Fuente: SettimanaNews
Por: Francesco Strazzari
19/11/2024
Ya en 1943, en el libro de Godin y Daniel, Francia, un país de misión, se constató la disminución de las vocaciones y de los sacerdotes. Desde entonces, ha habido una proliferación de libros sobre el tema; se han realizado investigaciones y se han celebrado congresos y asambleas plenarias del episcopado para investigar las causas y proponer planes estratégicos.
En 1968, el año de las protestas estudiantiles, Jacques Duquesne, prestigioso escritor y periodista católico, planteó una pregunta inquietante al público en general. "Mañana, ¿una Iglesia sin sacerdotes?"
El valiente obispo de Orleans, Mons. Guy-Marie Riobé, en Le Monde, escribió: "Para vivir, las comunidades cristianas necesitan sacerdotes. Las comunidades tienen derecho a dar su opinión en la elección de sus ministros. A menudo hay hombres en su interior que están dispuestos a ponerse al servicio de sus hermanos y hermanas, a recibir formación, a asumir un ministerio. ¿Por qué negarse a ordenar sacerdotes laicos casados si no es porque existe un bloqueo ante el celibato, vinculado a una imagen inadmisible de la sexualidad?"
El obispo pidió reabrir la cuestión, que parecía relegada por la publicación de un documento vaticano sobre el valor del celibato. La Santa Sede recordó a Riobé con cierta dureza, pero la situación se volvió cada vez más dramática y la obstinación de Roma fue criticada incluso por teólogos, para nada, salidos de madre.
La revista Témoignage Chrétien publicó en esa época una importante encuesta realizada por el Instituto Francés de Opinión Pública sobre la imagen del sacerdote. Sobre el tema del celibato, dos de cada tres franceses estaban en contra. El 73% consideraba normal que el sacerdote ejerciera una profesión.
A principios de la década de 1980 se produjeron en Francia algunos fenómenos típicos de un cristianismo en decadencia: el declive en picado de la práctica religiosa, el envejecimiento del clero, el frecuente abandono del ministerio en el grupo de edad que va de los 35 y los 45 años, la reducción del número de admisiones al seminario, el declive de la Acción Católica y también el agotamiento de la investigación teológica.
El 6 de diciembre de 1983 me encontré con Mons. Jean Vilnet, nuevo presidente de la Conferencia Episcopal. Estudió en el Instituto Católico de París, en la Sorbona y en Roma. Ex rector del seminario de Chalons-sur-Marne, obispo de Saint-Dié desde 1964, vicepresidente de la Conferencia Episcopal en 1978.
Abordamos muchos problemas. Uno se refería a las "asambleas dominicales sin sacerdote". Le pregunté si estaban satisfechos o pensaban en otras soluciones, por ejemplo, ordenar a hombres casados. Su respuesta: "Por el momento llamamos al sacerdocio a los jóvenes que aceptan el compromiso del celibato. Los católicos franceses aún no están preparados para tener hombres casados como líderes comunitarios. Es cuestión de tiempo y madurez".
Estas pocas palabras fueron suficientes para enfurecer a Roma. Vilnet fue reprendido por la Curia Romana. "No se engañe a sí mismo y no engañe – señor presidente de la Conferencia Episcopal – le dijeron: la impartición del sacerdocio a los hombres casados es una utopía". Recurrieron a todos los medios para que se retractara.
Le pregunté al famoso teólogo dominico Yves Congar, a quien conocí en diciembre de 1981 en el convento dominico de la calle de las Tanneries en París, su opinión sobre el celibato obligatorio: "Es un problema muy difícil, pero no veo una solución única. Hay razones para el celibato libre y razones para el celibato obligatorio. Veo que hay un gran número de vocaciones al ministerio, pero no al celibato y, a menudo, son vocaciones profundas.
Veo que, para los jóvenes, el celibato no es un signo tan importante. Las estadísticas lo dicen. Está el problema de los sacerdotes casados. Personalmente, soy de la opinión —lo he dicho y escrito varias veces— de que es posible impartir el sacerdocio a los hombres casados. Personalmente conozco a alguien que podría ser un muy buen sacerdote. En mi opinión, podría ser el capellán del hospital. Creo que debería ser el Consejo Pastoral el que decida y juzgue caso por caso. He conocido y conozco personalmente casos de jóvenes que gustosamente se harían sacerdotes si no existiera la ley del celibato. Creo sinceramente que la cuestión del celibato es una de las causas de la crisis del ministerio ordenado.
La teología misma del sacerdocio debe ser revisada y renovada, no digo revolucionada. La imagen del sacerdote en relación vertical con Cristo debe ser repensada. Es verdad que el sacerdote tiene el poder de consagrar, de perdonar los pecados. En teología, desde la Edad Media en adelante, el sacerdote se define únicamente sobre la base de su relación con Cristo. El sacerdote hoy debe ser considerado a partir de la relación horizontal, de la relación con la comunidad cristiana. El sacerdote ha de ser ordenado en función y al servicio de la comunidad".
Hospitalizado en “les Invalides", fui a visitarlo. Bromeamos -lo cual era muy raro- sobre algunas figuras prominentes, incluso de la Curia Romana. Le coloqué la birreta del cardenal en la cabeza y se dejó fotografiar. "¡Estoy ridículo!", y sonrió. Me deseó un buen viaje. —Hasta la próxima —dijo, acompañándome con su mirada—. Fue el último encuentro conmovedor porque falleció el 22 de junio del mismo año (1995).
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