jueves, 12 de septiembre de 2024

Eva Díaz: «Yo era un alto ejecutivo de una empresa y a los 52 años me convertí en mujer»

Eva tiene 60 años, pero durante casi toda su vida ha sido Enrique, un ingeniero que se casó, tuvo dos hijos y ganó dinero. «Fue un proceso confuso hasta que Eva salió. No soy homosexual. Como hombre me gustaban las mujeres, y como mujer me gustan los hombres», apunta

Fuente:   La Voz de Galicia

Por   Sandra Faginas

12/09/2024


Olga Moreno

Eva Díaz Oñoro ahora tiene 60 años y durante más de 50 estuvo viviendo como Enrique. Como Enrique hizo las cosas propias «que se esperaban de un hombre», cumplió los estereotipos, el «patrón masculino» a la perfección. Estudió Ingeniería Industrial, fue alto ejecutivo y ganó «mucha pasta», llegó a ser CEO de una alta compañía, se casó, tuvo dos hijos..., hasta que un día, cuando tenía 52 años, tomó una decisión sin vuelta atrás: se transformó en Eva, la mujer que llevaba dentro y que poquito a poquito fue abriendo puertas hasta que no pudo más y salió a vivir.

 Ella lo cuenta en su libro Buscando a Eva. Construyendo la mujer que soy desde el hombre que fui, y ahora, entre otras muchas cuestiones, se dedica también a dar charlas y conferencias sobre liderazgo femenino, porque Eva sigue brillando en su trabajo, aunque cuando se hizo mujer, a los 52, se fue al paro. Su historia tiene muchas aristas y, como dice ella, «hay muchos grises en la transición», pero lo mejor es cómo lo cuenta Eva. «Cuando haces la transición la tendencia general es a olvidar tu pasado, negarlo incluso, y ocultarlo. Cuando yo hice el cambio, en el Registro Civil me dijeron si quería la partida de nacimiento nueva, porque tenía la oportunidad de ser Eva desde que nací, pero yo escogí la modificada, que marcaba febrero del 2015 como el inicio de Eva, sin renunciar a quien fui antes. El pasado era mi pasado y consta en mi partida. Allí me dijeron que era una de las pocas que lo había hecho», relata.

«Cuando haces una transición, quieres negar tu pasado para que el mundo no te desprestigie, tienes miedo a que el mundo te humille —continúa—. Yo he descubierto que ese pasado sigue viviendo en mí, en ese pasado fui padre, fui ejecutivo, y en ese pasado viví muchas experiencias. Sobre ese hombre he construido a la mujer que soy. A nivel profesional, he usado muchas veces esa experiencia del pasado. Aunque sea doloroso, construye tu personalidad, es tu vida». ¿Echas de menos a Enrique en algo, hablas con él? «No, no, no lo echo de menos. Al principio, trabajando sí he hablado con él, porque estás repitiendo experiencias, pero ahora no. El pobre hombre está desaparecido, enterrado...», apunta.

«Eva era una mujer que tenía dentro, que molestaba permanentemente, por decirlo suave, y que poco a poco fue abriendo su hueco», asegura. «A diferencia de lo que dicen los activistas y alguna exministra, esto no lo tienes claro desde el principio —indica—. Yo de pequeño sentía algo extraño en mí, yo no sabía ni explicarlo ni entenderlo. Para mí fue un proceso muy, muy lento en que tu lado masculino trata de eliminar por miedo a esa voz femenina que hay detrás. Date cuenta de que cuando era adolescente, Franco se estaba muriendo, con lo que eso implica en nuestra sociedad».

 

«ENRIQUE SE RINDIÓ»

«Al principio no lo entiendes, yo nunca he sido homosexual. A mí de joven me gustaban las mujeres igual que ahora me gustan los hombres. Es todo muy confuso. Y conforme pasa el tiempo, sabes que es algo que no puedes eliminar, que va contigo, pero llega un momento en que te das cuenta de que va a ganar, la resistencia ya no tiene sentido. De hecho, la transición no fue un proceso planificado, Enrique estaba derrotado y en un momento determinado se rindió». ¿Te despediste de él? «Uy, no, no [se ríe]. Al día siguiente me dediqué a disfrutar como mujer, aunque ya me di cuenta de que me había metido en un berenjenal importante. Tuve que aprender a moverme en el mundo como mujer, aprender a defenderme del mundo heteropatriarcal».

Antes de que Eva cuente cómo fue ese momento profesional de retroceso en el que influyó su cambio de sexo, le pregunto si ella durante 50 años vivió como un ser mimetizado y si le echaba la culpa a alguien. «Sí, lo vives como una desgracia. Porque cuando tienes un problema interno, los humanos tendemos a echarle la culpa a otro: a los genes, a la sociedad, a tu madre, el destino, a Dios, al karma... Yo lo viví como si tuviera una desgracia física de nacimiento, ‘‘te ha tocado, mala suerte, y con ello tienes que convivir''. Eso era cómodo, porque me evitaba tomar la decisión de lo que quería ser». ¿Te disociabas?, le pregunto. «Sí, me disociaba. Enrique vivía en masculino, con mucha carga de culpa, con una sensación de ser basura. Yo podía vivir como hombre durante una buena parte de mi vida, aunque conforme avanzaba el tiempo, cada vez menos. Yo estaba casado, pero me divorcié por otros motivos; tuve una segunda relación como hombre... Por explicarlo de alguna forma, es como si en mi mente surgiera la necesidad de ser mujer y hacerlo visible, sobre todo por las noches. Ahí Eva aparecía con fuerza. En mi día a día no surgía, estaba liado trabajando, con mis hijos, hasta que de repente saltaba el automático. Esos momentos eran muy duros», confiesa.

«Mi hijo me sigue llamando papá en público y mi hija me llama Eva, y me regala el Día del Padre y de la Madre»

¿Te vestías de mujer, te transformabas? «Sí, sí, pero esa transformación aliviaba la tensión momentáneamente; cuando terminaba, generaba todavía más dolor. Por mucho que te disfraces, o te maquilles, no dejas de ser hombre. La diferencia es brutal. Internamente sabes que eres una grandísima mentira, sabes que eso va en contra de ti como persona, te haces daño. Los momentos en que me vestía de mujer no eran de felicidad, había sensación de culpa y de sinsentido».

Las dos parejas que tuvo Enrique, tanto su mujer como la segunda, lo supieron. «Se lo conté en los dos casos. A mi mujer se lo dije en el cine, a oscuras, un disparo de 30 segundos. Fue un shock, no se habló de ello en días, y luego lo abordamos y lo dejamos en el baúl de los monstruos interiores. Las dos digamos que lo asumieron como ‘‘estoy enamorada de este señor y lo acepto con su equipaje”», señala.

A los 52, cuando Eva hizo la transición decidió dejar su trabajo por temor. Renunció a todo y en el paro sí entendió muchas de las cosas que nos suceden a las mujeres. ¿Cómo se vive mejor, como hombre o como mujer?, le digo. «¡Como hombre, es mucho más sencillo!», responde. «Yo me di cuenta que de pronto la sociedad me trataba distinto. Sitúate, un director, alto ejecutivo, socio de empresas de consultoría, de las grandes, ganaba mucha pasta y de repente lo perdí... Yo era una persona acostumbrada a tener poder, a mandar, a liderar, a tener éxito, y pasé a ser una persona frágil. Durante dos años intenté ser lo que se suponía que tenía que ser como mujer. Pero mi yo previo decía: ‘Nunca has sido débil, has sido triste, si quieres tímido, pero no débil'. Algo rechinaba. Lo otro que me sorprendió en el cambio fue la importancia del físico. Como mujer tenía que vivir con la valoración externa de mi físico. El hombre no está acostumbrado a eso, se la trae al pairo. Pero a mí me habían quitado el poder, había pasado a ser débil y además importaba mi físico. Me sentí muy extraña. Yo soy coqueta conmigo, pero otra cosa es que los demás me juzguen por eso».

 

«MIEDOS INFUNDADOS»

Eva, tras quedarse mucho tiempo en paro, finalmente recurrió a sus contactos antiguos para volver a trabajar. «Fue un gran aprendizaje, yo estaba acostumbrada a no pedir ayuda y, cuando hice la transición, tenía tanto miedo que iba en plan superwoman. Pero un día me contactó un excompañero de Accenture y finalmente le tuve que pedir ayuda. Ahí descubrí que había gente que me aceptaba como yo era. Recibí muchos mensajes de respeto y valentía, y aquello fue un shock, porque yo no había dado el paso por miedo y, mira, si lo llego a saber, lo hubiera hecho mucho antes. La gran lección es que muchos de nuestros miedos son infundados y autolimitantes, no existen».

Eva volvió a trabajar y a liderar, a dar conferencias a mujeres (www.evadiaz.es; www.shapingnew.com), pero antes de todo eso tuvo que dar el paso más difícil: planteárselo a sus hijos. «Eso no fue miedo, fue pánico. La transición no es solo cómo te vistes; si yo hago la transición y pierdo a mis hijos, mi trabajo, o mi entorno, no me habría compensado. Mis hijos eran la prioridad, fue complicado, pero no tenía más opciones. Se quedaron muy sorprendidos, y me limité a no exigir nada. Yo seguí dándoles el mismo amor, no pedí que me llamaran de ninguna manera. De hecho, mi hijo me sigue llamando papá en público y mi hija me llama Eva, y me regala el Día del Padre y de la Madre. ¡Es que ellos tienen una mamá que no soy yo! Tengo amigos que me siguen teniendo en el teléfono como Enrique, ¡qué voy a exigirles yo! Mi hijo tenía 17 y mi hija casi 20; mi hijo no quería que lo vieran conmigo, ya habían pasado el divorcio... Era mucho ruido», indica.

«El amor del hombre es más egoísta, más interesado, aunque yo quise y sigo queriendo a mi exesposa [...] y en el sexo ganamos nosotras por goleada»

Eva hace una broma y apunta que con la transición pasó de ser bajito a ser alta: «¡Mido 1,69 y súmale los diez centímetros de tacón!», y no niega que sabe como hombre lo que se decía cuando entraba una mujer en una reunión. «Tengo una amiga que me dice: ‘Eres una hija de puta, tienes un cuerpo extraordinario, eres sexi, y encima conoces a esta panda de locos, los puedes manejar [se ríe]!».

Ahora ha pasado el tiempo, pero Eva ha ido teniendo que trabajar su yo en ámbitos distintos: «Cuando eres CEO y hombre la gente te obedece. Cuando eres CEO y mujer ya no es así. Directamente te obvian, yo de pronto ya no era fiable. Era como si dijesen: ‘‘Ha llegado esta loca con sus ideas”, lo digo un poco de broma, pero esa autoridad que yo había tenido como hombre sentí que ya no funcionaba. Como mujer he tenido que ejercer un liderazgo diferente, de lealtad, de abrirme y contar mi vida e ir generando confianza con todos».

¿Has amado mejor como hombre o como mujer? «Es distinto. El amor del hombre es más egoísta, más interesado, aunque yo quise y sigo queriendo a mi exesposa. El de la mujer, al menos el que yo he vivido, es más puro. Y el sexo no tiene nada que ver, ganamos por goleada nosotras. Para mí el sexo empieza cuando abro mi armario y pienso qué ropa me voy a poner, el proceso es largo. Todos los preliminares, el cortejo, cómo te toca... Sientes por todo el cuerpo, el orgasmo es importante, pero viene acompañado de mucho más», explica Eva, que está planificando una mesa de debate intergénero para que entendamos mejor a los hombres.

«Cuando encuentras quién eres —concluye Eva—, aprendes a decir no sin miedo. Y cuando eres auténtica desaparece mucha gente tóxica. Yo he eliminado todas las caretas que tenía con todas las consecuencias y ahora soy muy, muy feliz».

 

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