sábado, 3 de febrero de 2024

Los seminaristas de Madrid tienen nuevos ‘coaches’… y son mujeres

Vida Nueva reúne a las tres laicas y la religiosa que forman, junto con otros tres sacerdotes, el equipo asesor para el Seminario constituido por el cardenal Cobo

Fuente:    Vida Nueva Digital

Por   Elena Magariños

02/02/2024

 

Aunque al hablar con ellas parece que hay cierta complicidad, lo cierto es que ninguna de estas cuatro mujeres se conocía en persona antes de este encuentro con ‘Vida Nueva’. Hablan entusiasmadas e incluso una sujeta con ternura al bebé de otra mientras esta prepara el cochecito. A priori, no tienen tampoco mucho en común: no les une ni la edad, ni el ámbito formativo, ni tampoco la situación vital. Pero hay un rasgo que sí les une profundamente: su “inmenso amor a la Iglesia”, que ahora se ha concretado en una nueva misión encargada por el cardenal arzobispo de Madrid, José Cobo: la de formar parte del Grupo Consultor que asesorará al rector y a los formadores del Seminario Conciliar de la Archidiócesis, con los que deberán reunirse de forma periódica.

El objetivo, según explicó el propio Cobo es “contrastar visiones y retos, así como ofrecer la visión y peticiones que la diócesis hace al progreso formativo y la organización del Seminario”. De esta manera, el cardenal lleva la avanzadilla en cuanto a la reforma de los seminarios españoles se refiere, en una clara respuesta a la cumbre vaticana del 28 de noviembre, que llevó a los obispos a Roma para reunirse con el Papa y el Dicasterio para el Clero con el ánimo de reflexionar sobre el tema de la formación de los futuros sacerdotes. El Seminario se convierte, de esta manera, en un laboratorio de referencia de los cambios solicitados por Roma para, después, contagiar al resto de diócesis.

Este equipo estará formado, durante los próximos tres años, por Julia García Monge, religiosa calasancia; y las laicas Marta Medina, profesora de la Universidad Pontificia Comillas; Julia Parra, vinculada a Manos Unidas; y Leticia Arroyo, catequista de la parroquia de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago El Menor (La Elipa). Ellas se unirán en el grupo a José Manuel Sacristán, párroco de Canencia; Lorenzo de Santos, director del Instituto Superior de Pastoral; y Rafael Herruzo, párroco de Nuestra Señora de Europa.

Pero es precisamente su incorporación, como mujeres, lo que hace que se materialicen algunos de los requerimientos recogidos tanto en la ‘Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis’ vaticana –firmada hace ocho años–, como en la elaborada posteriormente por la Conferencia Episcopal Española, que pasa por el hecho de que las mujeres entren al seminario y que los futuros sacerdotes sean hombres conectados con la realidad del mundo de hoy. Pastores, como diría Francisco, con olor a oveja. Un olor que entra por primera vez al seminario a través de una puerta abierta por mujeres.

 

Diversidad

Precisamente en la diversidad de cada una de ellas está esa riqueza. Aunque, en realidad, ninguna parece haberse librado de la pregunta “¿por qué yo?” al recibir la llamada del arzobispo. García Monge, que en este momento está trabajando mano a mano con el P. Elías Royón, SJ, en la Vicaría para la Vida Consagrada, reconoce que aquella llamada le “cogió por sorpresa”. “Incluso le expresé que a lo mejor hay personas más jóvenes que pueden ser más cercanas a los chicos que están en el Seminario, o que podrían aportar una visión más valiosa que la mía”, reconoce. Lo que sí puede aportar, sin embargo, es realmente valioso: “Es mi experiencia como mujer consagrada que trabaja en instituciones de la Iglesia, como la Conferencia Española de Religiosos (CONFER) –de la que ha sido secretaria general–. Parto también del conocimiento que tengo y de lo que puedo aportar, que es mi amor a la Iglesia, a la vida consagrada y también a la institución del seminario, que me parece vital para la vida eclesial”, añade.

El punto de vista que más toca con lo social lo aporta Julia Parra, una maestra jubilada vinculada a Manos Unidas desde hace más de 30 años, además de voluntaria de Cáritas en distintos ámbitos y que lleva, en su parroquia, un espacio de oración todos los martes. Anima, además, “un espacio de liturgia para darle un poco de vida a la misa de los domingos”. Ella también, a pesar de haber dedicado una parte tan importante de su vida a la Iglesia, se preguntó qué podía aportar. “La noticia me la adelantó un amigo, que me dijo que el arzobispo quería algo de mí”, recuerda. “Fue él, que me conoce desde hace mucho, quien me dijo que podía aportar una visión laical, el compromiso con la vida social, experiencia de parroquia y un gran compromiso con la Iglesia. Le contesté: ‘Bueno, me conoces mejor que yo misma, dile que sí’”, relata, aunque reconoce que aún no sabe muy bien “dónde me he metido”.

De lo que sí está segura es de que “está dispuesta a prestar este servicio”, sobre todo, porque en él ve ecos de algo que le ha entusiasmado: el Sínodo de la Sinodalidad. “Pensé que yo, que siempre estoy queriendo que la estructura eclesial se renueve, en esta ocasión no podía decir que no. Es un compromiso y un servicio al rector y a los formadores, que es lo que me han pedido: asesorar y ser un cauce de comunicación entre el seminario y la diócesis desde la sinodalidad”. Y es que este grupo es un reflejo de esa diversidad sinodal: “Pienso que podemos hacerlo bien porque el equipo, que nos hemos conocido hoy, somos muy diversos en todo: en edad, en experiencia, en sensibilidad…”, asegura.

 

Riqueza de perfiles

Por su parte, Leticia Arroyo recuerda que le llamó Cobo y, con humor, le dijo que “me había tocado un premio”. “Así que dije que sí, porque un regalo siempre se acepta”, dice con una sonrisa. Además, señala que “una propuesta del obispo entiendo que no es algo que se le ocurre a la primera, sino que viene de atrás, que primeramente lo ha rezado y viene de Dios. Así que si es algo que viene de Dios y el obispo me lo ofrece, pues claro que hay que aceptarlo, porque además es un servicio muy concreto a la Iglesia”. Ella ya tiene experiencia en el contacto directo con esos jóvenes que están en búsqueda: “Ayudo en mi parroquia, sobre todo con adolescentes, con jóvenes, y esto es algo que es mucho más grande pero que no deja de estar unido a ese ser catequista”.

Marta Medina siempre ha estado vinculada a la vida diocesana, “en ella he crecido, he participado, he dado catequesis…”. A su vez está también vinculada a los jesuitas, ya que estudió en la Universidad Pontificia Comillas, donde ahora da clase y está haciendo el doctorado de Teología Dogmática. “Soy, además, esposa y madre de tres niños pequeños”, indica. Para ella, “lo que se nos ha ofrecido es un don, sobre todo porque no solo podemos aportar cosas, sino también enriquecernos unos a otros”. “Puedo aportar mi mirada de muchos ambientes que parecen diferentes, como es el estudio, la Teología, la familia, la pastoral… pero para mí son vasos comunicantes que se enriquecen entre sí”, afirma.

 

 

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