martes, 26 de diciembre de 2023

La gracia y el perdón


Fuente:   ATRIO

Por   Joaquín García Roca

23/12/2023

 

Provocaciones teológicas sobre la amnistía

 “Nadie puede exigir de nosotros, sostiene Francisco, que releguemos la religión a la secreta intimidad de las personas, sin ninguna influencia en la vida social”. Esta influencia no vendrá de grupos atávicos que lanzan el Rosario como proyectiles, ni de los obispos ultraconservadores que declaran “mentiroso” al Presidente por vincular la amnistía al bien común” (obispo de Alacant) o pronostican que “los nacionalistas ponen en peligro la convivencia de los españoles” (obispo de Huelva). Ni siquiera vendrá de las declaraciones más matizadas, pero igualmente ideológicas del obispo de Valladolid: ” la amnistía podría ser valiosa si fuera recíproca y los amnistiados renunciaran a un proceso ilegal y unilateral”. Lo que equivale a decir que la amnistía seria valioso si dejara de ser amnistía.

Sostengo que es posible respetar la autonomía y racionalidad de la política y a la vez ofrecer el aprendizaje entre la visión religiosa y la secular, y “traducir los contenidos de verdad no agotados de las tradiciones religiosas” como propone el pensador crítico de la laicidad, Jürgen Habermas en su último libro (2019). Cuando el 70 por cien de la población española identifica la amnistía con “injusticia y privilegio”, algo habremos hecho mal al anunciar la Gracia: “Ha aparecido la Gracia de Dios sobre todos los hombres” (Tito 2,11), el Perdón: “pasó por alto los pecados cometidos anteriormente” (Rom 3, 25) y la Novedad: “quien no nazca de nuevo no podrá entrar en el Reino de los Cielos” (Juan 3,1-8). La amnistía, como despliegue del Amor Incondicional, del Perdón absoluto y del Comienzo radical, es la mediación histórica, el marco cognitivo y afectivo, y la mayor provocación del mensaje del Nazareno.

 

La gracia y el mérito

Toda la vida de Jesús fue expresión del amor incondicional a santos y pecadores, poderosos y mendigos, sanos y enfermos. Y así se ha cancelado la ideología de “quien la hace la paga”. El Amor no tiene condiciones ni presupuestos como se ha expresado simbólica y realmente en la práctica eclesial del bautismo de los niños. Dios no ama porque somos conscientes, justos y buenos, sino para que lo seamos. La institución evangélica de la Amnistía ha sido socavada por la ideología del mérito que cree que el favor de Dios se gana y se conquista a través del sacrificio y prácticas religiosas.

Esta recuperación de la gracia frente al mérito se ha producido en tres momentos decisivos que recuerda los avatares actuales de la amnistía. Fue Agustín de Hipona quien advirtió que nadie puede ganarse por sí mismo la salvación mediante las buenas obras y las prácticas eclesiásticas, que proponía el pelagianismo. Pelagio otorga al individuo la opción de salvarse a sí mismo fuera de las instituciones eclesiásticas. En el imaginario popular sobrevive el dilema que formuló Antonio Machado: buscamos el agua porque tenemos sed, (como proponía Pelagio), o tenemos sed porque hay agua (como proponía Agustín de Hipona).

El dilema entre la gracia y el mérito provocó la mayor fractura que ha padecido el orbe cristiano, mucho mayor que el suscitado actualmente por la amnistía en el ámbito político. La Reforma protestante nació como una crítica contra el mérito, contra las prácticas corruptas y la realización de ritos que intentaban comprar la salvación. Ante la convicción que ante Dios somos justificados por las obras, se proclamó que el Amor de Dios no tiene límites, es sobreabundante e inmerecido: la  justificación viene por la fe.  Dios amnistía para que seamos amables. En el debate político sobre la amnistía subyace igualmente dos posiciones, para unos sólo se pueden amnistiar a los que se lo merecen, a la buena gente, a los que muestran propósito de enmienda. Para otros, el Estado puede ejercer medidas de gracia no porque son constitucionalistas sino para que lo sean. No porque son gente de bien, sino para que sean plenos ciudadanos.

El Concilio Vaticano II se propuso acabar con los enfrentamientos y polarizaciones entre la fe y las obras, entre la Iglesia y el mundo, estableciendo puentes y reconociendo que la Reforma se había llevado verdades nucleares de la experiencia cristiana: la Incondicionalidad y universalidad del amor que se despliega en múltiples caminos religiosos y seculares, confesionales y aconfesionales y anida en el interior de todas las religiones.

 

El perdón y la conversión   

Francisco prosigue esta tarea conciliar mediante la centralidad incondicional y absoluta de la Misericordia; con el neologismo “misericordiando” rompe la lógica de la condicionalidad –te doy si tú me das–, la tiranía del mérito –te perdono si lo mereces– y la equivalencia –te concedo lo que en justicia te corresponde. Esta conmoción del sistema legal e institucional ha suscitado una oposición frontal en ciertos grupos fundamentalistas, religiosos y laicos, similar a la provocada por la amnistía política. La radicalidad de la Misericordia, en la Semana de la Juventud de Lisboa, era neutralizada por los obispos ultraconservadores al condicionarla a la confesión individual, al arrepentimiento y al propósito de enmienda. Cuando se dice que ¡“en la Iglesia caben todos, todos, todos”! se entiende que “caben todos pero no todo”, convirtiendo así a Dios en un jefe de aduanas. Al proclamar en la fórmula de la consagración eucarística que “la sangre de la alianza ha sido derramada por vosotros y por muchos, –en lugar de por todos- ” se vacía de contenido la amnistía de Dios y se convierte en un simple indulto

La ideología del mérito afirma que sólo se puede amnistiar a los que se lo merecen, se convierten y tienen propósito de enmienda. La Misericordia queda reducida al perdón que se otorga en la confesión oral. En un reciente debate televisivo se esgrimió, por parte del representaré popular, las cinco condiciones de la confesión para deslegitimar la amnistía política. La identificación del Perdón de Dios con la confesión oral pervierte el “principio misericordia” que es el núcleo fundamental del cristianismo, que debe impregnar la vida, la fe, la Iglesia, la moral, la política.  En las entrañas del evangelio, el perdón supera la ley del talión –ojo por ojo– y abre un futuro de vida para los mismos enemigos, por encima de la ley. Frente a los que sostienen que sólo hay que perdonar a quienes se convierten, expían sus culpas y vuelven al orden legal, Jesús empieza perdonando, de un modo gratuito, y sólo después ha pedido a las personas que se perdonen: no perdona porque se es bueno y justo, sino para que lo sean.     

Del mismo modo, en las relaciones políticas, la dignidad no se concede sino que se reconoce, y los derechos humanos, que son hoy el otro nombre de la dignidad, tienen que ser “respetados y garantizados, según la acertada formulación de Amartya Sen, “a cualquier persona en cualquier parte del mundo, con independencia de su ciudadanía, residencia, raza, clase, o comunidad”.

Se ha dicho que la amnistía es injusta porque privilegia a unos pocos  Es el argumento que esgrimió el hijo bueno contra su padre ¿Alguien diría que es injusto el padre de la parábola del hijo pródigo porque trató desigualmente a cada uno de los hijos, y sin condiciones ni preguntas, “se le salieron las entrañas” y corre hacia él, le besa y celebra que está vivo y vuelva a la familia?

 

Amnistiar para comenzar

La institución de la amnistía está vinculada social e históricamente al comienzo de un tiempo nuevo y arraiga en una visión del ser humano que en ve en “cada personas, según expresión de Hanna Arendt en La condición humana, un inicio y un recién llegado al mundo, que puede tomar iniciativas, convertirse en precursoras y comenzar algo nuevo” Y encierra una visión del tiempo que, en palabras de Vasile Grossman en “Vida y destino” “no ama nunca, nunca a los hijos del tiempo pasado” y reconoce que “no hay destino más duro que sentir que uno no pertenece a su tiempo”. El movimiento cristiano empezó con la proclamación de la amnistía de Dios que cancela un pasado irredento y coloca al mundo en una situación germinal.

Con la institución de la amnistía se recupera esta conciencia emergente en todos los escenarios sociales, económicos, culturales y políticos ya que el comienzo se pronuncia en plural. En el ámbito de la intimidad “sólo la mano que borra, decía el Maestro Eckhart, puede construir la libertad”. En la vida familiar, el perdón es un “poder de transición”, una lanzadera para avanzar juntos, y recrear un proyecto común “Nos perdonamos para reinventarnos confiadamente” advertía Viktor Frankl; de este modo el perdón familiar desborda la transacción moral y la lógica del intercambio. En el ámbito social, el perdón se vincula al fortalecimiento de la convivencia que repara los desgastes de la vida en común y promueve la amistad social y la inteligencia colectiva. Cuando falta la amistad social, los vecinos no escuchan los gritos de una mujer maltratada y se puede permanecer horas infartado en la calle sin que nadie se detenga a auxiliarle. Sin amistad social se levantan murallas para impedir el paso a extraños y los inmigrantes se convierten en peligrosos.     

En la esfera política, la amnistía pretende promover una sociedad tolerante, respetuosa e inclusiva y cancelar el odio. La amnistía política se vincula al sufrimiento evitable, que necesita el borrón y cuenta nueva para abrir procesos de trasformación; necesitaremos ser perdonados por lo pobres para remover las desigualdades e inaugurar una comunidad de iguales y que los excluidos y descartados se sientan miembros activos en una sociedad inclusiva; declaremos la amnistía para que la patria deje de ser un club privado y sea también un hogar para los que no creen en ella.     

La voluntad de cambio ha sido neutralizada a través de algunas estrategias. Hay quienes -no importa que sean laicos o religiosos, obispos o dirigentes políticos- ante la sacudida de un nuevo comienzo, intentan interpretar lo nuevo desde lo viejo; se afirma que el Concilio Vaticano II ha de interpretarse desde el Concilio de Trento, los desafíos actuales han de ser validados por el periodo de la Transición y las propuestas de un partido político han de ser inmutables: la tradición viva se convierte en “depósito de la fe” y la Constitución en un tótem.

 

 

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