jueves, 5 de septiembre de 2024

El declive de la práctica religiosa

Fuente:   Diario Vasco

Por   José Ignacio Calleja

Profesor de Moral Social Cristiana

05/09/2024

 


Cierto estudio de la agencia apablo.com, a partir de los datos del CIS sobre la práctica religiosa de los españoles, ha puesto sobre la mesa algo ya esperado. El 80% de los españoles, o lo que es igual, cuatro de cada cinco, no práctica religión alguna; por tanto, se reconocen ateos, o agnósticos, o indiferentes, o creyentes no practicantes. Hablamos, por tanto, de ausencia de práctica religiosa en todos ellos y no tanto de si son personas religiosas. Sin duda serán relaciones próximas, pero no es lo mismo. El trabajo, además, desglosa esta conclusión por las autonomías de España, pudiéndose observar diferencias notables, que no absolutas, entre ellas, con especial significado a la baja en cuanto a Cataluña, País Vasco, Galicia, Andalucía... No es lo más interesante en unas breves líneas reflejar el cuadro de datos región por región, por lo demás al alcance de cualquier lector de la red; importa mucho más intentar una reflexión de más calado ante los datos y su evolución.

Lo interesante es que el estudio ha sido valorado entre nosotros, desde el Obispado de Vitoria; y en referencia a nuestra pobre realidad vasca de práctica religiosa, en todos, pero más aún en los jóvenes, se ha lamentando «la radical secularización de la sociedad» y, en particular, que «no es normal este desapego de la juventud vasca con sus raíces, con su ADN y con su cultura intrínsecamente ligada a la Iglesia». Abundando en el tema, que «algo está fallando en la transmisión de la fe, no solo en las familias, sino también en los centros educativos de la Iglesia», 19 en Álava, y «tanto más que a escasos kilómetros las cifras son muy distintas, con una juventud que participa de la vida de la iglesia y se definen como cristianos». Quien sea que haya hecho esta declaración, sabemos que representa bien a su obispo diocesano y es clara.

La cuestión primera es si las diferencias regionales son muy importantes o no; la respuesta, que si bien lo son en algún caso, sobre todo del País Vasco en relación a Navarra, no creo que lo sean mucho. Es un tema que se puede explicar. Más profundamente necesario es ver qué debemos hacer para dotar de identidad cristiana a nuestras propuestas y evaluaciones. Volver a que la secularización es agobiante, o que los curas vascos han estado y están politizados por el nacionalismo, o que han atendido sin medida al humanismo social... es volver a repetir lugares comunes para no asumir ninguna posibilidad seria de mejora.

Si la secularización es radical y nuestra respuesta es evitarla lo más posible y a nuestra medida neoconservadora; si la politización social y vasca de la fe es un exceso y nuestra respuesta es espiritualizarla hasta la evaporación de la Encarnación; si el cristianismo no es un humanismo sustentado en sí mismo y nuestra respuesta es sustituirlo por un solipsismo poético de 'Jesús te ama, te elige, te espera y te salva'; si el mundo avanza en reconocimiento de derechos humanos y se excede en tropiezos morales, y nosotros tenemos un remedio que opera como astucia para sus malas prácticas y condescendencia con las propias, entonces no hay buena salida.

No es posible desentrañar todo esto en cuatro líneas, pero es imprescindible rebajar el valor del número en la cualificación cristiana de un proyecto pastoral. Es necesario subordinar el valor de unas prácticas espirituales privadas o públicas al cuajo de bondad, justicia y sobriedad en que se expresan socialmente. Es necesario aceptar que la mayoría de los líderes consagrados y ordenados lo somos bajo principios y cualidades que sustentan fácilmente una clericalismo asfixiante en la comunidad y en la lectura doctrinal que la domina. Hemos de ser muy críticos con las fidelidades sociales a la Iglesia masivamente identificadas, incluso entre los jóvenes, con los idearios sociales más conservadores del 'statu quo'. Un examen de conciencia de este calado, con las referencias preferenciales en la vida de Jesús, la que cualifica qué Mesías o Cristo de Dios es Jesús, no resolvería todo lo que nos pasa, y menos en términos de número, pero sí nos situaría en condiciones de sustituir el qué nos ha pasado por el qué nos va a seguir pasando y cómo evitar sustituirlo en falso.

El cristianismo es una religión de la encarnación de Jesús, de su seguimiento, de modo que la eucaristía de una vida justa y buena con los más ignorados y desvalidos del mundo es, en la misa, una eucaristía en plenitud, y todas las jerarquías religiosas, sociales y políticas van a chirriar en su encuentro, y al deseo de purificarnos en la bienaventuranzas y verlo en aquello que anunciamos, seguimos y celebramos, ningún número de nuevos cristianos lo puede sustituir. Desde luego, ¿cómo no fallar? Reconocer que elegimos el camino samaritano, vaciado de sí y abajado de Jesús, el Señor al que matan por cómo vive.

 

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