viernes, 24 de febrero de 2012

La cárcel de curas de Zamora 04: Ubieta y otros detenidos


D. José Angel Ubieta, vicario de la diócesis, tambien fue detenido. Se cuenta así en el libro:

“Estaba reunido el martes, 22 de abril, con mi consejo asesor en la residencia episcopal. Vino el portero, diciendo que unos soldados, al mando de un comandante, habían entrado en el jardín, para detener a mi vicario general, D. José Ángel Ubieta, que me acompañaba en la reunión. La suspendí de inmediato” (pag. 174).

A continuación D. José María Cirarda expone con detalle todas las gestiones que hizo:


* “Me encerré en mi despacho a solas con José Ángel”. (pag. 174).

* “Llamé por teléfono al general Cabanas, capitan general de Burgos ... quien le contestó “La he decidido yo personalmente”.  .... Y añadió:  “Para que vea Vd. que estoy en buena disposición, dígale al comandante Aznar que se ponga al teléfono.”

Al decirle Mons. Cirarda que no sabía quién era ni dónde estaba el comandante Aznar, le contestó: “Está al frente de veinte soldados en el jardín de su casa, rodeándola totalmente para que no pueda escapar el Sr. Ubieta.”

“Vino el Sr. Aznar a mi despacho. El capitán general le ordenó que no llevara preso a mi vicario, pero que le ordenara presentarse a las diez de la mañana siguiente en el cuartel de Garellano, donde actuaba el citado juez militar”. (pag. 174).

* “Quedé a solas con mi vicario. Le pregunté cuál podía ser el motivo de su detención. Me dijo que no se le ocurría más que una pista: el párroco de Orozco le había visitado, para decirle que ayudó al homicida en su huida, porque lo vió aterrado ante la posibilidad de ser torturado.  ... Ubieta, según me dijo, le tranquilizó, diciéndole que durmiera en paz, si no tenía más pecados.” ... Y después, Mons. Cirarda le ordenó: “Mañana, cuando te presentes ante el juez, contesta a cuanto te pregunte. Pero bajo pecado mortal, no puedes decir nada que conozcas por tu ministerio como vicario general. Estamos obligados no solo al secreto de confesión, sino tambien a guardarlo en todo lo que conocemos por nuestro ministerio”. (pags. 174-75).

* “Las cosas se complicaron. José Ángel se presentó en Garellano.  .... Supe al mediodía que había sido llevado a la prisión de Basauri. Llamé al ministro de Justicia, D. Antonio Mª Oriol, y protesté enérgicamente.  .... Reaccionó el ministro de inmediato. José Ángel fue llevado al Hospital Militar, donde estuvo incomunicado tres días”. (pag. 175).

* “Recibí un oficio del Tribunal militar, pidiéndome permiso para procesarle. Antes de contestar, subí a Burgos para entrevistarme con el capitán general, después de informar al Sr. Nuncio sobre la situación. El aprobó mi plan y envió a la capital castellana al abogado de la nunciatura, D. Antonio García Pablos, para que me ayudara a preparar mi entrevista en Capitanía. Pero me sobraron sus consejos. El general Cabanas me recibió con cortesía”.

“Su vicario general -me dijo de entrada-  no contesta más que a las generales de la ley: nombre, edad, lugar de nacimiento, etc. ...  Me metí -dice D. José María Cirarda-  en una explicación sobre los pecados ... El capitán general me oyó estupefacto. Y nos despedimos sin ningún acuerdo”. (pag. 175).

* “Vuelto a Bilbao, negué la autorización para procesar a mi vicario y comuniqué a la nunciatura la situación”.  ...  “Me reuní con mi asesor jurídico, D. Juan Ángel Belda. El pidió a D. Jaime Cortezo, amigo suyo y abogado madrileño de fama, que viniera a aconsejarme. D. Jaime me tranquilizó, diciéndome que era imposible que un tribunal civil o militar pudiera proceder contra mi vicario después de mi rotunda negativa a su procesamiento.” (pag. 176).

*”Reunido estaba con él, al mediodía del sábado 28, cuando el comandante Aznar me llamó para decirme que sentía comunicarme que procesaba a mi vicario por orden expresa del capitán general, que está en Madrid”. (pag. 176).

 * “Reaccioné vertiginosamente. En menos de media hora, protesté ante el ministro de Justicia, comuniqué la situación a la nunciatura y llamé yo mismo a la Secretaría de Estado. Los hechos se precipitaron con velocidad increíble. Invité a comer a  Juan Ángel Belda y al Sr. Cortezo. Estábamos de sobremesa, cuando el comandante Aznar me comunicó que mi vicario quedaba libre por orden del capitám general. ¿Qué había pasado? Lo supe pasados algunos años. Me lo contó mi viejo amigo, D. Antonio Garrigues, embajador en aquel entonces de España ante la Santa Sede. La Secretaría de Estado le llamó alarmada. El habló con su ministro, el bilbaíno Sr. Castiella. Este fue personalmente a El Pardo, para comunicar al Jefe del Estado el grave conflicto planteado con la Iglesia. Y Franco, personalmente, ordenó al general Cabanas que dejara libre a mi vicario general”. (pag. 176).

Nueve sacerdotes  diocesanos fueron detenidos y encarcelados en la cárcel de Zamora. Así es tratado el caso en el libro:

“Uno de los conflictos más necios, aunque muy grave, durante mi servicio episcopal en Bilbao se derivó de la inesperada detención y traslado a Zamora de nueve sacerdotes el 1 de junio de 1970. Conmovió a la diócesis por el número crecido de los apresados y porque algunos de ellos eran sacerdotes muy estimados en la diócesis. Todo se realizó, además, sin ningún conocimiento previo de la autoridad diocesana”. (pag. 208).

El libro no cita la identidad de los encarcelados, que fueron los siguientes:  Ernesto Araco, Juan Antonio Gurrutxaga, Martin Hormaeche, José Antonio Kalzada, Anastasio Olabarría,  Francisco Regidor,  Fco. Javier Sagastagoitia, José Antonio Zabala y Cipriano Zamalloa.

Mons. Cirarda enjuicia asi este caso:

“Fue una lamentable rabieta, si vale decirlo así, del capitán general, irritado conmigo desde que Franco, personalmente, le había obligado a dejar libre a José Ángel Ubieta, mi vicario general, según he comentado antes.”

“Y el capitán general, mal aconsejado, decidió encarcelar a diez sacerdotes ...  acusándoles de haber cometido “faltas leves de ligera irresponsabilidad contra las autoridades militares” en las homilías que habían pronunciado un año atrás en la festividad del Corpus Christi. Trató de encarcelar a diez, pero solo trasladaron a Zamora a nueve porque no encontraron al décimo.” (pags. 208-209).

“El despropósito era mayúsculo. En primer lugar, por una cuestión de fondo: toca al obispo y no al capitán general juzgar si una homilía es conforme o no con lo que debe ser la predicación en la Iglesia. Por otra parte, el propio Código de Justicia Militar decía que “las faltas  leves  prescriben seis meses después de cometidas”. ¡Y había pasado un año desde el Corpus Christi de 1969 a junio de 1970, en que se decretó la prisión de mis sacerdotes!”. (pag. 209).

Tras no aceptar  la propuesta del subsecretario de Justicia de que los sacerdotes firmaran una solicitud pidiendo perdón por su falta, la solución que Mons. Cirarda arbitró para el caso  fue la siguiente:

“Así las cosas, redacté yo mismo una cuartilla, para que la firmaran los citados sacerdotes detenidos ... si querían. Tenía tres puntos: no reconocían más autoridad que la del obispo para juzgar sus homilías, negaban haber cometido ninguna falta en la festividad del Corpus de 1969 y recordaban que había pasado ya un año desde dicha fecha. D. Juan Ángel Belda llevó a Zamora nueve copias para quienes quisieran firmarlas. Llegó cuando los presos iban a comer. Uno de los sacerdotes se negó a firmar el escrito. Quedó un mes en prisión. Los otros ocho lo firmaron y con la misma fueron dejados en libertad, tan de inmediato que no volvieron al comedor de la prisión”. (pag. 209). 

 En este caso de los nueve sacerdotes detenidos, el obispo hizo algo más:

“Unas cuantas parroquias habían quedado sin sacerdote para la eucaristía del sábado 6 y del domingo 7 de junio. Di una nota anunciando que mi vicario general y yo mismo celebraríamos cuantas eucaristías fueran necesarias para cubrir su falta. Pero antes reuní al consejo del presbiterio. Tras madura reflexión, obispo y consejeros publicamos una carta pastoral conjunta. No es cosa habitual. Personalmente lo he hecho solo dos veces: una en Bilbao y otra en Pamplona. Algunos obispos lo consideran un error, porque el consejo presbiteral es un organismo consultivo. Pero es claro que el obispo puede concederle poder deliberativo con determinadas condiciones. Así lo hice en esta ocasión”. (pags. 209 - 210)

Por todas estas citas, es evidente la distinta postura de D. José María Cirarda ante las diversas detenciones. Mientras al referirse a los detenidos tras el homicidio del taxista en Orozko hay acusaciones  de “desviaciones” y “de estos o aquellos delitos” y que ” puede haber quien haya invertido los valores de su vida sacerdotal”,  y en el caso de los huelguistas de hambre es clara la frivolidad con que trata la decisión de hacer la huelga  y la poca consideración mostrada hacia  los  huelguistas,  se hace una defensa a ultranza  -que no me parece mal, sino todo lo contrario-  de D. José Ángel Ubieta y de los nueve sacerdotes encarcelados por la predicación de una homilía.

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