lunes, 25 de enero de 2021

El estraperlo del Covid

NOTA:    En el equipo de mantenimiento del BLOG hemos llegado a entender que, en las circunstancias que nos envuelven (el CONFINAMIENTO POR «COVID-19») bien podríamos prestar el servicio de abrir el BLOG a iniciativas que puedan redundar en aliento para quienes se sientan en soledad, incomunicadas o necesitadas de expresarse.

_______________________________________

Fuente:   DV

Por  Lourdes Pérez

Subdirectora de El Diario Vasco

 __________________________________________

 


 

Íbamos a salir mejores de ésta, pero no basta con evocar el milagro para que se haga realidad. El combate contra la pandemia es una emergencia sanitaria global, pero no propiamente una guerra por más que nuestra épica de primer mundo privilegiado se empeñara desde el principio en bautizar al Covid-19 con galones de generalato. Con todo, está por ver la devastación que puede acabar provocando el virus en nuestras acomodadas vidas –y, sobre todo, en las de aquellos que ya sufrían día a día para mantenerse en pie- como se prolongue propagándose sin control: hará falta que retorne al mar la oleada del tsunami para calibrar los escombros que ha dejado la enfermedad en nuestra sanidad, en nuestra economía, en nuestra entereza social y también en nuestra moralidad.

Por de pronto, y aunque esto no sea una guerra, ya ha aflorado el estraperlo de la peor especie. El ventajismo estafador no se perpetra camuflado al anochecer en medio de un escenario harapiento. Se ha empezado a detectar vestido con traje y corbata, en sedes institucionales y hospitales públicos, rodeado todo por la frialdad aséptica de la modernidad. En forma de esas pequeñas y valiosas vacunas de nombre Pfizer que iban a representar el principio del fin en las airosas expectativas con las que –todos- quisimos engañarnos en el Año Nuevo y que están dando lugar ya, cuando apenas ha transcurrido un mes desde su ansiada llegada, a una nueva modalidad de fraude. A una variante sofisticada del estraperlo. A una corrupción por la cual algunos de quienes pueden permitírselo en virtud de su cargo –consejeros de Sanidad, alcaldes, directores de centros hospitalarios y hasta el Jefe del Estado Mayor de la Defensa- se han beneficiado del mismo para saltarse los protocolos de vacunación e inmunizarse antes que sus conciudadanos que lo necesitan más que ellos. O que son más necesarios que ellos en la vanguardia del duelo de todos contra el Covid.

Íbamos a salir mejores de ésta. Pero no basta con evocar el milagro para que se cumpla, en un contexto en el que la pandemia no ceja, el temor y el hastío ante su prolongación constituyen ya otra forma de contagio y en el que la pomposa cogobernanza ofrece síntomas inquietantes de ineficacia. La política y, con ella, la democracia tampoco están saliendo por ahora mejores de ésta. Saltarse la cola de la vacunación no deja de ser una recreación de aquel ‘usted no sabe con quién está hablando’ de toda la vida. Y aunque no resulta tan imperiosamente grave como hacerse con el pan de otros a los que se condena a morirse de hambre vía cartillas de racionamiento, tiene algo particularmente obsceno, especialmente lacerante, que se cometan irregularidades en la inoculación de las dosis anti-Covid cuando la mitad de los 55.000 muertos oficiales de la pandemia eran mayores internados en residencias y cuando los profesionales sociosanitarios llevan diez meses batallando contra el miedo, el dolor, la frustración, el cansancio y las ganas de mandarlo todo por el sumidero. Ante la proliferación de alumnos aventajados en los últimos días –los ya exdirectores de los hospitales de Basurto y Santa Marina en Bilbao, los consejeros de Sanidad de Murcia y Ceuta, alcaldes de la Comunidad Valenciana y hasta el Jemad del Ejército, pendiente de las explicaciones que le ha requerido la ministra Robles-, el Gobierno Sánchez se ha visto obligado a prohibir expresamente que se priorice en la vacunación a gestores sanitarios y altos cargos. A prohibir lo obvio. A prohibir algo que debe estar claro en la conciencia de cada cual, en la conciencia de todos -ese pernicioso ‘yo haría lo mismo en su lugar’-, se redacten con mayor o menor pericia y concreción las órdenes de vacunación.

La destitución de Eduardo Maiz, exresponsable de Basurto, y la dimisión de José Luis Sabas, hasta ahora al frente de Santa Marina –éste, según ha proclamado, bajo amenazas porque sostiene que su inmunización no solo fue correcta sino que estaba autorizada- le han reventado al Gobierno Vasco y al PNV en plena escalada pandémica y en medio de la campaña de vacunas más trascendental y compleja que se recuerda. Sabas, exconcejal del Ayuntamiento bilbaíno y un jeltzale cuyo pedigrí se hacía notar a distancia, se ha revuelto contra su señalamiento tirando por elevación. Lo que compromete la palabra de la consejera Sagardui y del conjunto de su departamento cuando la titular de Salud niega haber permitido cualquier conducta dudosa y deriva la polémica a una investigación interna que debe arrojar un resultado sin sombra alguna de duda. Esto es lo más relevante, sin duda, de dos episodios que, por ahora, se quedan ahí. Pero el tono y las maneras con las que Sabas despacha su comportamiento en algo tan delicado, tan sensible, como la administración de las vacunas revela un deje de pretendida superioridad moral incompatible con la gravedad del trance que atraviesa el país.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Identifícate con tu e-mail para poder moderar los comentarios.
Eskerrik asko.