D. José María
Cirarda se refiere profusamente en su libro a actitudes de radicalización y
rebeldía, subversión de valores, acciones contestatarias, opciones temporales
partidistas, extremismos ... refiriéndose
a sacerdotes que o bien terminaron en la cárcel o bien comulgaban con
planteamientos afines, cargando sobre todo las tintas en las posturas adoptadas
desde el punto de vista euskaldun o de izquierdas; y bajo este prisma enjuicia
a los sacerdotes encarcelados y a los que entendían y practicaban su pastoral
desde una cercanía a los sectotes más represaliados de Euskal Herria. Recojo a
continuación citas que evidencian esta percepción suya y que creo que sirven
para contextualizar los datos sobre la
cárcel de Zamora y lo que se podría denominar su entorno.
“En el otro extremo del presbiterio
vizcaíno había sacerdotes radicalizados política y eclesialmente, que se
manifestaban en abierta rebeldía contra su obispo, acusándole de estar atado al
carro del poder franquista”. (pag. 144).
“Nunca supe cuántos sacerdotes se
consideraban del grupo. (Se refiere al llamado grupo Gogor). Pertenecían a él, sin duda, muchos de
los sesenta que se encerraron en el seminario el 4 noviembre de 1968 ,
en abierta contestación contra su obispo, mientras Mons. Gúrpide agonizaba”.
(pag. 145).
“Tomé posesión en la mañna del miércoles, día
20. ... Consulté con D. José Ángel
Ubieta lo que creía deber hacer ante
los sacerdotes encerrados en el seminario.
... Su rebeldía -me advirtió-
no es solo contra D. Pablo sino
contra la jerarquía de la
Iglesia”. (pag. 148).
“A poco de publicada mi dicha
pastoral en Bilbao, vino a visitarme uno de los sacerdotes más duros del Gogor, para una conversación que nunca he
olvidado. Fue la primera que tuve a solas con uno de los sacerdotes diocesanos
más radicales, que terminaría secularizándose por sí y ante sí al cabo de no
mucho tiempo”. (pag. 158).
“No sé si vino a verme por su cuenta
o por encargo del Gogor.
Pero me hizo ver claro lo que luego me haría sufrir en mis días en Bilbao: que
no pocos sacerdotes habían subvertido la jerarquía de valores, hasta subordinar
los evangélicos a opciones temporales partidistas. No faltaban pepitas de
verdad en algunas de sus críticas de la situación socio-política. Pero estaban
mezcladas con tanta ganga, que se perdían en el cieno. Así no pocos de aquellos
sacerdotes terminaron perdiendo la fe. Se salvaron los que acertaron a frenar a
tiempo su radicalismo”. (pag. 158-59).
“Ondárroa es un bello pueblo costero
... Es un pueblo netamente
euskaldun. ... Un coadjutor joven era
uno de los miembros más duros del Gogor. Lo
conocía del Seminario y lo estimaba como bueno e inteligente, pero se había radicalizado
en gran medida”. (pag. 170).
“Traté de convencerle amistosamente.
Se endureció. Y terminé retirándole las licencias ministeriales en Ondárroa,
aunque no en el resto de las parroquias vizcaínas. A poco se declaró en abierta
rebeldía”. (pag. 171).
“Denuncié, a la vez, la gravedad del
pequeño pero grave cisma que suponía la rebeldía del sacerdote, el catecismo
que había compuesto y las prácticas litúrgicas al margen de la diócesis”.
(pags. 171-72).
“Muchos sacerdotes y laicos me
pidieron que dijera una palabra sobre la situación socio-política opresora que
se daba en el pueblo vasco, desde una perspectiva distinta a la radical y
escorada de los sacerdotes huelguistas de hambre”. (pag. 182).
“Procedí al traslado de uno de los
coadjutores de la parroquia de Basauri. Era un sacerdote joven, que había dado
muchos cambios en su actitud eclesial y socio-política en poco tiempo. En el
seminario se había distinguido por una postura muy conservadora. Pasó luego a
posiciones de un vasquismo radical. Sucedió en su caso lo que en otros muchos.
Lo malo no es que defiendan una u otra postura, sino que sean
extremistas”. ... El sacerdote en
cuestión se significaba en aquel momento por su radicalismo exagerado ... Se
negó a aceptar su traslado e hizo pública su rebeldía, afirmando que no saldría
de Basauri ni a las buenas ni a las malas”. (pags. 184-85).
“El documento de los cinco sacerdotes
encerrados en el obispado en huelga de hambre fue el primero de una larga serie
de cartas contestatarias, suscritas
por presbiteros vizcaínos y aun por algunos laicos. Fueron publicadas por
grupos radicalizados desde posiciones extremas”. (pag. 186).
“Unos alaban y aun mitifican hechos y
acciones que otros vituperan sin distingos. Y no faltan aqui y alli algunos
brotes de rebeldía”. (pag. 187).
¿La cuestión
no estará, más bien, en una percepción y valoración diversa de la realidad
circundante, que lógicamente desemboca en posicionamientos acordes con esa
percepción? ¿Y en una concepción menos jerárquica y más servidora de la Iglesia?.
La divisoria,
a mi entender, estaría en la distancia desde la que se vive y sufre la
situación de opresión que ha sido una constante en Euskal Herria. Desde la
negación secular de la que ha sido objeto, expresada en la conquista por las
armas de su Reino por parte de Castilla,
y en la progresiva derogación de sus leyes y costumbres recogidas en sus
Fueros, agravada hasta la tragedía en la guerra civil de 1936-39, prolongada en
los largos años de la dictadura en los que se negaron todos los derechos individuales
y colectivos por medio de la represión y opresión específicas planificadas para
ahogar el normal desarrollo social, cultural y político al que tiene derecho
como pueblo y no por concesión de poderes extraños a él. Con la aberración que
supone la criminalización de su lengua propia, el euskara.
Como bien
dicen Mons. Ciararda y Mons. Argaya en su carta pastoral conjunta: “No creemos poder hablar de los derechos de la Iglesia y de su plena
libertad sino dentro de un planteamiento general de los derechos y de la
libertad de los cuidadanos”. (pag. 212).
Desde esta
perspectiva, no sé si será por el conocimiento superpuesto que yo tengo de la
lengua castellana, pero no puedo salir
de mi asombro al leer la opinión de un Prelado español, que tanto D. José María Cirarda como D. Jacinto
Argaya hacen suya, al incluirla en el
texto de la carta pastoral suscrita por ambos: “En lo eclesial, tenemos que analizar lo que puede haber de verdad en
las mismas contestaciones. No
basta condenar sus planteamientos equivocados o los errores que entrañan. Como
ha dicho un Prelado español, su mayor peligrosidad no está en lo que tienen de
error, sino en lo que pueden tener de verdad”. (pag. 197). Increíble!
Con todo
respeto y con todas las reservas, pero me atrevo a decir que la percepción de
la problemática de un pueblo oprimido y ninguneado como el Pueblo Vasco, que
puedan tener las personas comprometidas de por vida a favor de ese pueblo y las
personas en cuyo horizonte está la posibilidad más o menos cercana pero cierta
de que van a recibir encomiendas importantes en otras latitudes, como fue el
caso de Mons. Cirarda destinado a Córdoba después de tres años en la diócesis
de Bilbao, no puede ser la misma, y esa es una de las claves de que se adopten
posturas tan divergentes.
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