viernes, 1 de enero de 2021

Admitir la diversidad. La doctrina sexual católica y el debate sobre la homosexualidad

 

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OF INNOCENT · 29 DE DICIEMBRE DE 2020

Reflexiones del teólogo católico Stephan Goertz * publicado en la revista teológica Herder Korrespondenz (Alemania), n. 6 de junio de 2019, págs. 47-49, traducción libre de A. De Caro

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El tema de la homosexualidad polariza a las religiones, no menos que a la comunidad internacional. Dentro de las denominaciones cristianas y entre ellas, hay opiniones muy divergentes sobre cómo tratar el comportamiento homosexual y las uniones a nivel moral, jurídico y pastoral. El debate acalorado y abierto sobre la evaluación de la homosexualidad ha llegado ahora a la Iglesia católica -aunque con retraso, en comparación con otras denominaciones cristianas- como es evidente en los dos sínodos de obispos sobre la familia (2014 y 2015).

Sin embargo, el tema divide no solo a las Iglesias locales, como lo demuestran varias declaraciones de los obispos alemanes en los últimos tiempos. Mientras que algunos apoyan la idea de confrontar críticamente los prejuicios y las condenas del pasado, otros advierten enérgicamente contra el abandono de la posición tradicional. Una parte de los obispos registra el progresivo debilitamiento de la doctrina moral de la Iglesia en este campo y espera una evolución de la doctrina, otra parte vincula estrechamente la identidad católica con la firme adhesión a las normas de ética sexual establecidas especialmente bajo Juan Pablo II.

Las diferencias, probablemente latentes desde hace mucho tiempo, salieron a la luz en el transcurso del previsible proceso de revisión sobre los abusos sexuales en la Iglesia católica. En el llamado "Estudio MHG" (una investigación sobre el abuso sexual en la Iglesia realizada por 3 institutos en Mannheim, Heidelberg y Gießen) se plantea la hipótesis de que existen, en la Iglesia católica, estructuras y reglas específicas "que tienen un alto potencial de atracción para personas con tendencia homosexual inmadura”. El tabú sobre la orientación homosexual en un entorno no pocas veces homofóbico dificultaría la posibilidad de aceptarlo de forma positiva y de esta forma podría haber favorecido tanto los abusos como su posterior negación y encubrimiento.

Es por eso que el estudio recomienda revisar las actitudes hacia la homosexualidad, especialmente hacia los sacerdotes homosexuales. Pero esto contrasta con la convicción de que la homosexualidad sería "incompatible con la vocación sacerdotal" (Benedicto XVI, Luz del mundo, 181). Se sigue manteniendo la tesis de que el problema del abuso es en realidad un problema causado por clérigos homosexuales. El hombre homosexual es percibido como un potencial abusador de niños. Me parece que en el clero, en todos los niveles, crece la indignación moral contra este prejuicio y se promueve un enfoque diferente.

Una norma ética excesiva

La vacilante credibilidad de la moral sexual católica significa que numerosos obispos están dispuestos a mostrarse (finalmente) receptivos a las discusiones teológicas y de las ciencias humanas sobre el tema de la homosexualidad. La parálisis (que duró décadas) en la recepción de los datos científicos comienza a debilitarse. El principio de que cualquier acto sexual fuera del matrimonio y sin "apertura a la procreación" es incondicionalmente pecado constituye para muchos una norma ética excesiva. El criterio primordial de la sexualidad vivida "según la naturaleza" cede a la necesidad de respetarnos, en la sexualidad, con compromiso y fidelidad, por personas libres e iguales.

Una sexualidad vivida de una manera digna a los seres humanos no puede medirse, en primera instancia, solo con la condición de que se respete el propósito reproductivo: de esta manera, de hecho, las otras dimensiones preciosas de la sexualidad quedan en la sombra. Además, se percibe la intención de considerar, con mayor seriedad que en el pasado, las experiencias de las personas involucradas. Esto corresponde a la tradición de la teología moral, que reconoce diferentes fuentes de convicción moral: la Sagrada Escritura, la Tradición de la Iglesia, así como la experiencia y la razón humanas. Finalmente, no se debe descuidar la dinámica que se inicia con la decisión del Papa Francisco, es decir, la de atenuar la visión negativa sobre la homosexualidad y manifestar un respeto público y auténtico por los homosexuales,

A medida que la presión de la retórica uniforme y de la disciplina rigorista se desvanecen dentro del mundo católico, las diferencias se hacen más visibles. Algunos obispos empiezan a reflexionar con valentía y libertad sobre posibles cambios y ya no se dejan tildar de equivocados por los defensores de la doctrina tradicional sin más consideraciones. Saben que su fidelidad a una doctrina compuesta de estrictas prohibiciones exige un coste cada vez mayor, hasta el distanciamiento abierto de muchos fieles de la moral sexual católica, cuyo contexto cultural ha fracasado en gran medida, al menos en lo que respecta al nivel de observancia en concreto (mientras que los principios de amor, compromiso, responsabilidad son ampliamente aceptados como en el pasado).

Ahora se espera que toda forma de moralidad sexual respete la integridad sexual (autodeterminación) de todo ser humano, independientemente de su sexo, identidad de género y orientación sexual. Parece urgente un reconocimiento de esta necesidad, que concierne a los derechos humanos, por parte de la Iglesia católica, que se presenta como garante de la dignidad humana.

También en el futuro habrá tensiones considerables dentro del mundo católico en todo el campo de la sexualidad y las cuestiones de género. La extensión universal del derecho a la libre determinación no encuentra el consentimiento de todos y en todas partes. Existe una considerable resistencia contra la idea de que los homosexuales tendrían los mismos derechos que otros seres humanos: "desde el punto de vista de la moral tradicional, la homosexualidad es un vicio social y un pecado" (Dennis Altman / Jonathan Symons, Queer Wars, Bonn 2018, 105), que debe ser prohibida, sancionada y en ningún caso reconocida como una variante natural de la capacidad humana de relacionarse. Aquí chocan diferentes creencias éticas:

La actitud hacia la homosexualidad tiene, en esta discusión, un gran significado simbólico e identitario, tanto en el ámbito político como en el religioso. Los fundamentalismos religiosos revividos de las últimas décadas se caracterizan en todo el mundo por una actitud expresamente opuesta a la homosexualidad. Y en el terreno político se explota la homofobia para encerrar a un "Occidente" entendido como moralmente decadente.

Las declaraciones de la Iglesia Católica, locales y universal, dependen de vez en cuando del contexto y tienen diferentes efectos evolutivos en diferentes partes del mundo. En cualquier caso, la Iglesia se posiciona en un mundo en el que la regulación de la sexualidad está cambiando en general. Un consenso teológico parece muy lejano: las experiencias de otras confesiones así lo demuestran. Hasta ahora, el consenso católico se ha impuesto desde arriba y, por tanto, es el resultado de la disciplina más que de la comprensión. Ha habido reducción a la unidad, no unidad.

Esta estrategia fracasó porque no se basó en la verdad. Vio la verdad exclusivamente desde la perspectiva de los valores tradicionales. El acuerdo sobre una cuestión que afecta a las convicciones morales no puede ser, por así decirlo, extorsionado mediante actos ortodoxos de fuerza. La moralidad no se puede imponer por la fuerza, porque el sujeto debe tomar posesión de ella internamente. Es posible imponer con fuerza solo los comportamientos dictados por la ley.

Es evidente: las líneas divisorias sobre el tema de la homosexualidad se aprecian también entre las distintas confesiones. Las tensiones que actualmente se hacen cada vez más evidentes en la Iglesia Católica son una norma y no una excepción en el ámbito confesional. Al mismo tiempo, ello conlleva la posibilidad de aprovechar las reflexiones que se vienen haciendo sobre este tema desde hace algún tiempo en otras confesiones y en el diálogo ecuménico.

Cómo una comunidad de fe puede y debe encontrar una solución al hecho de las diferencias éticas no es en absoluto un problema nuevo. La voluntad de unidad se pone a prueba de la manera más drástica cuando, como en el caso de la homosexualidad, la vida real de algunas personas se juzga incompatible con la voluntad de Dios. Lo que para algunos representa una injuria injustificada a la igualdad de derechos y dignidad querido por Dios, se aplica a los demás como una indulgencia inaceptable o incluso como una aprobación del comportamiento pecaminoso.

¿Cómo se quiere, en esta situación, presentar o reconocer la actitud contraria como una interpretación moralmente responsable del Evangelio? ¿Qué medida de respeto y comprensión mutuos es posible aquí? Justo cuando se llega a comprender las diferencias, teniendo en cuenta su trasfondo histórico y cultural, ¿serán incluso tolerantes cuando se trata de ideas fundamentales como la justicia y la humanidad? ¿No fallan aquí los compromisos frente al juicio moral de la conciencia? ¿Desde cuándo se pierde la ciudadanía moral en una comunidad? ¿Cuándo eliges la opción de salir? Estas no son preguntas retóricas.

Deja ir las ilusiones

El escándalo de abusos sexuales ha demostrado (pero no era la primera vez) que muchos ya no están dispuestos a tolerar un letargo moral en la comunidad de fe. En primer lugar, ya no saben qué hacer con la idea de que "la unidad de la Iglesia" se vería comprometida si, sobre problemas de conducta moral, se reflexionara sobre posiciones ancladas en experiencias personales de fe. No admitir la diversidad ha impedido el diálogo con el contexto cultural en detrimento de las Iglesias locales y ha empujado a muchos fieles a graves problemas de conciencia. La forma en que se ha entendido y realizado la unidad de la Iglesia en las últimas décadas ha resultado autodestructiva.

El Papa Francisco admite la disensión y la divergencia en un grado previamente inimaginable. Y así se ha pasado el tiempo en que sobre la cuestión de la homosexualidad sólo había una única respuesta católica legítima, es decir, la de una tradición particular incorporada en el Magisterio. En consecuencia, corresponde a las Iglesias locales asumir la responsabilidad de formular su respuesta. Pero sin la participación amplia y vinculante del pueblo de Dios, esto no será posible. Debe admitirse la diversidad dentro y entre las iglesias locales. Para ser claros: este es el precio de la libertad cristiana. El consenso que precede a la diversidad es pura compulsión, el consentimiento a pesar de la diversidad es un artificio para el que obviamente no hay garantía.

Quizás el Catecismo (CIC), la referencia para el tema de la homosexualidad, permita unas primeras pautas para un entendimiento. Si la severa condena moral de la homosexualidad y de las relaciones homosexuales (CCC 2357) diera paso al silencio en el futuro y si no se mantuviera ninguna teoría específica sobre la homosexualidad ("inclinación", "prueba") (CCC 2358), si se dejara de enfatizar el respeto debido a los homosexuales como seres humanos y el rechazo a la discriminación (CCC 2358), entonces, es muy posible que hubiera sitio para diferentes interpretaciones, a nivel de las Iglesias locales, sobre lo que este respeto y dignidad requieren concretamente.

En algunas zonas del mundo ya sería un gran logro si la despenalización de la homosexualidad coincidiera con un desarrollo cultural en la dirección de la tolerancia y los homosexuales ya no fueran víctimas de la violencia y la marginación. En otros ámbitos, donde las tradiciones religiosas han enfrentado un proceso ilustrado de autocrítica, se afirmará una concepción de igualdad y libertad en la expresión del género y la sexualidad que aceptará cada vez menos las asimetrías morales y legales entre hombres y mujeres, entre heterosexuales y homosexuales.

Se requiere que la Iglesia Católica exprese su respeto por la dignidad de sus fieles homosexuales, hombres y mujeres, como lo requiere el Evangelio de una manera creíble y teológicamente fundamentada. Aquellos que quieren mantener el status quo ponen en peligro la capacidad de la Iglesia Católica para dar respuestas satisfactorias a nivel intelectual y moral.

Cambiar la doctrina y la práctica pastoral no detendrá la pérdida de relevancia del cristianismo regulado por la Iglesia. Esperar una rápida transformación de tendencias duraderas podría ser una esperanza engañosa. La relación de la Iglesia católica con respecto a los modernos cambios radicales, en el campo de las relaciones íntimas, está referida a la respuesta a cuestiones morales que aclaran qué ley divina se cree: la de la liberación, la autodeterminación en la historia y el respeto incondicional por el auténtico amor humano, o la de la sumisión a un orden inmutable, dado de una vez por todas.

Stephan Goertz, nacido en 1964, es profesor de Teología Moral en la Facultad de Teología Católica de la “J. Gutenberg ”(Mainz, Alemania). Anteriormente (2004-2010) fue profesor de Ética Social y Teología Práctica en la Universidad de Saarland.

 

 

 

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