Y A. PAOLI SOBRE EL DOMINGO 7º DEL T. O. (B)

 
La más grave enfermedad:
el pecado
(Mc 2, 1-12)

El paralítico de nuestro Evangelio es llevado a Jesús para ser sanado, pero Jesús ve que la enfermedad más grave es el pecado; por eso en primer lugar le sana su alma.

Antes se hablaba mucho del pecado; pecado aquí, pecado allá. Y ahora se habla muy poco, a lo menos en muchos medios. Parecería que los hom­bres se han hecho todos buenos de un momento a otro. O tal vez sucedía que se daba mucha importancia a ciertos pecados, y no se tomaban en con­sideración otros pecados que son verdaderamente graves. Jesús lo dice en pocas palabras, cuando reprocha a aquellos que "cuelan un mosquito y se tragan un camello". Un pecado grave es no amar a nuestro prójimo.


Amar a todos es no utilizarlos egoístamente, no explotarlos. Y se pue­de explotar tanto a los trabajadores, como a las mujeres, usándolas como pasatiempo, que es el anti-amor. La explotación de la mujer, del pobre o de cualquier persona se da en todas las formas en que buscamos nuestro propio interés sin amor (Puebla 834). Hoy día hemos tomado más concien­cia del pecado social, (Puebla 28) y eso es muy importante, pero no debe­mos olvidar que se puede explotar a una persona usándola como una cosa y después tirarla como una caja vacía, y que hay también pecados familia­res y personales.

Deberíamos regularnos siempre por la ley del amor, y preguntamos siempre si aquello que hacemos lo hacemos por amor. Tal vez un camino podría ser el de interrogarse siempre si aquello que hacemos es el verda­dero bien de la otra persona, en suma, ponernos en la piel de los demás.

El paralítico del Evangelio es el símbolo del hombre que vive, pero que no puede relacionarse con los demás o con las cosas. Vive, pero no puede usar los instrumentos que lo hacen comunicar con los otros. Como sucede a muchos de nosotros, que por años hemos tenido instalación eléc­trica en la casa, lámparas e interruptor, no faltaba nada, pero no hay luz mientras la instalación no está conectada con la línea principal. Podemos vivir, pero si la comunicación con los demás no está motivada por el amor, somos nada, y la misma comunicación, en vez de liberarnos y de liberar, aumenta la esclavitud. Es muy instructivo que el pecado se nos muestre con la figura del paralítico, del hombre que vive y no vive, que por sí solo no puede comunicarse con los demás.


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