Habló el pasado 13 de diciembre en el Instituto de la Plaza de la Cruz, invitada por el Foro Gogoa, sobre la acogida por parte de la Iglesia a personas en situaciones que la propia Iglesia considera especiales
Fuente: Foro Gogoa
26/12/2023
María Luisa Berzosa ha expuesto, con preocupación pero con esperanza, el proceso sinodal en el que se encuentra inmersa la Iglesia en este momento y cree que el pensamiento eclesial debe adaptarse a la realidad de la sociedad, no puede hablar para una sociedad que ya no existe.
María Luisa, ¿en qué momento se encuentra la Iglesia?
–Estamos en tiempo de sinodalidad, un proceso que hemos empezado y que es apasionante. A mí me gusta hablar siempre de la Iglesia contemplando tres ejes.
¿A qué tres ejes se refiere, María Luisa?
–Uno es la persona. Cada persona. La meta de esa persona cristiana es Jesús y su Evangelio. Y hay un camino, un puente que le debe acercar a ese Jesús que es la Iglesia. Lo absoluto en términos ignacianos es Jesús y el Evangelio, es su programa de vida. Es lo que nos apasiona, es por lo que decimos: “Merece la pena entregar la vida por esta causa, de esta manera, como aparece en el Evangelio”. Después, la capacidad de cada persona de decidir y asumir consecuencias, con su libertad y su conciencia y, por último, la Iglesia como comunidad, como casa donde vivimos y queremos vivir ese seguimiento a Jesús. Siempre me gusta hablar de caminar juntos, de proceso en marcha.
“No se entiende una Iglesia que excluye, una Iglesia que no acoge. No parecería muy del aire y del estilo de Jesús”
¿Cómo explicaría lo que es para Ud. el Sínodo?
–El Sínodo no es un acto puntual, es un camino, es un proceso, un itinerario. Por lo tanto, tiene comienzo, tiene algunas etapas marcadas que son explicables. Es el intento de llevar a término nuestro deseo de que la Iglesia sea acogedora, misericordiosa, inclusiva, deseo que quiere dar respuesta a esa diversidad sexual y tantas diversidades en nuestro mundo para las cuales queremos, deseamos una acogida sinodal. Sinodal quiere decir que todas las personas tenemos lugar en la Iglesia. No se entiende una Iglesia que excluye, una Iglesia que no acoge. No parecería muy del aire y del estilo de Jesús.
Al hilo de su comentario, María Luisa, hemos vivido y seguimos viviendo tiempos en los que muchos representantes de la iglesia nos dicen lo contrario, excluyen y excluyen, no acogen.
–Pues Francisco, nuestro Papa, ya lo ha dicho en las Jornadas Mundiales de la Juventud: Todos tenemos un lugar. Parte de nuestro pecado también está ahí, en la Iglesia. En la conferencia mostré una imagen de un árbol con gran diversidad de ramas, hojas, flores y frutos, de diversos colores, que agradecemos porque no son una amenaza. La diversidad es un don, es una riqueza.
Entonces, ¿cómo podemos avanzar en el camino de esa aceptación?
–Como ya dije, creo que esta comunión tiene que ver con la pertenencia y la participación. Nos podemos preguntar, ¿me siento parte de la Iglesia, parte activa, participo? Si soy parte, me implico, critico. La crítica es compromiso para mejorar. Para implicarme. Critico para que cuenten conmigo, porque puedo ofrecer una luz, porque puedo ofrecer una visión que ayuda a esta comunión. A veces ponemos la fuerza en las diferencias y nos olvidamos que la comunión está en la raíz profunda, en esa fe, en esa dignidad común que es el bautismo. Más allá del carisma, más allá de la vocación y de la tarea. La comunión es más profunda que todo eso. Nos une en la raíz, nos une en lo fundamental.
“El Sínodo es el intento de llevar a término el deseo de que la Iglesia sea acogedora, misericordiosa, inclusiva, dar respuesta a esa diversidad sexual y tantas diversidades”
Una curiosidad, María Luisa. En ocasiones, desde la distancia a Roma, nos preguntamos cuántas personas participan en el Sínodo.
–Por ejemplo, en octubre de este año 2023, hemos participado 364 personas que votaban porque en total éramos más de 400, con facilitadores, gente de servicios, traductores; 85 mujeres de las cuales votaban 59. Cinco religiosos-religiosas enviadas por los organismos de la vida consagrada. Otro grupo numeroso, nominados por el Papa. Obviamente, todas eran enviadas por diversos organismos de vida religiosa, de conferencias episcopales y asociaciones de laicos.
Ahora toca elaborar los resúmenes, ¿no es así, María Luisa?
–Así es. El documento de síntesis tiene tres partes, que se titulan así: “El rostro de la Iglesia sinodal”, “Todos discípulos, todos misioneros”, “Tejer lazos, construir comunidad”. Cada capítulo se divide en tres apartados: los puntos de convergencia que hemos encontrado en sintonía, cuestiones que deben abordarse, temas pendientes que hay que seguir profundizando y propuestas. Hemos leído los documentos y estamos interesados en seguir el proceso. Es una opción libre, porque la invitación es universal y la respuesta es particular.
Permítame una pregunta María Luisa: Cuando se debaten los diferentes temas, ¿se mira solamente hacia la Iglesia o la mirada llega también al mundo?
–La espiritualidad sinodal debe estar marcada por la escucha mutua. Ya desde el primer momento, en el documento preparatorio inicial se decía “Nos escuchamos unos a otros y juntos escuchamos al Espíritu”. Necesitamos hacernos cargo del mundo y, por lo tanto, escuchar el mundo, hacernos silencio.
¿Todas las personas que asisten intervienen con la misma espiritualidad sinodal?
–Son actitudes necesarias para este proceso: silencio, escucha, discernimiento, apertura, acogida y todo desde y en Jesús, como decía al principio, no es algo separado. No puede separarse la Iglesia de Jesús. Jesús en el centro es el que focaliza la vida, la atención, la misión, el sentido de la vida. Y si no tenemos fe cristiana, pienso que el plan del Evangelio es humanizador y humanizante, porque el Evangelio habla de amor, de perdón, de paz, de libertad, de acogida. Esos valores nos humanizan.
“El tema de los pobres está en el centro de nuestra vida ¿o no? El tema de la movilidad de migrantes, desplazados, refugiados”
¿Hasta dónde se han tratado los temas candentes que llevan tiempo sin resolver como, por ejemplo, el tema del celibato, de las personas divorciadas en la Iglesia y otros?
–Esta es una lectura mía personal, no es oficial, es de mi reflexión. Los temas del celibato sacerdotal, ¿se deja optativo, no se deja optativo? También si se pueden ordenar varones casados, etcétera. Bueno, ese es un gran tema. El tema de los pobres está en el centro de nuestra vida ¿o no? El tema de los migrantes, el tema de la movilidad de migrantes, desplazados, refugiados. El tema del clericalismo, que no sólo es un producto del clero, sino que también a veces laicos y laicas somos muy clericales y no asumimos nuestra vocación laical, que es maravillosa en la Iglesia. De todos estos temas se ha hablado, pero tenemos que profundizar más.
Y sobre el papel de la mujer en la Iglesia, ¿qué nos puede decir, María Luisa? ¿También se ha tratado?
–Si, hemos hablado del tema de la mujer en la misión de la Iglesia, en la misión, en los campos de decisión. El diaconado femenino es una escala de pasos que se van dando.
Quedan temas como el de la diversidad sexual, ¿no?
–Si, por supuesto. Optamos por no poner las siglas LGTBI porque en algunos países eso es condena de muerte inmediata. Y está también la ordenación de hombres casados, las situaciones matrimoniales diversas, la inteligencia artificial que muchos no sabemos, pero está viniendo de prisa y hay que prepararse, dar respuestas nuevas a situaciones nuevas. La escucha y justicia a las víctimas de abusos. Tantos abusos en la Iglesia, tantos abusos cometidos por personas de Iglesia.
Reconocemos los grupos que están en los márgenes, divorciados, diversidad sexual, sacerdotes secularizados y diferentes núcleos de familias. Teólogos, científicos, pensadores, mujeres jóvenes. ¿Por qué decimos que están en los márgenes? Porque los hemos echado de la iglesia. Hemos cerrado la puerta y no han podido entrar. O una vez que entraron no podían estar porque ahora se divorció y no puede estar, no puede comulgar. ¿Cómo? Segundo problema, no puede estar en la mesa eucarística. Algo estamos haciendo mal. Algo estamos leyendo mal desde el Evangelio.
Parece que seleccionemos. Da la sensación de que nos convertimos en jueces y ejecutores, ¿no le parece, María Luisa?
–Así es, condenamos y marginamos. Todo eso no es Iglesia, no es comunión, pero la marginación empieza en nuestro corazón. A veces lo expresamos con gestos, a veces lo callamos, pero está dentro de nuestro corazón. Decimos este sí, este no, de esta manera sí, de esta manera no. Bueno, pensemos un poquito también. La Iglesia o es sinodal o no es Iglesia, si no es encuentro, escucha, discernimiento, invitación universal, ¿qué es la sinodalidad? ¿Es reconciliadora o no es?
En el coloquio de la conferencia, una persona le planteó el tema del dolor de muchas personas que, queriendo estar dentro de la Iglesia, han sido rechazadas por ésta. ¿Qué nos puede decir?
–Ya comenté que nos hemos hecho conscientes del sufrimiento y de la realidad de los márgenes y, por eso, queremos cambiarlo. Este es uno de los temas que se han puesto sobre la mesa y no ha sido por capricho, sino por necesidad de que la sociedad está clamando por una acogida que no hemos hecho, que hemos eliminado, que hemos separado. Hay una comisión que está tratando el tema de los divorciados, hay una comisión que está tratando el diaconado femenino. Es decir, yo creo que estamos siendo coherentes con ver las cosas, intentar poner soluciones.
“Francisco, nuestro Papa, ya lo ha dicho en las Jornadas Mundiales de la Juventud: Todos tenemos un lugar en la Iglesia”
En la conferencia, creí percibir que invitaba con frecuencia a que todos nosotros tomáramos iniciativas, que nos implicásemos. ¿Es más importante la implicación de los fieles que lo que pueda hacer la Iglesia?
–Hay tarea para todos. Por parte de la Iglesia, hay que quitar cosas de catecismo que son ofensivas absolutamente, pero mientras llega ese campo de definiciones, yo digo que demos pasos nosotros. ¿Qué nos impide hacer un grupo sinodal de diversidad sexual o de lo que sea?, ¿qué nos impide ser un grupo sinodal donde haya personas divorciadas?, ¿quién nos impide? Yo estoy en Roma, en Italia hay una pastoral de la diversidad sexual como no se pueden imaginar, hay multitud de grupos y funcionan y organizan cosas. Y a veces va el obispo y a veces no, es todo transparente, todo abierto. Yo creo mucho en lo que podemos hacer la gente de a pie, no es que desprecie a la jerarquía, insisto, pero muchas veces, casi siempre, en las instituciones los cambios vienen de abajo, no de arriba. Entonces caminemos, tenemos muchas posibilidades.
También se habló sobre la lentitud de la Iglesia para dar pasos en el reconocimiento y aceptación de lo que realmente pasa en la Sociedad. ¿Qué nos puede decir?
–Las situaciones del mundo van a un ritmo rapidísimo y la Iglesia va con muchísima lentitud. Le cuesta aceptar los cambios de la sociedad, porque claro, el discurso que a veces hacemos es a una sociedad que ha cambiado y entonces no hay sintonía entre receptor y emisor. Aquí hay algo que falla. Entonces mantenemos el discurso, pero los destinatarios han cambiado y no cambiamos el discurso. Yo creo que ese es un fallo y me atrevería a decir que es un pecado, porque ahí efectivamente no atendemos a las personas, dejamos que sigan su camino como puedan. El proceso de incorporación de cambios en las instituciones es lento, pero en la Iglesia es lentísimo. Entonces, ¿cómo hacemos mientras eso llega? Por una parte, urgir y, por otra, que aportemos. Demos pasos también concretos nosotros, tenemos que movilizarnos desde abajo.
En el coloquio, se le formularon varias preguntas relacionadas con la falta de acogida de la Iglesia a la diversidad real de la sociedad y el sufrimiento que genera en las vidas de las personas que, siendo creyentes, se ven rechazadas.
–Estoy de acuerdo en esa realidad y el efecto que provoca de sentirse sin armas para seguir. Creo que se está cayendo en la cuenta de que muchas cosas que se hacían en la doctrina de la fe tenían que ver con una sociedad que ahora es otra. Y todos estos temas son de hoy, son de una urgencia que viene rapidísima, pero la Iglesia va lenta y no puede depender de la persona con la que te confrontes en la Iglesia, pero yo confío mucho porque estamos cayendo en la cuenta de que vamos muy tarde, muy lejos de lo que va sucediendo en la vida. Esto tiene que ver con la formación de los sacerdotes, la formación en los seminarios, obispos, etcétera. Hay que renovar toda esa formación más de acuerdo con las ciencias humanas; además de teología, hay que implantar formación en inteligencia emocional.
Si el proceso sinodal en el que se ve envuelta la Iglesia hoy es tan trascendental para el futuro, ¿por qué no han participado en dicho proceso los estudiantes de los seminarios de España?
–No lo puedo entender. Tristemente, la dificultad grande en el proceso sinodal han sido los sacerdotes, seguramente no todos. Ya dije que el secretario general, al poco tiempo de empezar el Sínodo, escribió una carta a todos los sacerdotes del mundo y algunos no la recibieron. Dentro del Sínodo, la participación es una invitación universal. Hay gente que dice que sí, hay gente que no. Claro, uno piensa que los sacerdotes deberían estar por el sí, pero no es así. No es así. Hay que preguntarse las causas. Evidentemente eso no es un capricho, creo yo. Algo hay ahí, ¿qué pasa?, ¿qué pasa con la formación?, ¿qué pasa con esas actuaciones?, ¿qué pasa cuando yo salgo del seminario y voy a una parroquia?, que también estoy solo y tengo que enfrentarme a la realidad de la vida.
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