Fuente: Vida Nueva Digital
Por José Francisco Gómez Hinojosa
10/08/2025
No es correcto que se guarde en el cajón del olvido, por amnesia quizá interesada, el recuerdo de personajes que deben enorgullecer a nuestra Iglesia. Por ello, invito a recordar la trayectoria de Pedro Casaldáliga, a cinco años de su fallecimiento, conmemorados antier.
Lo conocí en 1979, mientras yo estudiaba el diplomado en Teología y Ciencias Sociales, en el Departamento Ecuménico de Investigaciones (DEI), de San José, Costa Rica. Nos acompañó solo una mañana, pero me dio la impresión de estar frente a un hombre sabio y santo a la vez, combinación poco frecuente en los eclesiásticos.
Español de nacimiento, en 1928, y brasileño de fallecimiento, en el 2020, el joven Pedro ingresó a los 17 años a la orden de los claretianos, recibió el ministerio del presbiterado en Barcelona, a los 24, y confirmó su vocación misionera a los 40. Viajó al Matto Grosso, en la Amazonia brasileña, y jamás regresó a España. En 1971 fue nombrado obispo titular de Sao Félix do Araguaia y se distinguió por un episcopado valiente y austero: cambió la mitra por un sombrero de paja y el báculo por un remo.
El camino hacia la teología de la liberación fue sencillo, y la llenó de mística y espiritualidad. Fue amenazado de muerte en múltiples ocasiones, por su defensa de los sin tierra, y hasta sufrió hostigamiento del Vaticano, en 1988, cuando fue llamado a Roma para explicar sus posiciones teológicas.
Pero, más allá de la entrega incondicional a la causa del evangelio, de su identificación absoluta con los fieles, siempre me llamó la atención su vena poética, que dio a su entrega la dulzura de quien sufre con una sonrisa, y cuya mirada te proyecta la felicidad de quien sirve a Dios en sus hermanos más pobres.
Como todos los poetas, supo decir aquello que todos pensamos pero no alcanzamos ni siquiera a balbucear. Recojo el que, en opinión de muchos, es uno de sus poemas más emblemáticos:
“Cuando me muera, quiero que me entierren con una hoz de yerba y una cruz de madera. El cuerpo en tierra y el alma en el viento, el corazón en la lucha y el grito en la boca.
Cuando me muera, no me lloren muerto: seguid sembrando lucha y esperanza en la vida y en la historia, como quien siembra pan en la mesa del pobre”.
El título de esta entrega es, disculpen, erróneo: siempre tendremos con nosotros a don Pedro Casaldáliga, en su testimonio y en su poesía.
Pro-vocación
Y el mismo pasado viernes tuvimos otra celebración: el tercer mes de la elección en la que el norteamericano-peruano Robert Francis Prevost Martínez se convirtió en León XIV. Obvio que es muy pronto para calificar su gestión al frente de la Iglesia, pero ya podemos apuntar algunos indicios. Ha evitado cualquier signo de ruptura con sus antecesores, y se ha mostrado discreto pero firme. De lenguaje cuidadoso, apela más que denuncia. Llama con insistencia a la paz, y busca sanar cicatrices en una iglesia dividida. Para mí, el pronóstico es optimista.
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