jueves, 30 de junio de 2022

El aborto, un recurso desesperado

Fuente:   El Diario Vasco

Jesús Martínez Gordo

30/06/2022

AFP

La reciente sentencia del Tribunal Supremo de EEUU revocando la histórica decisión de 1973 Roe vs Wade por la que se prohibía vetar el aborto en todo el país hasta que el feto pudiera vivir fuera del útero  (entre 23 y 24 semanas) deja en manos de cada Estado regularlo como quiera y reabre el debate sobre la consistencia racional y moral de lo que se ha llamado el “derecho al aborto”.

No es novedad alguna que la “sensibilidad de derechas” prefiera defender (a veces, hasta apasionadamente) el derecho a la vida del no-nacido o del “nasciturus” sin dejar de mirar a otro lado u oponerse frontalmente a las iniciativas y decisiones que buscan garantizar la posibilidad de una existencia medianamente digna a los ya nacidos y, concretamente, a los más pobres y necesitados. Tal es el caso, por ejemplo, de las críticas que, como una especie de eterno “ritornello”, hay que escuchar de ellos en el País Vasco sobre la Renta de Garantía de Ingresos (RGI). Sin negar que este mecanismo de solidaridad con los más necesitados es mejorable y que no está exento de la picaresca (más allá de que se sea nacional o extranjero), es incuestionable que a la “sensibilidad de derechas” no le gusta nada dicha Renta de Garantía de Ingresos ni la apuesta que canaliza por avalar un mínimo vital básico a todas las personas y familias que no disponen de recursos económicos suficientes. He aquí un ejemplo en el que la derecha, siendo formalmente solidaria con los “no-nacidos”, muestra su rostro insolidario y beligerante con los vivientes.

Y tampoco es novedad que el comportamiento tradicional de la llamada “sensibilidad de izquierdas”, laica o católica, ha estado presidido por la defensa de los derechos de los más débiles e indefensos. Y que lo ha hecho luchando contra el “individualismo rapaz” que no admira más vida que la propia, que falsifica la libertad, que viola los derechos de los que no tienen fuerza para defenderlos y que absolutiza el triunfo del fuerte sobre el más débil. En definitiva, primando la solidaridad con los necesitados frente a la absolutización de la libertad individual por encima de los derechos del más débil. Pero, como igualmente es sabido, forma parte de la tradición de izquierda en nuestro país la defensa —en caso de conflicto— del pobre viviente frente al no-nacido o “nasciturus”: entre ambas vidas, se decanta por la primera al precio de la segunda. Al feto, que es lo más débil, lo menos aparente y lo más indefenso en el nivel humano, no se le reconoce el derecho de nacer, que es el primer derecho humano. Ésta es una decisión que resulta de primar la calidad de vida del ya viviente sobre el derecho a la vida del no-nacido o “nasciturus”.

No faltan quienes —ante tal mutación en la “sensibilidad de izquierdas”— llegan a sostener que dicha apuesta por la libertad del nacido al precio de la solidaridad con el “no-nacido” es una variante —debidamente puesta al día— del “darwinismo social” (“el pez grande se come al chico”) que ha venido siendo patrimonio exclusivo de la derecha más rancia y beligerante. Según esta observación, nos encontramos con que la izquierda está siendo contaminada —sobre todo, en su versión más radical— por este axioma de la derecha cuando defiende, por ejemplo, “el derecho al aborto”. Cuando ello sucede, recuerdan estos críticos, dicha izquierda queda corrompida por la inmoralidad “depredadora”, patrimonio tradicional de la derecha. 

Vistas estas incongruencias, a la “sensibilidad de izquierdas” no le queda más salida que propiciar una autocrítica y centrar el discurso no tanto en bendecir la mentalidad o la “razón abortista”, sino en reconocer la existencia de situaciones-límite y conflictos de derechos en los que es imposible aplicar deductivamente las normas morales: solo queda, quizás, aceptar el mal menor, tal y como se constata en los supuestos de peligro para la vida de la madre, malformación del feto y embarazo por violación. Así entendido, el aborto ya no es un derecho, sino un recurso desesperado ante el instinto de supervivencia. En definitiva, el mal menor que, en nombre de la solidaridad, del respeto y del acompañamiento a quien soporta tales dramáticas situaciones, están por encima de toda imposición extrínseca.

Creo que a los rigoristas que pululan por la “sensibilidad de derechas” no les queda más remedio que reconocer que, argumentando y procediendo de esta manera, no se aboga por moralizar el aborto, sino por aceptar que es una situación-límite que, precisamente, por serlo, no puede universalizarse. Y me permito sugerir que no estaría de más que, ante la legislación civil sobre el aborto, algunos de estos grupos, y otros legítimamente preocupados, se plantearan la posibilidad de crear algo así como “fundaciones para la vida humana a quienes se les niega el derecho de nacer”, habida cuenta que el derecho a la vida no afecta exclusivamente al vientre de las mujeres (y más si son pobres), sino también, y, sobre todo, a los bolsillos y cuentas corrientes de los ricos. Si procedieran así, su denuncia (muchas veces estéril y poco matizada) acabaría teniendo una indudable fuerza moral y una mayor acogida social.

 

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